¡Bendita juventud! ¡Como echo de menos los 90, joder! Es, sin lugar a dudas, la época de mi vida en la que más flipaba con (casi) todo, aunque, en ocasiones, soy de flipe fácil, todo sea dicho.
Con lo que más flipé, obviamente -y cómo no podía se de otra forma-, es con la música. Yo venía de hacerme pajas con toda la onda hard rock, del palo Guns N’ Roses, Extreme o Skid Row. De ahí me pase al thrash y al metal de bandas como Pantera o Sepultura, a los estilos más crossover de Suicidal Tendencies o Faith No More y, sobre todo, centré mi vista en el lluvioso y en ocasiones depresivo estado de Washington porque, efectivamente, los de mi quinta vinos nacer, crecer y ¿morir? al grunge. Pearl Jam, Nirvana, Alice in Chains, Tad o Soundgarden. Dicen que el orden de los factores no altera el producto, y no podría estar más de acuerdo con esta afirmación. Las amaba (y amo) a todas por igual. Que si Ten (1991), que si Nevermind (1991), Dirt (1992), Inhaler (1993) o Badmotorfinger (1991); todos son discarrales de mil pares de cojones y todos, sin excepción, han acabado dejando huella en mi ser.
El grunge, al igual que el punk, es un género (o subgénero, no entraremos en disputas estériles) que siempre se ha negado a estirar la pata… ¡y nosotros que nos alegramos! En una década marcada por miles de cores, toparse de vez en cuando con gente como Keloidrop, que tiran de catálogo noventero a la hora de elaborar sus composiciones, es muy de agradecer, pues demuestran que no hace falta llamarse Johnson para practicar y elaborar buen rock alternativo de matices yankees, y que el talento y la calidad de los músicos de nuestra escena es de órdago. Aquí y ahora, quiero dar las gracias públicamente a l@s músicos que se han dejado embriagar, relajada y despreocupadamente, por todos aquellos que poblaban las paredes de nuestras habitaciones cuando no éramos más que unos adolescentes tratando de abrirse paso entre tanta morralla popi. ¡Gracias! Tantísima gente con talento con los que, seguramente, en más de una ocasión, os habréis cruzado por la calle sin saberlo.
La banda, con tan solo dos y años y medio de historia, está formada por Marcos López (voz y guitarra), Ori Novella (guitarra), Ian García (bajo) y Albert Sanromà (batería), si bien hace solo un par o tres de meses que Ori abandonó la formación, por lo que el antes cuarteto es ahora un power trio, lo que no hace más que arrojar más y más peso al saco de responsabilidad de la banda, sobre todo de Marcos, quien tendrá que hacerse cargo ahora de todas las guitarras en directo. Estaremos bien atentos para ver cómo evolucionan.
El estilo de Keloidrop, tal y como ellos mismos nos cuentan en su Facebook, «es un claro regreso al rock de los años noventa. Con un sonido crudo de influencias evidentes del sonido Seattle». Veamos, pues, si están en lo cierto…
El álbum se abre con «A Big Circle», un tema instrumental que entra calmado pero que, poco a poco, va ganando punch a medida que la batería comienza a ganar algo de protagonismo, para luego volver a sus orígenes pausados. Esta estructura se repite en un par de ocasiones. Dónde también manda la percusión es la que le sigue, «Front Facing», sobre todo al principio. Por fin podemos escuchar la voz de Marcos, y es tal y como te la esperas en una banda de este estilo: sucia y rasgada a partes iguales, muy en el tono y en la onda de a lo que nos tenía acostumbrado el malogrado Kurt Cobain. La canción cabalga a lomos de un rasgado que no sabría decir si proviene de la guitarra de Ori, que recientemente abandonó las filas de la banda, o de la de Marcos, quien también toca la guitarra, me atrevería a decir que en todos los temas. Si te paras a pensar, el tema tiene un montón de referencias a mucho de lo que ya escuchaste en los 90. A mí sobre todo me recuerda a diversos pasajes del álbum debut de los Foo Fighters.
El tercer corte, «What’s Going On?», es el más pegadizo de este trabajo, que os recuerdo que es una re-edición de su anterior EP, 5 sHits (2017), para la cual la banda ha grabado tres temas nuevos. Pero este no es el caso de la canción que aquí nos ocupa. Todo un trallazo que emana y suda actitud punk por todos los poros. El riff principal, que se repite a lo largo de toda la pieza -en dos tonalidades diferentes-, bien podría haberse colado entre alguna de las canciones que pueblan el Dirt (1992) de Alice in Chains, una de las más claras influencias de Keloidrop. El hecho de que el tema dure 3:11 me ha llegado al corazón, por cierto.
«Manipulation» se inicia con un sonido sampleado de batería que dura el poco tiempo que el Sr. Sanromà, batería de la banda desde hace poco más de un año, quiere; esto es: quince segundos. A partir del segundo dieciséis se nos viene encima um tema que tiene una melodía muy, pero que muy adictiva, de esas que, si bien no te hacen mover del sitio, sí que le invitan a uno a sacudir las cervicales de un lado a otro.
Con «Voice in my Head» sobrepasamos el meridiano del disco, y la banda sigue sin modificar un ápice la fórmula que tan buen resultado le está dando hasta el momento. Es, por así decirlo, el tema en el que más se nota la influencia de Cobain, sobre todo en las cuerdas vocales de su vocalista. El único pero que le veo a la canción es que es algo repetitiva, lo que automáticamente la descarta y le hace bajar del podio de mis favoritas.
«Shameless» es el tema que cerraba su anterior EP y es la bomba de este nuevo capítulo en la vida -espero que extensa- de Keloidrop. Su potente inicio desemboca en toda una serie de voces reberveradas y de afilado riffs de guitarra que parecen responder a los gritos de Marcos a base de wah-wah. En esencia, toda una explosión de júbilo noventero.
«Decline» empieza pausadamente distorsionada, y ese medio tiempo se mantiene a lo largo de toda la canción, incluso cuando atacan con el estribillo. Es un tema bastante lineal, pero no por ello aburrido.
Con «Feel Nothing» se cierra este álbum. Es una de las piezas más alternativas, sobre todo gracias a ese ritmo tan funky que marcan los parches de Albert. Se abre muy al estilo del clásico de Silverchair «Freak» pero, solo tras unos segundos, ya nos olvidamos de comparaciones (odiosas) y nos damos cuenta de que, a lo que realmente suenan es… a ellos mismos.
Pues, efectivamente, sí estaban en lo cierto. ¡Buen trabajo, chicos!
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.