Érase una vez unos muchachos de Bakersfield, California que, a inicios de la década de los 90, decidieron ir a por todas y ponerse el mundo por montera… y vaya si lo lograron. Y es que se les daba de maravilla eso de jugar a crear nuevos sonidos, llegando a inventar eso que vino a llamarse como nu metal. Y de ese pedestal no se bajaron en mucho, mucho tiempo. Pero, como en casi toda fábula que se precie, tras la más gloriosa de las glorias, siempre se vislumbra el abismo. Aún así, KoЯn podría decirse que han sabido sobrevivir, convirtiéndose en toda una institución (influyente y respetada), a su propia leyenda, a su propia historia… y a sus propios monstruos interiores.
Amadlos o detestadlos, pero estamos ante una de las bandas más importantes dentro del género del metal y, su acercamiento a cada nuevo álbum es, a menudo, un asunto de lo más intrigante. En esta última entrega vemos a una banda que vuelve a un sonido más oscuro y pesado, que quizá les haga repescar algunos fans que se saltaron por la borda mitad de travesía.
The Serenity of Suffering (2016), el segundo álbum tras el regreso del guitarrista original Brian «Head» Welch, muerde sus dientes profundamente en la carne de los que, posiblemente, sean las últimas dos obras con un poco de cara y ojos de la banda, Untouchables (2002) y Take a Look in the Mirror (2003).
El álbum es todo un machetazo, pero uno que tiene sentido, marcado por miles de esos feroces riffs que les llevaron al estrellato hace ya más de dos décadas, y por la elegancia de las líneas de voz de Jonathan Davis. Canciones como “Insane”, “Rotting In Vain” o “When You’re Not There” juegan -cualitativamente hablando- en primera división.
Y, por supuesto, el sonido, ese sonido, esta vez producido por Nick Raskulinecz (Foo Fighters, Mastodon, Rush), es la prueba de referencia y definitiva para cada nueva generación. Son ellos, de eso no hay ninguna duda. Lo saben hacer y muy bien. KoЯn nunca se habían ido pero, incomprensiblemente, se han negado a revelar sus propias fortalezas y virtudes durante más de quince años.
Estamos ante una MUY grata sorpresa. Seguro que todos vosotros también estáis ya algo cansados de escuchar esa cantinela por parte de la prensa rock especializada, que dice algo así como: “estamos ante el retorno a la forma” o “este sí es un regreso a sus raíces más pesadas”, o ambas. Korn III: Remember Who You Are (2010) sí fue, posiblemente, un álbum centrado entorno a esa idea, como bien lo demuestra su título y la contratación de su productor original, Ross Robinson. Pero es que, a partir de ahí, la banda ha venido dando bandazos, a veces con muy, pero que muy poca fortuna, convirtiéndose es una mala interpretación de sí mismos, que los más puristas podrían considerar hasta de cierto mal gusto, tratándose de inyectar en vena algo de relevancia y vitalidad, a base de dubstep y demás artefactos sonoros bastante alejados de su campo. Con ello no estamos diciendo que sus álbumes anteriores sean malos, ni mucho menos. La banda ha cambiado y ha crecido a medida que se ha visto obligada a ponerse unos zapatos que verdaderamente ya no encajan. En esta nueva entrega podríamos decir que confluyen estas dos ideas: las ganas de una banda por volver a lo que les hizo mundialmente populares y enormes, pero con la mentalidad de saber dónde están actualmente y hacia dónde han de dirigir sus pasos.
Observamos los rasgos distintivos del KoЯn más clásico incluso antes de escuchar la primera canción, gracias a una cubierta que te hace viajar en el tiempo con ese niño -de aspecto fantasmagórico- perdido en un tenebroso y tétrico carnaval (todo muy KoЯn), que está arrastrando el muñeco que aparece en la portada de Issues (1999). Abramos, ahora sí, el CD.
Las marcas registradas del nu metal fueron la ira y los riffs, y ambos están muy presentes en este disco. Desde el principio, te enfrentas a unos riffs destructivos y profundos con varios niveles de distorsión que te golpean duro en “Insane”, junto a la voz tan aterradoramente característica de Jonathan Davis. Es pesada como el infierno, con un ritmo que muchos querrían para sí mismos. El estribillo es enorme y que no te extrañe que una sonrisa vaya dibujándose en tu cara al, efectivamente, estar percibiendo que están de vuelta… ¡y de qué manera! Id desempolvando el chándal Adidas.
“Rotting In Vain” (primer single del álbum) es de los mejores temas dentro de este trabajo. Su intro electrónica crea un ambiente espeluznante, pero no te prepara para lo que está por venir. No se puede negar que los riffs de esta canción son masivos. El primero de ellos, el que se inicia justo después de la introducción, es inmenso, y uno puede sentir la tierra temblando bajo sus pies. ¿Y qué me decís de ese guiño a “Twist” (Life Is Peachy, 1996) que emerge hacia el minuto 2:10? En general, la parte instrumental es un todo un clásico: una jam en toda regla de metal alternativo.
«Black Is the Soul», con sus monolíticos riffs y esos coros tan excepcionales (“Just give me back my life!”), y «The Hating», de las más flojas del álbum, continúan la montaña rusa emocional de Jonathan Davis en este mundo. Un hombre que puede hacer tanto con sus cuerdas vocales es, cuanto menos, aterrador; la revista “Hit Parader” lo ubicó en el puesto número dieciséis en su lista de los mejores vocalistas de metal de todos los tiempos.
«A Different World» es absolutamente brillante; es, emocionalmente hablando, muy convincente. Davis suena realmente angustiado. Parece estar, literalmente, apoyando la espalda contra la pared mientras es aplastado por las guitarras. Creo que eligieron deliberadamente un ritmo tan y tan constante. La voz del vocalista invitado, Corey Taylor (Slipknot, Stone Sour), se utiliza muy inteligentemente, haciéndose más y más presente a medida que avanza el tema, encargándose él, en esta ocasión, de entonar los alaridos. Tiene asegurada su presencia en su próximo Greatest Hits.
“Take Me” es, quizá la canción más singular -temática y sonoramente hablando-, cantada desde el punto de vista de la droga hacia su consumidor. Es un movimiento, inspirado y estilístico, que demuestra que esta banda no ha terminado todavía de innovar. Este corte está hecho para ser tomado; es la única manera. Por favor, tomadlo.
El timbre de voz de Jonathan Davis, tan fuerte y etéreo como siempre, eleva a canciones como «Everything Falls Apart» hasta niveles de paranoia que otras bandas ni siquiera pueden llegar a alcanzar. Los versos son tranquilos, pero los coros son frenéticos y aterradores. Es crucial, con ese pánico que emiten las guitarras en la introducción, y su percusivo, afilado y aplastantemente maníaco puente.
A “Die Yet Another Day” la metería dentro del saco de temas que menos aportan al conjunto, si bien ofrece una nueva forma de locura, que puede llegar a ser incluso algo adictiva y punzante, mientras se mantiene muy melódica
“When You’re Not There” empieza como tantas otras canciones clásicas de la banda, pero continúa por otros derroteros más recientemente clavados en nuestros oídos. Es un matrimonio perfecto entre el viejo y el nuevo KoЯn. El desajuste (o divorcio, según se mire) comienza al llegar el tan característico estilo slap-bass de Arvizu.
«Next In Line» comienza con un riff que recuerda a la era de Life Is Peachy (1996). Cuenta, como no podía ser de otra forma, con una de esas letras, tan oscuras como aterradoras, si bien fragmentos como “It’s the pretty little way you hold your head” podrían formar parte del catálogo de una de tantas boy bands; veréis lágrimas en los ojos de los fans más fans cuando la toquen en directo. Pero es que resulta que este fragmento no pertenece a una de esas pseudo bandas. Es el mismísimo Jonathan Davis quien vomita esas palabras desde lo más profundo de su alma, con un Fieldy, de fondo, acariciando el bajo de esa manera que solo él sabe hacer, y con un Ray Luzier dejando bien claro que toca… y que toca mucho y bien. Ante la simplicidad y efectividad del estilo de David Silveria, percusionista original de la banda hasta See You On the Other Side (2005), se impone la vistosidad de este maestro de los tambores.
“Please Come For Me” cierra el álbum. Es el tema más corto, pero no por ello menos intenso. Se trata de una mezcla de ritmos más o menos dispares, antes de que Davis suelte a las fieras con una de sus tan características y maníacas síncopes vocales.
Este álbum tiene canciones que tocan muchas de las eras más importantes del catálogo de la banda. Álbumes como Follow the Leader (1998), Issues (1999), Untouchables (2002) e incluso The Path of Totality (2011). Es un álbum que parece estar tratando de complacer a tantos tipos diferentes de fans de KoЯn como sea posible, lo que resulta en lo que solo se puede describir como bueno, pero no grande. Estamos ante un buen disco de Korn. Hay demasiados años de naufragio de por medio como para que rivalice con sus álbumes más clásicos, pero cuando se pone en marcha, The Serenity of Suffering estira los músculos del cuello de una manera más que correcta, y asegura a la banda unos cuantos pelotazos más para poder tocar en directo. Are you ready?
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.