Como no sé exactamente cómo empezar esta reseña de aniversario, voy a lo fácil: Wikipedia. Busco el término heavy metal. De entre todo el párrafo introductorio, rescato lo siguiente (copia literal):
«Se caracteriza principalmente por sus guitarras fuertes y distorsionadas, ritmos enfáticos, los sonidos del bajo y la batería son más densos de lo habitual y por voces generalmente agudas.»
Creo que es una definición bastante buena, pues esas son, a grandes rasgos, las principales características musicales de esta, nuestra música. Si más allá de los sonidos, queremos adentrarnos en la estética, podemos destacar los colores oscuros (el negro, principalmente), el cabello largo, el cuero/tejano, las tachuelas… en fin, ya sabemos qué caracteriza al heavy clásico. Si todo ello (música, estética, actitud, etc) tuviéramos que ejemplificarlo en una banda, la cosa está clara (al menos para mí, dado aquel aquél debate que tuvimos): Judas Priest son el heavy metal, y en 1990, hoy hace 30 años, sacaron al mercado la Sagrada Biblia del estilo, el inconmensurable Painkiller (1990).
Es evidente que, durante los últimos años de la década de los 70 y los 80, los británicos luchaban por el trono del metal con sus colegas Iron Maiden, y aunque quizá estos hayan llegado más lejos, los de Birmingham se ganarían un puesto en el Olimpo de la música con todo el derecho del mundo.
Quizá en el segundo lustro de la década dorada del heavy clásico, los de Tipton, Downing y Halford fueron algo criticados, cosa que la perspectiva del tiempo ha hecho olvidar. Tras el tremendo éxito de Defenders of the Faith (1984), los sonidos más accesibles, comerciales y facilones de Turbo (1986) hizo que críticas feroces cayesen sobre ellos. Si le añadimos la depresión que el inigualable cantante, Rob Halford, sufrió por no atreverse (aún) a salir del armario, podemos decir que aquello implicó un punto muy bajo en la carrera de los ingleses. Para mi gusto, con Ram It Down (1988) empezarían a girar la tortilla, pero a finales de la década aún se les criticó, y mira que el disco tiene un sonido afilado, ¿eh? Supongo que los miembros estarían un poco hasta el gorro de que se dudase de ellos, más tras la salida de Dave Holland por supuestos temas familiares, y se dirían entre sí “¿Se han olvidado de quienes son los Metal Gods? Pues vamos a recordárselo”. Y en 1990 decidieron parir no solo uno de los mejores álbumes de la historia del heavy metal, sino la guía para quien quiera entender este estilo. Afilado, rápido, hímnico, cargado de mala leche y a la vez de melodía, esta joya ha sido una influencia clarísima en el thrash que llegaría muy pronto e, incluso, en estilos más suaves como pueda ser el power metal.
Navegando por la red, en Loudwire, he encontrado unas declaraciones interesantes de Downing:
«Creo que el movimiento del temprano thrash metal fue una señal de que la industria debía seguir evolucionando, como también las bandas. Es un curso natural, y en esos momentos algo nuevo siempre es bueno. Recuerdo algunos conciertos con Slayer a principio de los 80, y supongo que tuve que aceptar el hecho de que la cosa iría por ahí. Así que cuando Priest lanzó Painkiller, fue una inspiración para que otras bandas se volviesen más rápidas y heavies.»
Aunque para el que firma el disco no puede bajar del 10 sobe 10, incluso sacar una puntuación más alta, démonos una vuelta por algunas webs y revistas para ver qué nota le ponen. En AllMusic le ponen cuatro estrellas de cinco posibles (¡demasiado poco!), en Sputnikmusic le ponen 10 de 10, al igual que en The Metal Crypt y Metal Storm. En Rateyourmusic la media vuelve a bajar a cuatro sobre cinco, en Discogs obtiene un 4.66/5 de media y en Amazon volvemos al cinco sobre cinco. Lo dicho, cualquier nota que no sea un excelente estará mal hecha.
Como hemos dicho, alguno de los elementos clave de este disco es cierto acercamiento, a la par que sustentar las bases, al thrash metal. Guitarras y riffs muy afilados, llevando lo que hicieron en el Defenders of the Faith a límites, por aquél entonces, (casi) insospechados, una agresividad que iba con la década… y una batería apoteósica que nunca antes habían tenido. Eso se lo debemos a la entrada en el grupo de Scott Travis, ex Racer X y un batería descomunal, con un juego de doble bombo que, a lo largo de toda su carrera, y en especial con los ingleses, demostraría excepcional. Y todo esto lo hicieron siendo aún Judas Priest, teniendo su propia identidad. Es decir, aún podías reconocer al grupo que, 20 años antes, había grabado British Steel. Eso es muy difícil de conseguir, solo está al alcance de los escogidos.
Digo que este disco es la Biblia del metal, veamos sus versículos. El álbum está compuesto por 10 temas repartidos en, más o menos, tres cuartos de hora. Eso da una media de cuatro minutos y medio por tema, y sí, con alguna excepción, la cosa va entre los 3:30 minutos y los cuatro. Todo esto, no sé si hecho a propósito o no, hace que el disco sea fácil de escuchar, que no se haga pesado y que cada pieza sea disfrutable por sí misma.
Empezamos con la homónima. Todo lo que hemos dicho del álbum se puede aplicar a “Painkiller”, la canción. Si alguna vez alguien te pregunta “¿qué es el heavy metal?”, no tienes más que ponerle este corte, pues es eso, puro heavy metal. Desde la ya icónica intro, demostrando lo que decía de Travis a la batería, los 6 minutos que dura son una oda a la música (no al metal), y para mí, su más grande composición y una de las que más resalta del estilo. No se puede hacer ningún top de canciones de metal sin que esta aparezca. Sí, tan grande es (como dije en su día y más arriba tenéis en link, mejor que cualquiera que haya compuesto Iron Maiden. Y eso es decir mucho). Los riffs tan marcados son tremendos, como el bajo de Ian aglutinándolo todo. Los solos que tienen son pura magia. Y Halford, madre mía. Se entiende por qué hay quien le llama Metal God. Afilado, agresivo, imponente… el grito final está al alcance de muy pocos, por no decir de nadie más. Derroche de técnica y magnetismo. Si no tuviera un concepto un poco especial de qué son las “canciones perfectas”, esta debería ser la primera en ser analizada.
¿Lo malo? Que es la primera, y superar (igualar, si quiera) eso es imposible, y soy consciente de la palabra que estoy diciendo. Así pues, el álbum solo puede ir a peor, nunca a mejor, porque no es posible. Y la grandeza del disco es que logra mantener el tipo durante todo el rato, como por ejemplo en el segundo corte, “Hell Patrol”. Quizá no ha pasado a la historia, y no sé por qué. Desacelera el ritmo, pero tiene una fuerza inconmensurable, una intro bestial y un Halford casi teatral, dando una magistral lección de qué es cantar heavy metal. Seguimos con otra de mis preferidas, “All Guns Blazing”. La agresividad perdida en el anterior corte vuelve, con una intro a capella que tela marinera, un riff que corta el hipo y un estribillo simple, agresivo y melódico a la vez. Puro Judas, puro metal. El trabajo del dueto Tipton – Downing, como en todo el disco (como en toda su carrera junto, ¡qué hostias!) es de una calidad altísima. Y es otra de esas canciones que, por alguna razón, no ha pasado a la historia del grupo…
El doble bombo que lleva Travis en “Leather Rebel” es tremendo, así de simple. Si le unimos un punteo de guitarra inicial muy bueno y un estribillo punzante, tenemos como resultado otro tema de aúpa, aunque a mí me gusten más sus tres predecesores. Me recuerda, en cierta forma al “Hard as Iron” de su anterior álbum, aunque con menos gancho. Y si hemos destacado la batería, en “Metal Meltdown” brilla el dueto de guitarras. Hay gente que dice que es la menos buena del disco, y yo no podría estar más en desacuerdo. Sea como sea, es un temazo, y si es la peor, solo remarca la calidad enorme del disco. Quizá el hecho de que lo mejor que tiene no sea el estribillo, sino las estrofas, juegue en su contra. Pero es que esas estrofas, esas guitarras, esa voz, ese cambio de ritmo/de todo hacia las ¾ partes de la canción… buff…
“Night Crawler” sí ha pasado a la historia, y sin embargo a mí me gusta menos que, por ejemplo, la anterior. ¿Eso significa que es mala? No, en absoluto. El riff es inconfundible, Halford varía tremendamente dentro de la propia canción (cantando en tonalidades más bajas que en otros temas, cosa que le beneficia), y un cierto misterio la envuelve de principio a fin. De nuevo las guitarras son protagonistas en “Between the Hammer and the Anvil”, una de las que más me gustaron al principio de escuchar el disco. Es emocionante ver como, poco a poco, la batería va empujando ese dueto de guitarras hasta que todo está donde debe. Entre el martillo y el yunque, o como diríamos, entre la espada y la pared, encierra cierto regusto a los problemas con la ley americana que tuvieron. La lucha entre los dos hachas enorme en este corte.
Si hablábamos de misterio en “Night Crawler”, con “A Touch of Evil” lo tenemos que multiplicar. Aún más teatral, con un tempo más lento que favorece este juego de sombras y (de nuevo, lo sé) un Halford que sabe moldear el registro en cada una de las partes, el tema estará en cualquier recopilatorio del grupo.
“Battle Hymn” nada tiene que ver con Manowar, y tampoco aporta demasiado al disco, pues los 56 segundos que dura podríamos considerarlos una intro a “One Shot at Glory”, el último corte del álbum. Quizá la más ochentera del disco, creo que no es la mejor forma de acabarlo. No es mala, este disco no tiene canción mala, pero sí palidece al lado del resto de canciones que lo conforman. Si es cierto eso que he escuchado varias veces, que en un discurso lo importante es empezar fuerte, meter algo de fuerza a la mitad y acabar también fuerte, aquí no acertaron con la elección del orden de los temas.
En 1990 no estaba metido en el movimiento metalero, así que no puedo saber qué esperaba la gente del nuevo lanzamiento de Judas Priest, pero viniendo de donde veníamos, estoy seguro que el puñetazo que dieron no fue sobre la mesa, sino en la boca de todos aquellos que se atrevieron a dudar de que ellos eran el heavy metal.
Llevo en esto del heavy más de media vida. Helloween y Rhapsody dieron paso a Whitesnake y Eclipse, pero Kiske sigue siendo Dios.
Como no sólo de música vive el hombre, la literatura, Juego de Tronos y los tatuajes cierran el círculo.
Algunas personas dicen que soy el puto amo, pero habrá que preguntarles por qué.