Un montón de jardines por descubrir, unas impresionantes vistas de Barcelona (ciudad, playa y zona industrial), pequeños bares para beber o comer algo rápido, la Fundació Joan Miró, unos meses de julio y agosto durante los cuales poder disfrutar de la piscina olímpica o visitar el Estadi Olímpic Joan Companys. Hacía muchos años que no subía a la Muntanya de Montjuïc y, en menos de un mes, ya me he pateado las escaleras mecánicas (y las que no lo son tanto) en un par de ocasiones… ¡y qué dos ocasiones! Si hace solo un par de semanas Guns N’ Roses se marcaron uno de los bolacos de mi vida, pocos días más tarde eran los de Seattle los que hacían lo propio. Una montaña y unas instalaciones olímpicas a prueba de peludos y de decibelios. Eso está claro.
Si hace un par de semanas la comodidad me pudo y subí, cual rey sin corona, a lo más alto de la muntanya en autobús, en esta ocasión me dejé llevar por la emoción y el regocijo y decidí patear. La vedad es que es un trecho que, aunque cuesta arriba, no se hace para nada pesado. En mi aventura a pie me topé, básicamente con tres tipos de personas. Guiris que iban, bien camino del MNAC o de vete tú a saber dónde, fans de Pearl Jam de todo tipo y/o condición y señores morenos con bigote que, muy amablemente, se prestaban a cada tramo de escaleras a «avitiuallarnos» en nuestra particular maratón camino de coronar la montaña. Luego me enteré que, tanto la serveza-bier como el líquido elemento que gentilmente nos ofrecían tan insistentemente… no eran gratis.
Total, que cual Simon Yates, y tras un cuarto de hora bajo un sol de justicia (creo que no me voy a cansar de emplear esta expresión en lo que queda de estío), me hice con la victoria, no sin antes superar -a escasos metros de la meta- a una pareja de seguidores que, según creí entender, venían de Ponferrada. Para esa hora (no sería mucho más tarde de las 19:30), las colas para acceder, no al Palau Sant Jordi sino al recinto (¡ojo!) adyacente al Sant Jordi, ya eran más que considerables. Pero no son de esas colas sosas y aburridas, como cuando vas al Lidl a hacer la compra mensual o como cuando esperas para entrar al Auditori un domingo por la mañana para deleitar tus oídos con los sonidos de la OBC. Era una cola guay, llena de pasión, ganas, ansia, sudor y servezas-bier de a euro.
Como era de esperar, el acceder hasta la zona de taquillas iba a ser, una vez más, una pequeña odisea. Digo pequeña porque, obviamente, había bastante menos gente que días antes, cuando los de W. Axl Rose tocaron en el Estadi… pero una odisea, al fin y al cabo. Me abrí paso entre los plebeyos que, seguramente, llevaban ahí aguantando estoicamente horas de cola, para llegar justo a la vaya que hay delante del acceso principal. En ese mismo instante estaban abriendo dicho acceso para los socios del Ten Club, club de fans oficial de la banda, y aproveché para pasar y dirigirme hasta la taquilla para recoger mi invitación de prensa… y cuando digo «de prensa» me refiero exactamente a eso, pues la zona reservada para mis compañeros (para los periodistas de verdad) y para un servidor no era otra que la zona de prensa del Sant Jordi… sí, la misma zona en la que en tantas ocasiones se sentó el gran y tan añorado Jordi Robirosa. Apostoflant!
Tras quince minutos de pajareo por los aledaños del pabellón, y tras percibir que allí yo era el único catalán esperando, pues creo todos los que pululaban eran americanos, me dispuse a hacer cola para tomarme la primera cerveza de la noche. Sabía que me iban a sangrar a base de bien, pero aún así me puse a la cola… la cual abandoné rápidamente al ver que se abrían los accesos para acceder al interior del pabellón.
Una vez dentro, me dirigí a echar un ojo al merch y la verdad es que era todo un poco meh, comenzando por el colorido y gaudiniano póster diseñado para la ocasión que podéis ver aquí al lado… porque, oye, si no pisas tierras catalanas en doce años, cuando lo haces de nuevo, te vienes con un diseño guapo que te cagas… o no vienes. Eso está claro. Madre mía qué cosa más fea; que me perdonen los estudiantes de la Massana que acudieron también al evento. No, no digo que el diseño sea cosa suya, pero quizá ellos sí sepan descubrir la belleza que subyace tras tanto arlequín.
Camisetas y gorras a parte, el ambiente dentro del Sant Jordi era todavía algo frío, y visto que no iba a caer ninguna camiseta, decidí gastarme parte de mi escaso presupuesto en una cerveza de mierda, pero que para la ocasión se pagaba a precio de oro, pues no solo ya era cara de por sí (3,50 € el tamaño más pequeño) sino que, además, tenías que pagar un extra de al menos 2.00 € a modo de fianza por el vaso reutilizable. Joder, esto no empieza hasta las 21:30 y no pienso gastarme un euro más en berbercio aquí dentro, pensé para mis adentros. Total, que para hacer tiempo contacté con mi hermano, pues me constaba que rondaba por allí, y estuve con él la hora y pico que restaba hasta que dio inicio el espectáculo.
Quien más o quien menos, conoce a la banda. Puedes ser más o menos popi, puedes ser más del Sónar o preferir hacer el guiri en bikini en el Barcelona Beach Festival, pero has de saber (o haber oído alguna vez en tu vida) quienes son Pearl Jam. Pues, efectivamente… no es así. La persona que, muy gentilmente, vigilaba el acceso a la zona de prensa, no tenía ni puta idea. «Yo no sé quienes son los Pel Llam estos», me dijo.«Bueno, es una banda mítica de rock, Seguro que te gustan», le dije yo con lágrimas en la mirada. Al rato pensé que no importaba si aquella persona los conocía o nony que, la verdad sea dicha, incluso aplaudí el hecho de que no tuviera ni puta idea de la existencia de Vedder & Co. Total, es la misma persona que me dijo que sí que habían teloneros…
Sobre las 21:30 los de seguridad nos invitaron a que todos y cada uno de nosotros nos dirigiéramos a nuestras respectivas butacas pues la cosa estaba a punto de dar inicio. Así que me despedí de mi hermano y me ubiqué, cual periodista a punto de narrar la final de la Final Four, tras mi mesita, con mi bloc de notas y tomas para conectar a la corriente un posible laptop y demás enseres tecnológicos que no llevaba encima. Aquí, en Science of Noise, somos tan y tan underground, que antes que transportar un portátil, preferimos llevar papel y bolígrafo. Parecía que, más bien, me estaba preparando para hacer el examen de Filosofía de la Selectividad. Total, que a las 21:40 bajaron las luces (y menos mal porque ya llevábamos casi cinco minutos haciendo la ola, por cierto) y encendieron una par de pantallas gigantes que colgaban a lado y lado de un más que austero escenario para retransmitir, en vivo y en directo, la llegada al escenario de Eddie, Mike, Stone, Jeff, Matt y Boom. El escenario no era más que una tarima de color negro, de unas medidas considerables, sobre la cual solo habían técnicos, amplis, instrumentos y poca cosa más. Eso sí, unas cuantas lámparas muy del palo de las Industriell que venden en el Ikea, se iluminaban de diferentes colores mientras subían y bajaban a una velocidad envidiable, entre tema y tema. La primera en caer fue «Long Road», que nos pilló a todas con la guardia bajada, pues no solo es una de las canciones que menos se prodiga en directo, sino que es la cara B del single «I Got Id», que acompaña al álbum que todos menos Eddie grabaron junto a Neil Young en 1995, Mirror Ball. Acto seguido, empezaron a sonar los primeros acordes de «Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town», tema que nos sirvió para dar la bienvenida a la banda a través de su mítico «I just want to scream… hello…», momento este en el que todos aprovechamos para saludar a los de Seattle con la mano. Durante su ejecución, las luces que iluminaban el escenario dejaban entrever, tras la posición de Matt, una especie de enrejado muy de inspiración modernista… pero quizá solo yo lo percibí. De momento, la calma revoloteaba por el ambiente. Con «Corduroy», la que quizá sea su canción más conocida de su álbum de 1994 Vitalogy, y una de las favoritas del público, nos puso a todas a brincar como posesos, pero aún así nos quedaron fuerzas para acompañar a Eddie mientras entonaba el «Everything has chains…» que da paso a la tercera y última estrofa del tema, y al solo final interpretado por un Mike McCready que se mostró muy activo durante todo el espectáculo. Ya con todo el público entregadísmo, atacaron con «Hail, Hail», esta vez sin la guitarra que Eddie llevaba colgada desde el inicio del show, y la tralla continuó con «Mind Your Manners» y con «Do the Evolution», durante ka cual las luces blancas que inundaban todo el recinto dejaban entrever que ese del sold out era más de discutible, pues no solo quedaban algunas butacas vacías en las gradas sino que en la zona trasera de la pista la gente no temía, para nada, una posible invasión de su espacio vital, esa zona que a todos nos rodea y que la gente se empeña en violentar cuando vas en metro.
Tras seis canciones, Eddie Vedder, tras abrir la ya típica botella de vino, sacó un pedazo de pale de su portafolio para dirigirse a todos nosotros. Nos recordó cuánto tiempo hacía que no se dejaban caer por Barcelona y se aseguró de que todos estuviéramos bien y cómodos. Obviamente, la respuesta fue un rotundo y unánime «Yes!» Por último, nos recordó que unos días antes la selección española de fútbol había sido eliminada por la de Rusia, y que eso era una mierda… pero me da a mí, que por una u otra cosa, el fútbol, y sobre todo la selección, nos la pelaba a todos bastante. La intensidad rockera y la emoción bajaron de cuota con la interpretación de «Ghost» y «Nothing as It Seems» (que me sirvió para darme cuenta de lo bien que canta todavía Eddie) con un Jeff Ament sentado tocando el contrabajo.
Durante el segundo speech de la velada, Eddie nos dijo lo maja que era la gente con la que se habían topado recorriendo, no solo las calles de la Ciudad Condal, sino las de todas las ciudades en las que habían tocado desde que empezara su periplo europeo hace ahora poco más de un mes en Holanda. Con «Setting Forth» y una algo deslucida (¡joder!) «Given to Fly», llegamos al primer de tantos momento álgidos de la noche. Y no lo digo porque, justo en ese instante vi pasar por delante de mí a Jordi, vocalista de Mount Cane y Coet y fan confeso de la banda, sino porque empezaron a tocar «Tinny Penis Orange Man», también conocida como «Even Flow». Cómo se nota que saben lo que nos gusta. Cómo se nota que todavía disfrutan a full sobre los escenarios. Pedazo de solo que se marcó el bueno de Mike, quien creyó conveniente bajarse al foso para el deleite de la gente agolpada en las primeras filas. Ya con toda la banda en escena, pues McCready se había quedado solo durante su momento zen, Eddie n os solicitó un aplauso para ese genio tan injustamente infravalorado como es Mike McCready.
El momento más íntimo del concierto llegó con la magia de «Oceans». Durante la tercera ocasión en la que Vedder se dirigía a nosotros aprovechó para hablar de los fans de la banda, de esa comunidad que ha ido creciendo con ellos, con su música. Israel Barrales es un apasionado fan mexicano que perdió la vida en una intervención quirúrgica unos días antes de acudir a su onceavo concierto de Pearl Jam, el de Barcelona. A él le dedicaron la canción, que ganó en belleza gracias a todo un Sant Jordi utilizando las pantallas de sus móviles a modo de velas. Momento mágico y emotivo que seguro que Israel disfrutó desde su parcelita de Cielo.
Tras la calma de «Light Years», llegó la traca final, media hora larga de old school puro y duro. El lado más reivindicativo de la banda llegó con «Daughter», dedicada a todas nuestras esposas, vecinas e hijas, en lo que se convirtió todo un alegato hacia la igualdad de género. Acto seguido, y casi sin respiro, sonó «Jeremy», con un Ament que sacó a relucir su famoso Hamer de 12 cuerdas, y que mostró una total sintonía con un Gossard también en estado de gracia. La fiesta continuó con «Don’t Go», con salto final de Eddie incluido y con «State of Love and Trust», con un McCready que no se cansó de lanzar púas al público. La «última» canción fue «Porch», todo un alegato punk que nos regaló a un Eddie jugando con los reflejos de la luz sobre el cuerpo de su guitarra y a un Jeff que no se casaba de jugar con las lámparas que colgaban desde el techo. La apoteosis final llegó cuando el vocalista estrellaba el pie de su micro contra el suelo del escenario al mismo tiempo que Cameron marcaba el final del tema.
Tras una espera de no más de cinco minutos, la banda regresaba al escenario con la promesa de que iban a tocar tanto como nosotros quisiéramos. Tanto es así, que tocaron hasta doce encores, divididos en dos secciones. Antes de interpretar el primero de ellos, «Sleeping by Myself», tres bolas de color naranja recorrieron el escenario. «Barcelona has some balls… and they’re big… an orange», dijo Vedder justo antes de hablar de su tan querido presidente. También aprovechó la ocasión para explicarnos que había visitado la Sagrada Família y confesarnos cuánto le gustaba la obra de Gaudí. La segunda dedicatoria especial de la noche llegaría de la mano de «Come Back», en memoria de Gord «Fuckin'» Downie, vocalista de la banda de rock canadiense The Tragically Hip, quien falleció el pasado año víctima del cáncer. Tras «Lightning Bolt» llegó el momento más álgido de la actuación de la banda, y ka culpa la tiene ese temazo que lleva por título «Black». Unas preciosas luces de color rojo nos acompañaban mientras tarareábamos el tan típico «Tururu tururúúúú», que fue respondido con otro solaco (y ya iban unos cuantos) de McCready y con un Vedder dándolo todo a través de varios e innumerables «We belong together». Con la apoteósica «Once» y con un Palau saltando al unísono a través de las líneas de bajo de «Rearviewmirror» a ritmo de unos «So clear!» que se colaban por todos los rincones, la banda abandonó, por segunda vez, el escenario.
En ese momento recordé las palabras que Eddie nos dirigió justo antes de empezar los bises. La gente teníamos ganas de más, y más es lo que nos dieron. Tras un parón de solo tres minutos, la banda aprovechó para felicitarle el cumpleaños a Neil Hundt, drum tech de Cameron. Fue aquí, durante la interpretación del «Cumpleaños Feliz», cuando aconteció el único falló que cometió el Sr. Vedder, en toda la velada.. Con un Neil todavía desapareciendo entre bambalinas con una sonrisa en los labios, comenzó una versión algo diferente de «Smile», pues Ament y Gossard se intercambiaron los instrumentos. Al finalizar, Eddie le regaló su armónica a alguien del público. Tras la breve «Waster Reprise», sonó «Better Man» y el orgasmo se tornó en colectivo. Tal fue la catarsis que recuerdo haber eyaculado profusamente directamente sobre los compañeros de Europa Press situados justo delante de mí;nada que un buen kleenex ni pueda solucionar. Hasta cinco veces saltó Eddie al finalizar el tema. Y ya puestos, qué mejor que continuar con «Alive» un tema que, ya con las luces del Sant Jordi encendidas, se hizo más y más grande. Los típicos «Hey, hey!», que Eddie entonó desde el foso, sirvieron para dejar patente la atemporalidad de una canción que ha pasado a convertirse en el himno de toda una generación. El homenaje a The Who llegó con «Baba O’Riley», durante la cual el vocalista no paró de regalar todas las panderetas que un técnico se encargaba de lanzarle desde detrás del escenario. Por todos es sabido que un concierto de Pearl Jam sin «Yellow Ledbetter» no está completo y, tras la pertinente presentación de la banda, Mike empezó a interpretar su tan típico riff… a lo que Eddie le pidió que parara, pues tenía algo que mostrarnos. Se trataba de una carta escrita por un niño de nueve años, que resultó estar entre el público, acompañada de un dibujo de la banda. Para él fue el último de los temas que sonaron aquella noche. Me llamó especialmente la atención cuando Eddie recogió una pancarta que le lanzaron desde el público y que se encargó de mostrar a Jeff, quien decía que no repetidamente con la cabeza. En ésta se podía leer «Sweet Lew», en referencia a una cara B escrita por el propio Ament (el «Lew» se refiere al nombre cristiano de Kareem Abdul-Jabbar, famoso pivot de Los Angeles Lakers) tras un encuentro negativo que tuvo con el deportista durante un evento de caridad. Ament, un fan confeso del baloncesto, fue profundamente herido por la abyecta falta de interés de Abdul-Jabbar por su fandom personal. Joder, que pierdo el hilo… ah, sí. La banda se estuvo despidiendo del respetable y tal sus buenos cinco minutos, no os creáis, hasta que poco a poco se fueron yendo quedándose Eddie a solas con nosotros para recordarnos, una vez más, que somos «fuckin’ amazing».
Y así llegamos a casi tres horas de espectáculo, a casi tres horas de catarsis colectiva, de «OK, Pearl Jam. Os perdonamos por no habernos venido a ver desde el año 2006 y por tener que regresar ahora a pie casa porque el metro ya ha cerrado» y de eyaculaciones varias. ¡Larga vida al grunge!
Por cierto, ¿recordáis que varios párrafos más arriba os explicaba que si les devolvías el vaso reutilizable, te daban la fianza, en mi caso, de 2.00 €? Pues bien, vi a un tipo rebuscando entre la basura que se fue a casa con, alegremente, 30.00 € más en el bolsillo…
Setlist Pearl Jam:
Long Road
Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town
Corduroy
Hail, Hail
Mind Your Manners
Do the Evolution
Ghost
Nothing as It Seems
Setting Forth
Given to Fly
Even Flow
Oceans
Light Years
Daughter
Jeremy
Go
State of Love and Trust
Porch
—–
Sleeping by Myself
Come Back
Lightning Bolt
Black
Once
Rearviewmirror
—–
Smile
Wasted Reprise
Better Man
Alive
Baba O’Riley (The Who cover)
Yellow Ledbetter
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.