Discos debuts buenos hay muchos. Que, además, sean obras maestras de la música, ya no tantos. Pero es que, además de lo anterior, que sean no sólo icónicos, sino también la semilla de todo un movimiento que se conocería como Rock Sinfónico, por delante de grupos tan imponentes como Genesis o Pink Floyd, solo hay uno, y hoy celebramos su medio siglo de vida. In The Court of the Crimson King (1969) es todo lo anteriormente mencionado y mucho más. Su sonido, envolvente, decadente y oscuro, acorde con las letras post apocalípticas de Peter Sinfield, es una mezcla perfecta de rock, jazz, psicodelia y sonidos nuevos que fascinarían a todo melómano que se precie.
No, no es fácil digerir este tipo de música, y más en cuando los 60 agonizan. Los 60, con todo lo que implicaron de paz y amor, de Vietnam y The Beetles. Pues los señores King Crimson vinieron a darle la extremaunción a la década de forma magistral y a poner patas arriba la escena musical. Y todo ello en solamente cinco temas que abarcarían casi tres cuartos de hora. De nuevo, y hablando de música moderna, las canciones largas se impusieron. Temas como “Epithaph”, “The Court of the Crimson King” o, especialmente, “Moonchild” son padres y madres de lo que, años (¡décadas!) más tarde grupos como Dream Theater o tantas otras, harían.
Para entender la trascendencia de este disco podemos hacer varias cosas. Ver, por ejemplo, la calificación que ha tenido. Allmusic, cinco estrellas de 5 posibles; Dr. Musicstudio¸9,5/10; Rateyourmusic 4.31/5. En esta última página nos dicen que fue número 1 en 1969. Pero quedarnos en esto es quedarnos en poco. ¿Quién no ha visto la icónica portada de Barry Godber? Recuerdo que, hace años, quería una camiseta donde todo fuera ese grito, esa cara. Nada de negro y el dibujo en el centro, no. Todo (el cuello, las mangas, el torso…) debía ser la portada. También la interior (la del propio Rey Carmesí, según el autor) tiene lo suyo, pero la de la portada, la que da nombre al primer tema del álbum, es sublime. Pero es que tampoco podemos quedarnos en esto. Debemos quedarnos… ¿en qué? No sé explicarlo mejor que en los dos primeros párrafos de este texto.
El clásico «XXI Century Schizoid Man (including Mirrors)» explora el mismo territorio que Black Sabbath y Deep Purple. La desgarradora guitarra de Robert Fripp con la voz siniestra y tratada de Greg Lake. Hubiera sido un gran single si no se convirtiera en una extravagante y gratuita jam de Jazz. Si crees que el resto del álbum va a ser tan duro, vas por mal camino. “I Talk to the Wind” desacelera, tranquiliza y suaviza. Crea atmósfera, crea calidez y ganas de acariciar piel con piel. Perfecto preámbulo para lo que se nos avecina.
Y es que “Epitaph”… bueno, no sé exactamente cómo afrontar este párrafo. Sí, es el mejor tema del disco. Sí, es el mejor tema del estilo. Pero es que para que el firma, estos 8:47 minutos son la segunda mejor composición de música moderna, tras “Bohemian Rhapsody” de Queen. Recuerdo la primera vez que la escuché. Estaba en Jaén, en casa de una amiga, y lo pidió prestado en la biblioteca. Puso el disco mientras nosotros hablábamos de lo nuestro. Cuando empezó “Epitaph” se hizo el silencio. Como en el anuncio ese de no sé qué queso, que uno intuye que, a medida que los comensales lo prueban, se quedan sin palabras diciendo “guaaaaaaaaaaau”. Así fue. Ambos nos quedamos callados, nos miramos y nos dijimos, sin mediar palabra, “guau”. Lo tiene todo. Es delicada a la vez que triste. Es, como decía hablando del disco en sí, post apocalíptica y melancólica (aquí la letra tendría mucho que decir). Es futurista y mira al pasado. Tiene una línea de bajo tremenda, unos teclados/synths enormes, una voz rota y profunda… es una jodida obra maestra, sin más. Apaga la luz, o atenúala, pon incienso. Si eres fumeta, enciéndete un porro. Haz lo que sea, pero deja que “Epitaph” te atrape y no lo lamentarás.
Si “Epitaph” y sus casi 9 minutos no son suficientes para ti, tranquilo que llega el tema más largo del disco, “Moonchild” y sus más de 12 minutos. Finalmente, llegamos a la casi homónima del disco, y quizá la más conocida, “In the Court of the Crimson King”. Es difícil describirla. No es “Epitaph” (ni en cuanto a composición, ni en tempo ni en nada), pero es otro must. De repente salta un silbato, de repente un viejo gnomo te cuenta una historia. Unos coros (coros ya míticos), una batería que, sin parecerlo, es sublime. Una atmosfera de otro mundo, sonidos novedosos en aquellos tiempos… el rock progresivo hecho canción, y una melodía que es ya una leyenda de la música.
No se puede negar la influencia de este álbum, es sencillamente eso. Es el disco que hizo que Peter Gabriel quisiera vestirse y jugar al art clown. Fue la vanguardia en 1969 cuando la Brit Invasion abandonó el blues para el jazz hippie. Es la imaginación mezclada con emociones que ni sabes que tienes, todo ello plasmado en partituras y perfectamente ejecutado. Es el responsable de Yes, Genesis, ELP (obviamente). Es uno de esos discos que merecen y siempre merecerán un 10/10 porque trasciende lo meramente musical.
Llevo en esto del heavy más de media vida. Helloween y Rhapsody dieron paso a Whitesnake y Eclipse, pero Kiske sigue siendo Dios.
Como no sólo de música vive el hombre, la literatura, Juego de Tronos y los tatuajes cierran el círculo.
Algunas personas dicen que soy el puto amo, pero habrá que preguntarles por qué.