Como bien sabéis, una de las secciones estrella de nuestra revista siempre ha sido “La reseña improbable”. En ella, los redactores más valientes de esta santa casa se enfrentan cara a cara con discos que no escucharían ni en mil vidas con la encomiable misión, si el espíritu de la sección se respeta, de intentar encontrarle la parte positiva y, de paso, sacudirse algunos de los muchos prejuicios tontos que todo metalero que se precie lleva bien adentro. Personalmente, gracias a ella he tenido la oportunidad de reconciliarme con Sex Pistols (una banda que siempre había considerado un bluff) o matizar mi ancestral aversión a Mägo de Oz. Vamos, que ni tan mal.
A lo largo de este tiempo, ha habido algunas intentonas de llevar esta misma idea a los conciertos, pero siempre nos hemos encontrado con que nadie tenía realmente ganas de hacer previas (y ya no hablemos de pagar por ir, por supuesto) de Eros Ramazzoti, Camela o Rick Astley, así que acabamos por dejarlo ahí aparcado. Ahora, por fin, se ha presentado ante mis morros la oportunidad de arrastrarla de nuevo bajo la luz gracias a la visita de unos tales 31 FAM (una banda de trap – creo – con gran tirón – parece ser – entre los adolescentes catalanes) a nuestra amiga sala Nau B1 de Granollers. Huelga decir que el trap es un estilo que se aleja por completo de lo que solemos publicar en estas páginas (y así va a seguir siendo, faltaría más), pero la opción de asistir a este concierto tan extremadamente alejado de mis gustos con ojos de quererle ver la parte positiva me pareció un ejercicio interesante, tanto en el plano puramente personal como a modo de excusa para satisfacer un indudable interés periodístico y divulgativo que me permita fundar por fin una opinión propia sobre el tema.
He oído en múltiples ocasiones, y me parece una reflexión interesante que no quiero desdeñar a priori, que el trap es el punk de nuestros días. Más allá de las filias y fobias musicales de cada uno (eso que venimos a destruir en esta sección, ya sabéis), y dejando a un lado sus orígenes rock (unos) y rap (otros), es cierto que ambos estilos nacieron con una aura vagamente similar de rebeldía y nihilismo (lo primero que escuché nunca etiquetado con el nombre de trap fueron unos tales Pewn Gang, unos chavales malos y decadentes a rabiar que me horrorizaron y fascinaron a la vez), como contrapunto a “lo bonito” que simbolizaban tanto el perfecto rock progresivo / sinfónico en los 70 como la obsesión por la belleza, el cuquismo y la corrección política que inunda nuestra realidad actual a través de las redes sociales y el postureo indiscriminado por doquier.
Ambos estilos también apuestan por una cultura Do it Yourself. Unos se valdrán de cuatro instrumentos baratos y otros de un sintetizador, un móvil y un acceso a Youtube, pero ambos coinciden en hacer un énfasis relativamente menor en la calidad instrumental y musical de por sí: la actitud es mucho más importante que la música, y tan terriblemente malo era Sid Vicious tocando el bajo como cualquiera de los múltiples vocalistas que suelen copar este tipo de bandas de trap (uno de los miembros de los propios 31 FAM reconoció en una charla pocos minutos antes del concierto que no tiene ni la más remota idea de música). Pero eso es verdaderamente lo de menos, y lo importante es que este fácil acceso y esta cercanía convierte tanto a punks como a traperos en puntos de conexión, en uno di noi, con los aficionados más jóvenes de cada época. Y, a consecuencia de ello, por supuesto, la siempre lista y ávida industria musical los ha agarrado para explotarlos y exprimirlos (con su beneplácito, claro) hasta que no den más de sí y tengan que buscar una nueva gallina de los huevos de oro.
Dicho esto, si lo que quería era comprobar si la visita de 31 FAM a Granollers iba a ser algo comparable con los New York Dolls incendiando el CBGB’s a mediados de los setenta, está claro que ya me podía volver por dónde había llegado. Aunque nunca se sabe qué caprichosas certezas nos tiene preparadas el futuro, parece evidente que la propuesta de estos cinco jóvenes de Sabadell es bastante más inofensiva y taimada que lo que nunca fue ese punk primigenio, y difícilmente se me antoja destinada a trascender más allá del entretenimiento puntual de la época en la que se circunscribe. No sabría deciros si ocurre lo mismo con otras bandas del estilo que lo peten al mismo nivel (lo cierto es que no conozco a ninguna), pero la sensación que me dieron fue la de un puñado de amigos de escuela de pago y nivel cultural alto juntándose para divertirse y, en ocasiones, criticar tímidamente injusticias que nunca han tenido que sufrir en sus carnes (lo mismo que hacía yo con mi banda de thrashcore adolescente, vamos). También la mayor parte del joven público que casi llenó la B1 (y que se comportó de forma exquisita sin provocar el más mínimo jaleo) cumplía con un perfil similar, algo que no deja de ocurrir, igualmente, en cualquier concierto de rock o metal.
Curiosamente, este sábado 27 de noviembre fue un día en el que los comportamientos adolescentes se sucedieron de forma inesperada y especialmente intensa a mi alrededor, así que me pareció un final de fiesta la mar de apropiado meterme en una sala junto a más de 500 púberes desbordantes de hormonas. Y aunque varios conocidos de 19, 20 o 21 años me habían comentado con desdén y aires de superioridad que estos 31 FAM eran un grupo para críos, un rápido vistazo a la ordenadísima y larga cola que se formó ante las puertas, dónde no daban abasto en comprobar DNIs, pasaportes de buen ciudadano y autorizaciones de acceso a menores, me descubrió que también había una buena cantidad de veinteañeros que ya hacía años que se afeitaban aguardando con similar interés.
Una vez dentro me encontré con un montón de chavales (y sobre todo chavalas) agolpados en las primeras filas con chiribitas en los ojos y móviles al viento, dando un aspecto magnífico a una sala a la que le cuesta a horrores congregar a tanta gente para un concierto de rock (S.A. al margen, claro). En contraste con esos niveles de excitación, en la zona del bar (aún separada de la pista por a saber qué razones sanitarias exactas están vigentes a día de hoy), se nutría de cuarentones y cincuentonas, en su mayoría solitarios y cerveza en mano, dejando claro que habían venido única y exclusivamente a acompañar a sus hijos mientras procedían a apoyarse contra las paredes laterales y traseras de la sala mirando constantemente el reloj con cara de preguntarse qué habían hecho mal. Vamos, que por si alguien tenía alguna duda, la eterna brecha generacional y la perpetua incomprensión y desconfianza artística entre padres e hijos sigue igual de viva que siempre.
Tras unos minutos de retraso que dieron tiempo a procesar toda la cola, se apagaron las luces, el escenario se llenó de humo y, entre la sinfonía de gritos excitados procedentes de la pista, cinco muchachos saltaron al escenario dando botes y rebosando actitud y flow (un flow galáctico, llegó a comentar un chaval cerca nuestro con gran emoción). Uno de ellos se colocó directamente tras un sintetizador (único atrezzo que pudimos ver encima del escueto escenario), aunque lo cierto es que tras apretar algún botón aquí y allí lo abandonaba a menudo, demostrando así que la importancia de lo que hacía en el global de lo que estaba sonando era más bien poca. De hecho, la mayoría del tiempo eso era más bien una suerte de karaoke, con música y sonidillos invisibles de fondo y los cinco chicos alternando protagonismo al micrófono como si fueran una boy band de las de toda la vida, pero sin preocuparse por bailar demasiado. La gente del público, eso sí, venía con los deberes hechos y coreó casi todas las canciones de pé a pá (también sin bailar demasiado, por cierto) para felicidad tanto de los de arriba como de los de abajo. Y a eso habíamos venido, claro.
Este aire que os digo a boy band ochentera se acrecentaba aún más en aquellos momentos en los que cuatro muchachas ataviadas con pantalones militares color caqui, tops negros y cola alta de caballo saltaban al escenario a bailar en impoluta y enérgica coreografía. Aparecieron tan solo un par de veces, y siempre durante un breve lapso de tiempo, pero probablemente demostraron más talento bruto y más preparación escénica que sus cinco compañeros masculinos. Uno de ellos se erigió como aparente líder, pero ninguno fue demasiado protagonista ni cantaba especialmente bien. Por suerte, ese casi omnipresente autotune tan popular en la música actual y que tanta grima me da no hizo nunca acto de presencia., y si lo hizo fue de forma tan leve y disimulada que ni tan siquiera lo percibí.
De carisma también les vi un poco justitos (algo que tampoco es exclusivo de este estilo, que el carisma va caro y buscado en todos sitios), mientras que visualmente no se diferenciaban demasiado unos de otros: similar corte de pelo, tez generalmente rasurada y uniforme a base de pantalones claros, sudaderas anchas y accesorios innecesarios como un bolsito / riñonera o un plumón rojo que desbordaba flow pero que el pobre chaval en su interior debía estar asándose. Un look muy de rapero ochentero pero no demasiado malote cuyo espíritu y motivación postureica poco difiere de lo que nos solemos encontrar encima de la mayoría de escenarios rockeros y metálicos (unos estilos, los nuestros, que de pose van más que sobrados – y si no, que se lo digan a Dark Funeral tocando en el Parc de Can Zam a las tres de la tarde -).
No sé si lo que hacen estos chicos es realmente significativo del estilo al que se adscriben o tienen un sonido más o menos propio, pero lo que yo vi aquí fue una especie de rap suavito y algo chill, con melodías desganadas pero a la vez positivas y luminosas. En según qué momentos (y coincidiendo con el uso del castellano en contrasposición con el habitual catalán) se animaron con algunos clásicos tun-tu-pan-tun-pás reggeatoneros, pero también por suerte, fueron los que menos (el trap parece que lo puedo tolerar, pero el puto reggaeton sí que es superior a mí). Aunque no me enteré mucho de las letras, sí que pillé al vuelo la frase “estàs més bona que els canelons de la iaia” dentro de la interpretación de la celebrada “Una nena catalana”, mezclando así el proverbial y cuqui costumbrismo del nuevo pop catalán tipo Manel o Els Amics de les Arts con la ranciedad ancestral de (casi) toda música hecha por el hombre blanco. Vamos, que de revolución, bien poca.
Más allá de unos pocos detalles, en general todas las canciones me sonaron bastante parecidas tanto en composición como en sonido, y en lo musical, el punto álgido y diferencial para mí llegó cuando un chaval con pelo largo recogido en trenzas se subió al escenario, agarró una Stratocaster y empezó a marcarse algunos punteos muy bonitos y deliciosamente cercanos al jazz que estuvieron acompañando la música durante algunos momentos. Y aunque la mayoría del público se lo miró sin pena ni gloria, el tío demostró más tener más flow de ese que todos los que nos encontrábamos allí juntos.
El concierto duró 75 minutos exactos y, tras una siempre efectista explosión de confetti y de que invitaran a subir a dos nerviosas y excitadas aficionadas para que cantaran durante quince segundos de reloj, no hubo ningún ademán de volver para hacer bises. Y como esto los bises a mi me parece un paripé sin ni pizca de necesidad, la verdad es que a mí me pareció la mar de correcto. Si no me parara a analizarlo mucho, en lo puramente subjetivo el concierto no estuvo mal, y lo cierto es que en ningún momento me aburrí ni se me hizo largo. Tampoco se me caen los anillos por decir que moví las caderas en más de una ocasión (oye, ya que voy, pues por qué no, ¿verdad?), pero a pesar de que la gente disfrutó lo suyo y que la banda acabó más que satisfecha con la interacción que allí se produjo, difícilmente se me ocurre pensar que estos chavales puedan trascender más allá de una moda pasajera. Pero bueno, mi capacidad para vaticinar cosas nunca ha sido precisamente infalible, así que vete a saber.
Lo que está claro es que para un aficionado a la música en directo como yo no hay duda que todo esto es una patraña, ya que de verdaderamente directo hay bastante poco. Pero no caeré en esa tentación tan viejuna de decir que lo mío sí que mola, que en nuestra época sí que sabíamos hacer las cosas y que esto es un truño sin ningún tipo de valor, porque tampoco pienso que sea así. Por lo pronto, y aunque en lo musical me deje totalmente frío, celebro sinceramente que cinco colegas de Sabadell con ganas y buena voluntad sean capaces de congregar a tanta gente joven ante un escenario. En estos tiempos en que todo lo enlatado y virtual parece tomar precedencia sobre la realidad, y más aún entre los jóvenes, cualquier atracción hacia las salas me parece algo a celebrar. Mi capacidad de valorar la bondad de su propuesta artística es limitada, así que dejo que el éxito de convocatoria y consecuente felicidad hable por sí sola.
Mi resumen particular es que no lo pasé mal ni me pareció en absoluto horroroso, pero que ni el trap en general ni 31 FAM en particular se han ganado un nuevo fan en mí. No he sentido ni el más mínimo atisbo de curiosidad para ir a buscarlos a Spotify a posteriori y es más que probable que no vuelva a verlos nunca de forma voluntaria. Tampoco soy del todo capaz de responder del todo a la pregunta que formulo en el título de esta crónica, ya que creo que esta banda en particular no representa esa vertiente primigenia y «peligrosa» del trap que sí que podía tener alguna conexión con los orígenes del punk. Así que lo dejaremos en el aire para que cada uno de vosotros lo analicéis como queráis, y si queréis. Por lo pronto, deciros que siendo un concierto con más de quinientos espectadores no hubo ni un solo medio ni fotógrafo acreditado, lo que demuestra que estamos tan demodé como el propio rock. Eso sí, directos de Instagram se hicieron un montón.
Por último, agradecer como siempre a la gente de la Nau B1 de Granollers por programar conciertos para todos los gustos representados en la ciudad con independencia de estrictos criterios de preferencias o de convocatoria, llevando a cabo impecablemente su función como equipamiento municipal al servicio de todos. Nuestra próxima visita a esta sala, si los dioses de la pandemia lo permiten, estará despojada de todo experimento e improbabilidad, y será el día 22 de enero con mis adorados Toundra (presentando su nuevo trabajo, Hex) como protagonistas. ¿Y lo que molaría que hubiera tanta gente como hoy? Sería una sorpresa, está claro, pero en nuestras manos está.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.