Pues ese mes de septiembre de 1979 empecé BUP en una mierda de colegio de curas. Como era de prever, nunca me aclimaté a la rectitud meapilas de los profesores, ni a una clase sin chicas, con cuarenta tíos, la mayoría de ellos pijos de casa buena, con los que no tenía ninguna afinidad y que me veían como a un bicho raro. Normal. ¿Qué coño hacía un rockerillo de pueblo como yo, iluminado desde hacía poco por el punk, en un ambiente así? Solo hice un par de “amigos”. Uno, el Pifa, era un superfan de Kiss, a los que adoraba de manera desmesurada, llegando incluso a pinturrajearse como ellos a la menor ocasión. Según me enteré hace poco, el Pifa se metió en el seminario y ahora ejerce de cura en un pueblo de la Plana de Vic. No sé si también tiene las pinturas de guerra en la sacristía y en la soledad de las noches, en un entorno ecuménico, se disfraza y pincha el “Rock’n’Roll Over” (seguramente su mejor disco) mientras guitarrea con el cirio pascual subido al altar mayor y saca la lengua en señal de mofa a Don Jesucristo. Joder, con los Kiss, suerte que a mi no me llegaron a entrar nunca demasiado, a pesar de la obsesión del Pifa por dejarme sus discos. Por cierto, que en un pueblo de Tarragona también tengan un cura jevi, “El padre Johnny”, hace que uno se pregunte ¿la iglesia ha perdido el norte o lo han perdido los jevis? Seguramente las dos cosas.
El otro colega que tenía en los escolapios se llamaba Albert. Era un chaval que estaba más o menos en la misma situación que yo. Sus padres eran obreros, y debido a que el niño era un gamberro en potencia y lo habían expulsado ya de sus dos anteriores escuelas, éstos hicieron un “esfuerzo” económico para intentar enderezar el rumbo de la vida de su hijo a través de la disciplina escolar eclesiástica. Evidentemente no lo consiguieron. Solo estuvo medio año en el cole, lo expulsaron después de una de sus múltiples correrías. La definitiva fue poner la papelera llena de agua encima de la puerta entreabierta de la clase, que fue a parar por desgracia sobre la cabeza del profesor de música, el padre Biel, que se adelantó a los alumnos a la entrada de clase después de la hora del recreo. Era todo un Sid Vicious, y a la que le dejé el disco de los Pistols y vio de qué iba el tema, adoptó una estética punk radical, con sus pelos de punta, sus botas militares y sus cadenas, que le reportó bastantes problemas con el profesorado y más de una pelea con chavales más grandes. No supe nunca más de él hasta hace un par o tres de años, que un tipo gordo y calvo que paseaba un cochecillo con un bebé por una calle de Granollers me llamó por mi nombre. Era él. Estaba desconocido. Digamos que más que desconocido, la palabra sería estropeado. Me dijo que trabajaba en el sector del aluminio y que tenía tres hijos. Fue una charla rápida, sin mucha efusividad. No hablamos de música, no lo creí conveniente.
Analizando un poco el tema en plan churrimangui, me alegro de no haber sido seguidor de Kiss vistos los efectos colaterales sufridos por el Pifa, pero más me alegro de haber cogido la vía inglesa de los Clash, Buzzcocks y Damned, y dejar a los Sex Pistols bastante de lado, porqué los efectos colaterales se podrían haber convertido tranquilamente en daños colaterales.
En el tema musical, es decir, poder comprar más discos para ampliar mi pequeña colección, tuve que esperar otra vez hasta las navidades y reyes para conseguir dinero de la familia y agenciarme nuevos vinilos. Ya de lleno en la obsesión por encontrar más discos de punk, cosa nada fácil a finales del año 1979, me pude comprar el Give ‘Em Enough Rope (1978) de The Clash, de los Ramones me pillé el primero y el Rocket to Russia (1977), el Never Mind the Bollocks (1977) de los Sex Pistols, el In the City (1977) de mis estimados The Jam, el primero de los Madness, One Step Beyond… (1979), que nos inició en el ska, así como, espero ustedes entiendan el momento de mi compra y la edad que tenía, el primer disco de Ramoncín y WC? (1978).
¿El motivo de esta compra? Vi a Ramoncín por primera vez en la tele, es decir, en TVE, la única cadena que emitía aquellos años. Era un programa de entrevistas y entretenimiento que presentaba, agárrense… ¡¡¡Mercedes Milà e Isabel Tenaille!!! Al tío le hicieron una entrevista y lo presentaron como “El Rey del Pollo Frito”, una canción que salía en el disco y que le proporcionó ese nombre durante bastantes años y su fama inicial. Se presentó en la entrevista con un rombo negro dibujado en un ojo a modo de parche y los labios pintados de rojo, todo muy transgresor y provocativo, para ese momento vaya. Hizo algunas declaraciones explosivas, supongo que siguiendo la línea marcada por Malcom McLaren con los Pistols, por no hablar del tema que tocaron después de la entrevista, “Marica de Terciopelo”, otra canción que sale en su primer LP y que provocó la típica polémica en los medios de comunicación españoles, como sucede cada cierto tiempo, nada extraño pues, ya pasó también con “Las Vulpess” o con el tema de la ETA de ciertos grupos euskaldunes.
Evidentemente esos discos ya me metieron como un loco de lleno en el punk, junto con otras adquisiciones que se agenciaba mi amigo Sisa y que nos íbamos intercambiando, acrecentaron cada vez más mi interés por el “rock”, dejando de lado otra de mis pasiones que tenía desde la infancia, el fútbol.
A mi el fútbol se me daba muy bien, y como de pequeño no tenía bicicleta y muy pocos juguetes, me pasaba horas y horas en la calle futboleando como un poseso. Ahora ya solo conservo la precisión de mi zurda y un buen remate de cabeza, pero mis limitaciones físicas son tan grandes, que hasta un campo de futbol sala se me hace eterno!
Empecé a jugar en el equipo del pueblo cuando tenía 9 años. Debido a mi altura, mi fuerza de titán y que destacaba bastante, me pusieron a jugar con chavales que tenían dos y tres años más que yo. Eso parece que no pasó desapercibido por el Granollers, el equipo de la capital de la comarca, y cuando tenía 11 años me ficharon para jugar en los alevines, donde coincidí con Sergi López, que jugó de mayor en el Barça y en el Zaragoza, y que hace unos años, desgraciadamente, se suicidó. Con ese fichaje me sentía como Johan Cruyff, uno de mis ídolos de la época, bueno, de la época y de siempre, junto con el gran Migueli y Papitu Ramos, el primer lateral de largo recorrido que yo vi jugar. Recuerdo que mi abuelo Badó hizo un esfuerzo económico y me compró mis primeras botas Adidas. ¡Eran con tres rallas verdes y de tacos recambiables! Aunque no recuerdo, en toda mi vida futbolística, que nadie de mi familia viniera a verme jugar un partido. De entrada, el motivo era obvio, los currantes, en los años 70, trabajaban también los sábados por la mañana, por lo que nunca tuve ni la presión que actualmente ejercen muchos padres a sus hijos con el deporte, pero tampoco recibí ningún tipo de apoyo, ni moral, ni logístico, y mis desplazamientos a Granollers desde el pueblo eran en autobús primero y ya un poco más grandecillo en autostop, para ahorrarte la pasta y gastarla en otros menesteres más importantes, como alguna Coca-Cola o algún frankfurt post-partido en el Xavisan.
Mi ilusión esos años, como muchos chavales a esa edad, era ser futbolista y jugar en mi Barça. Pero esos cuatro años que pasé en el Granollers me hicieron bajar de esa nube, sobretodo a raíz de los partidos que jugábamos contra el Barça en la liga, en los que nos goleaban sin piedad, con chavales que eran más fuertes, más rápidos y con mejor técnica que nosotros. La desmotivación en ese sentido y el hecho de que todos mis amigos jugaban a balonmano en La Roca, así como mi nueva condición de rockerillo fumador y cervecero, hicieron que ese mismo invierno dejara el fútbol y me apuntase a balonmano con los colegas. Ahí empezó una nueva etapa deportiva de mi vida, que en el fondo no me fue tan mal, pero eso ya os lo explicaré más adelante.
Musicalmente hablando, por Sant Jordi, mi santo, pude agenciarme con tres discos más. Me pillé el Photo-Phinish (1978) del gran rockero irlandés Rory Gallagher (no solo de punk vivía el hombre), el Damned, Damned, Damned (1977), evidentemente de los Damned y el primer disco de los Specials, seguramente el mejor disco de ska de todos los tiempos, bueno, para mi gusto, todo sea dicho de paso. Mi incipiente colección iba aumentado poco a poco y nunca mejor dicho, así como mi obsesión por encontrar una manera de vestir que se me asociase con el punk, y no solamente lo de ponerse los pelos de punta, que eso fue fácil, sino lo de conseguir unas botas militares y una chupa de cuero, algo que ahora puede parecer lo más sencillo del mundo, pero en aquella época, si no tenías pasta o algún contacto con alguien que hacía la mili, era complicadísimo, al menos para un chaval de pueblo como yo, por lo que aún tardé unos años en poder vestirme como un “punk de verdad”.
Una de las cosas que recuerdo de esa época es que me pasaba el día haciendo autostop. Como la beca solo era para estudiar y mis padres no tenían pasta para que me quedara en el comedor del cole, al mediodía también volvía a La Roca para comer, y claro, para ahorrarme las 15 o 20 pesetas que me daban para el bus, pues al cruce a hacer autostop. Normalmente a esa hora siempre pasaba la misma gente y como muchos eran del pueblo y te conocían, pues no te pasabas mucho rato sacando el dedo. Eso si, un día me paró un señor mayor con un BMW. El tío iba muy despacio y empezó a hacerme preguntas sobre mi sexualidad. Que si me gustaban las chicas, que si tenía novia, hasta que llegó al tema de si ya me hacía pajas. Me estaba poniendo nervioso el viejo de los cojones. Al final, el tío no se cortó un pelo y me preguntó si me dejaba que él me hiciese una paja. Le dije que ni pensarlo, que parara el coche o le metía un puñetazo. El tío me dijo que me tranquilizase, que no me iba a forzar porque era viejo, pero me dio la moraleja de que fuese al loro con hacer autostop por si me paraba alguien más fuerte que yo y me violaba o me obligaba a hacer alguna otra marranada. «Será joputa el viejo», pensé.
Al final me dejó en La Roca y al cerrar la puerta del coche le solté un “¡Vete a la mierda maricón de mierda!” y salí corriendo Rambla abajo. Fui tonto, porqué no le pillé la matrícula, pero me quedé a gusto con el insulto, eso si. Este incidente hizo que durante unos días no hiciera autostop solo, incluso algún día llegué a coger el autobús, pero supongo que la inconsciencia de la juventud hizo que el tema se me olvidara y en un par o tres de semanas ya viese el tema del yayo maricón como una anécdota graciosa y volviera otra vez a desplazarme en coches ajenos. No tuve nunca más ningún problema de este tipo.
En fin, que el curso ese de BUP con los curas me fue fatal, suspendí cinco asignaturas y al final de curso decidí pasarme a FP y apuntarme al EDUCEM (en mi época aún se llamaba Academia Cots) para empezar a cursar Formación Profesional Administrativo, que solo de leer el nombre ya da cierto repelús, pero lo que pasó a partir de ese verano ya os lo explicaré en un próximo capítulo, si es que os apetece, claro.