Hace unos años tuve la suerte de vivir un tiempo en Noruega: un país, a la par que precioso, bastante curioso e interesante. Muy grande en extensión, muy pequeño en población, y con mucho dinero en sus arcas. Sus reservas de petróleo son las más grandes de Europa, de largo, y en pocos años ha pasado de ser un país rural y pobre, con una vida muy dura, a ser uno de los más ricos del mundo.
Los noruegos son gente sencilla y un poco acomplejada que se ha acostumbrado rápidamente a los placeres materiales de la vida (y creedme que los disfrutan con sobrada indulgencia). Son muy rockeros (difícilmente encontrarás a alguien entre 20 y 50 años que no le guste o haya gustado el rock alguna vez) y, si hay una cosa de la que se sienten especialmente orgullosos, más que cualquier otra, es que algo o alguien procedente de Noruega triunfe fuera de sus fronteras, ya sea el loncheador de queso o futbolistas normalitos como John Carew o Ole Gunnar Solksjaer, que eran y son ídolos absolutos allí.
Y como no, lo que se exporta más profusamente es música. Y sobretodo música rock y metal. Por un lado, como digo, la música rock es muy popular (no tanto en las generaciones más jóvenes, por desgracia) entre el noruego medio. Por otro, y no os sorprendáis por esto, oh desamparados habitantes de las Españas, los grupos reciben subvenciones del gobierno noruego para girar y promover su música fuera de sus fronteras. Tal y como lo oís, víctimas del 21%, no solo en Noruega el IVA cultural es del 0% sino que el gobierno da ayudas a las bandas para que toquen y giren, ya que consideran que el éxito de sus expresiones culturales sube la autoestima de sus habitantes y repercute directa e indirectamente en la visión que se tiene del país en el exterior. Me podréis discutir que esto es viable en un país con sus circunstancias pero no en uno con las nuestras, y es posible que esté de acuerdo. Pero en todo caso, habla muy a las claras de las prioridades e intenciones de unos y de otros. Gracias a estas políticas envidiables, entre otras cosas, podemos gozar del flujo constante de bandas interesantes e innovadoras que salen del país escandinavo, Kvelertak entre ellas.
Tanto cuando salió su espectacular disco de debut, el homónimo Kvelertak (2010), como también con su excelente sucesor, Meir (2013), me emocioné como un niño. Me parecieron y me parecen dos discos increíbles. De lo más fresco y divertido que he oído en años. Me encanta lo bien que mezclan el punk y el hardcore con una cierta influencia del black metal (aunque creo que hay menos de lo que la gente dice), resultando en un rock n’ roll sucio y alegre, enérgico, agresivo y sin complejos. Su música puede parecer sencilla y, según y cómo, un poco amateur, pero tienen la habilidad de alegrarte el día y levantarte inmediatamente de la silla, cosa que pocos grupos pueden decir.
Ya desde el principio contaron con dos padrinos de lujo: Kurt Ballou, el guitarrista de Converge, se encargó de la producción, dándole ese toque sucio, violento e inmediato tan típico suyo, mientras que John Baizley, cantante de Baroness, fue el creador de ambas portadas, llenándolas con sus dibujos habituales de mozas en la naturaleza.
Para este nuevo disco han prescindido de los servicios de ambos, como dando el mensaje que están listos para volar solos. El resultado es que, por un lado, la portada tiene un toque más frío, oscuro y misterioso, con este pseudo-futurista viajero de la noche (esto es lo que significa «Nattesferd») acompañado del omnipresente búho, mascota y símbolo de Kvelertak. Por otro lado, y esto es bastante más relevante, el sonido ha cambiado bastante respecto a sus trabajos anteriores, perdiendo bastante agresividad y haciéndose más accesible. La brutalidad hardcore punk de antes ha dejado paso a un hard rock más clásico. No suena limpio, pero no es tan crudo como había sido.
Ni que decir que esperaba con muchas ganas el adelanto del disco, programado para prácticamente un mes antes de su publicación. Y la verdad es que «1985» me desconcertó bastante. Esa producción bajada de tono, ese medio tiempo que no acaba de arrancar, y ese homenaje a Van Halen no me los esperaba. Para qué mentir, no me convenció un pelo. Me pareció bastante vulgar, y después de un par de escuchas decidí esperarme a que saliera el disco completo para volver a prestarle atención.
Con el hype por los suelos, temeroso de que mis amados Kvelertak estuvieran a punto de caérseme del pedestal, me puse el disco a la que salió. Secretamente aún albergaba esperanzas, claro, pero visto lo visto era de esperar que Nattesferd bajara de revoluciones considerablemente respecto a sus discos anteriores. Y si bien en el conjunto del álbum esto es así, la primera canción se encarga de dejarte con la palabra en la boca. «Dandrofil for Yggdrasil» es un puñetazo en toda la cara. Veloces blast beats y protagonismo para su vertiente más black metalera, entremezclado con momentos más pausados y atmosféricos, excelentes riffs y melodías bailables. La producción es muy diferente, sí, pero no hay nada sustancialmente diferente aquí a lo que nos tenían acostumbrados. Temazo. El hype está de vuelta.
Dentro del contexto del disco, «1985» brilla bastante más, y ha acabado por, qué cosas, gustarme tirando a mucho. El homenaje a Van Halen es claro, e incluso suenan un poco a Ghost (como hacen también en otros momentos del disco). La verdad es que la canción es pegadiza e infecciosa, muy elaborada y con riffs y melodías brillantes. Aún con una velocidad menos, no se escapan en exceso de sus registros habituales. El tema está lleno de momentos gloriosos y muy vacilones, bailoteos y puños en alto, y es adictiva como ella sola.
El tema título es una de mis favoritas. Empieza muy stoner, pero enseguida aparece un riff hipermotivante marca de la casa, con una también habitual guitarra acústica de fondo. Una canción muy típica de Kvelertak, que podríamos haber encontrado en alguno de sus dos discos anteriores. Encontramos la incorporación de unos coros limpios que quedan bastante bien y que me han cogido por sorpresa, contrastando con la voz siempre agresiva, monotonal pero sorprendentemente melódica de Erlend Hjelvik. Otro temazo que tiene pinta de convertirse en clásico de la banda.
También «Svartmesse» me suena un poco a Ghost (incluso el título, «Misa Negra», les pegaría perfectamente). A pesar de que el riff principal es bailable y tampoco es que esté mal, el tema me parece uno de los más planos y olvidables del disco. Algo parecido me pasa con «Ondskapens Galakse». Ésta es más obviamente ochentera y el riff principal, que recuerda un poco a una mezcla de Thin Lizzy y (ojo!) Roxette, es sin duda molón, pero al final se acaba haciendo pelín repetitiva, como si hubieran encontrado este riff y lo quisieran explotar sin saber muy bien qué hacer a su alrededor.
«Bronsegud» es otra cosa, mucho más punkera, macarra y dinámica, con un aire hardcore garajero a grupos como Randy (o sea, esencialmente ramonero) en las guitarras, la actitud y los detalles (como los grititos entre verso y verso). El riff principal también es Kvelertak 100%, con sus características tres guitarras.
Otro de los momentos más disfrutables es «Berserkr». Especialmente en su primer minuto es una auténtica bacanal: empieza con un riff black metalero histérico, con blast beats, gritos y ruiditos de guitarra, continua por arte de magia con otro gran riff NWOBM total, que podrían firmar bandas revivalistas como Enforcer o Wolf, y desemboca en un extraño redoble de batería sobre-producido y en super surround a lo Bonnie Tyler que nos catapulta hacia el verso. Divertidísimo. A partir de ahí la cosa es más tranquila, pero también tiene lo suyo.
«Hekesbrann» es sin duda la canción más ambiciosa que han hecho nunca Kvelertak, así como la más larga. Lenta y envolvente, con un aire progresivo, suena un poco a Baroness o Mastodon, y también tiene algún toque folk que recuerda a gente como Sólstafir. No es tan inmediata como la mayoría de sus temas, dejan la diversión a un lado y no hace que te levantes de la silla, pero es un corte muy elaborado, novedoso e interesante, sin perder un ápice de su esencia.
Si en su primer disco teníamos a «Nekroskop» y en el segundo a «Nekrokosmos», era de esperar la presencia de otra canción necrótica en Nattesferd. El sencillo riff sobre el que se construye «Nekrodamus» me recuerda a una amalgama de Black Sabbath, stoner, doom, los Iron Maiden de la etapa DiAnno y los Megadeth del Youthanasia. Es de nuevo lento y repetitivo, siguiendo un patrón parecido a otras canciones de este mismo disco, pero el riff es muy pegadizo, y el trabajo evolutivo alrededor del mismo, sin ser maravilloso, es resultón e interesante.
Por lo que veo pasa una cosa curiosa. Analizando el álbum con la cabeza me salen casi tantos temas normalillos como memorables. Pero el hecho es que, al acabar cada escucha, el cuerpo me pide volvérmelo a poner. Decía cuando hablaba del disco de Textures unas semanas atrás que era un álbum que gustaba más a la cabeza que al corazón. Pues a éste le pasa lo contrario. ¿Y al final, esto de la música va de esto, no?
En todo caso, aún y gustándole a mi corazón, no se puede obviar que cinco de las nueve canciones en Nattesferd son más bien lentorras y en general falta algo de la energía y la mala leche que los hizo famosos y apreciados tanto en el mundo en general como en mi mundo en particular. Sigue siendo un muy buen álbum, su evolución es interesante, han expandido su sonido y llegan a sitios donde nunca habían llegado antes, sin perder un gramo de su esencia. Seguro que este disco les abrirá algunas puertas y les colocará un paso más cerca del Olimpo del metal en los próximos años, cosa que tienen bien merecida. Pero aún teniendo algunas grandes canciones para añadir a su larga lista de temazos, a mí no me motiva tanto como Kvelertak o Meir.
Lo que sí que es importante es que estoy seguro (o eso quiero creer) que, por fin, y de una puñetera vez, tendremos a estos chicos en su propia gira de salas por la península, una experiencia que promete ser memorable. Sus únicas visitas hasta ahora han sido en el Primavera Sound de 2014 y en el Azkena del año pasado, así como teloneando a Slayer y Anthrax hace unos meses. Siempre que los he visto se han comido el escenario y han hecho bailar a todo el mundo, así que espero con ansias lo que será, seguro, la noche más sucia y sudorosa del año.
Artículo publicado originalmente en Metal Symphony.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.