Bueno, pues después de meses dando la tabarra con previas y con entrevistas a punta pala, el calendario nos daba por fin de bruces con la primera edición del esperado festival malagueño Rock the Coast. La curiosidad, lo prometedor del emplazamiento y el completo cartel que lucía en esta edición inaugural hicieron que me animara a venir a pasar unos días a la Costa del Sol, una idea que parecieron compartir un montonazo de aficionados barceloneses (algunos conocidos y otros no) que se dejaron ver en el aeropuerto de El Prat desde primera hora de este mismo jueves para demostrar su fidelidad al rock, al metal, y me atrevería decir que, en parte, también a Madness Live, promotora responsable del tinglado a la que muchos ya le han (y le hemos) cogido cariño gracias al buen trabajo que han demostrado hacer a lo largo de los años. Una vez cerrada la persiana del Be Prog y desvinculados de la organización del Leyendas del Rock, los chicos de Madness han invertido todos sus esfuerzos veraniegos en intentar crear un festival a la altura de las grandes citas del calendario peninsular. Y visto lo visto, todo apunta a que lo han conseguido y que la apuesta va para largo.
Aprovechando la oportunidad de disfrutar de unos días de desconexión en la Costa del Sol, convencí a la familia para pillarnos un magnífico (y económico) apartamento con una terraza gloriosa a una calle de la playa y a diez minutos a pie del recinto del festival. Por lo que he oído, estas últimas semanas ya era muy complicado encontrar alojamiento decente, pero cogido con meses de antelación, lo cierto es que había muchas oportunidades excelentes (nota mental para los que tengais pensado venir en próximas ediciones) y a muy buen precio. Y por si fuera poco, al llegar nos recibieron tres cervezas fresquitas en la nevera y una bolsa de patatas fritas en el armario. El coste total del detalle no llega probablemente a los tres euros (sobradamente cubiertos por cuatro noches de apartamento para tres, ya os lo digo), pero ayudó a empezar la cosa con una sonrisa en los labios (¡Gracias!).
Personalmente, había estado en Málaga y en otras localidades de la provincia, pero nunca en Fuengirola, un enclave costero y eminentemente turístico una cincuentena de kilómetros al oeste de la capital. Un rápido paseo por la ciudad hace que te des cuenta inmediatamente de que se trata de un sitio absolutamente perfecto para montar un sarao así: una playa inmensa de aguas cristalinas, una temperatura más que agradable en esta época del año, bares y restaurantes para parar un tren en el que todo el mundo habla inglés (incluso más que español), precios más que competitivos si vienes acostumbrado al norte de la península (y del extranjero ya ni te cuento), una conexión perfecta desde el aeropuerto (media horita en tren) y, finalmente, un recinto absolutamente idílico y preparado para eventos así, con el mar detrás y un chiringuito en la puerta. Vamos, que así a bote pronto no se me ocurren muchos motivos para que este Rock the Coast no se convierta rápidamente en un éxito y en lugar de peregrinaje habitual de más y más rockeros cada verano.
No sabemos si este va a ser el formato en el futuro, pero esta primera edición el festival contaba con dos días de conciertos (viernes y sábado), cuyos principales reclamos eran bandas tan populares como Rainbow, Scorpions o Europe y que repasaremos con el detalle que se merecen en los próximos días. A modo de fiesta de presentación, el jueves se programó un concierto exclusivo de la banda noruega Wardruna en el Castillo de Sohail, una especie de fortaleza medieval situada en lo alto de un montecillo (de cuya cuesta acabaríamos hasta los mismísimos) y que iba a albergar el tercer escenario del festival, destinado a las bandas menos populares del cartel. El proyecto de folk nórdico liderado por Einar Selvik no se prodiga demasiado en directo, y gran parte de su encanto reside en que los contados conciertos que dan tienen siempre lugar en emplazamientos especiales. El Castillo de Sohail demostró cumplir perfectamente estos requisitos, y su descarga resultó ser absolutamente preciosa y tremendamente emotiva.
Este concierto de presentación no estaba incluido en el abono del festival, y aunque se había generado cierta expectación en los meses previos, en parte me sorprendió que hubiera tantísima gente (y muchos de ellos vestidos de paganos o vikingos para la ocasión) para ver a una banda que no tiene estrictamente nada de metal en su música (aunque sí en su espíritu). No llegó a ser del todo sold out, pero el evocador patio del castillo (que hoy en día es más bien una muralla con un patio y cuatro paredes semi derruidas enmedio, todo hay que decirlo) presentaba un aspecto magnífico, quizás el más concurrido de todo el fin de semana. Es posible que el hecho de que tanto Einar como la banda hayan sido los encargados de componer algunas de las músicas de la exitosa serie televisiva «Vikings» tuviera algo que ver con tan generosa afluencia, pero el hecho es que, durante el concierto, a mucha gente parecía que se la traían flojísimos y que no entendían en absoluto qué es lo que estaban haciendo allí.
Así que bien, una vez hechos los canjes de pulseras y acreditaciones, saludados a cuántos nos encontramos y superada la larga cola que precedió y sucedió a la apertura de puertas (la única destacable de todo el fin de semana), nos encaminamos cuesta arriba hacia el castillo mientras admirábamos el precioso recinto que nos iba a acompañar en los próximos dos días. Y a las 21:45 en punto, una vez el sol se hubo escondido tras las montañas prelitorales y todo el mundo se había colocado ya en su sitio con notable expectación, salieron al escenario seis tíos (bien, cinco tíos y una tía) ataviados con austeros ropajes medievales y agarrando instrumentos poco comunes en la música que solemos escuchar en el mundo del metal: percusiones, flautas, arpas tradionales o larguísimas trompetas (que suenan un poco como un didgeridoo australiano) formaban la base de la hipnótica música de Wardruna, mientras que el lamento casi constante de Einar y de su contrapunto femenino Lindy Fay Hella nos animaban a dejarnos ir y a compartir con ellos un completo estado de trance.
Como he dicho antes, en la música de esta gente no hay nada de rock ni de metal, almenos de forma estricta. Pero más allá de que Einar fuera miembro fundador de Gorgoroth y de que el propio Gaahl fuera el primer cantante de la banda, hay mucho en su espíritu con el que nos podemos sentir familiarizados, empezando por la pesadez, la oscuridad, la fuerza y la terrenalidad, todos ellos elementos clave en la evolución de algunos de los sonidos extremos de ascendencia pagana que hemos podido escuchar a lo largo de los últimos años. Por eso mismo muchísimos fans del metal han hecho de Wardruna uno de los suyos, y hoy fliparon totalmente con su actuación (vi más de un llanto entre los presentes). Otros, en cambio, ni entendieron ni quisieron entender su propuesta, confusos ante la ausencia de distorsión y de patrones familiares. Para ellos, el concierto de los noruegos fue un completo aburrimiento, y así lo demostraron chismorreando con el de al lado durante la hora y media que duró.
También percibí, y en realidad fue lo que más me gustó, una conexión clara con otras músicas tradicionales de pretensiones y funciones espirituales, desde melodías shamánicas a mantras hindúes con percusiones repetitivas y sonidos profundos. Por ejemplo, la atmosfera musical que lograron generar me recordó en muchos casos a lo que se vive en las visitas la guru india Amma a Granollers (y a otros sitios, claro, pero ahí es donde la veo yo cada año). No es ni el lugar ni el momento para introduciros la figura de esta señora (podéis encontrar toda la información aquí), pero la última de las tres noches que duran sus estancias en cada ciudad se convierten siempre en una gran rave hindú, con música rítmica, hipnótica y meditativa (en directo) sonando hasta el amanecer. Centenares de seguidores y de curiosos, vestidos siempre de blanco, se pasan la noche bailando, dejándose ir y entrando en trance bajo esos ritmos llenos de subidas y bajadas de intensidad. Y lo que viví yo con Wardruna se acercó mucho más a eso que a cualquiera de las sensaciones a las que estamos acostumbrados en un concierto habitual. Eso sí, tienes que cerrar los ojos y dejar que te atrape.
Con la ayuda de sobrios y efectistas juegos de sombras, Wardruna fueron descargando ritos tradicionales nórdicos un tras otro bajo un aura constante de misticismo y ritualidad, alternando momentos intensos y bombásticos con otros llenos de dulzura y sensibilidad. Debo confesar que mi conocimiento previo de la su música tendía a cero (perdón), con lo que gran parte de los diecisiete temas que interpretaron en la hora y media que duró su actuación me resultaron mayormente indistinguibles (lo que no quiere decir ni mucho menos planos). Aún así, hubo pasajes que destacaron especialmente dentro del gran viaje que fue su presencia aquí. En especial, hubo un momento en el que Einar se quedó solo con su voz y su arpa para interpretar un tema absolutamente precioso que estremeció y llenó de emotividad el patio del castillo, un lugar en el que los aplausos y las ovaciones resuenan de una forma especial y te ponen la piel de gallina. Odio demostrar mi ignorancia de esta manera, pero gran parte del público pareció responder apasionadamente a él, así que imagino que debió tratarse de una de las piezas más conocidas. Y la verdad es que no me extraña nada de nada.
Durante la mayor parte de su descarga la banda no se dirigió al público en absoluto, resguardando así el aire severo y misterioso que les rodea. Pero poco antes del final Einar decidió romper con eso y ponerse a interactuar con la gente, justificando su mal español y vocalizando la felicidad que le producía la ocasión. Una felicidad que se vivió con reciprocidad en la audiencia, que acabó emocionándose y coreando insistentemente su nombre. Después de dos bises (inesperados pero probablemente preparados) y de una completa explicación de la razón de ser de la banda y de las canciones y significado de su propuesta («Helvegen» fue brutal), Einar se quedó solo de nuevo para interpretar, creí entender, un tema de Vikings (no he visto la serie, así que no sé). Fue una pieza con un espíritu muy similar al resto del concierto y sirvió para cerrar una descarga memorable y muy distinta de lo que estamos acostumbrados que fue despedida con aplausos generalizados y la sensación que habíamos vivido algo especial.
Por supuesto, haber metido este concierto enmedio del festival habría deslucido totalmente su hecho diferencial y lo único y particular de su propuesta. En cambio, meterlos como evento a parte me pareció todo un acierto y una manera de convertir su actuación en mucho más que un concierto. La hipnótica y espiritual descarga de Wardruna fue toda una cerimonia de apertura de este Rock the Coast, del que probablemente sea el primer Rock the Coast de muchos. Los dioses nórdicos han hablado y dieron su bendición, y la gran mayoría de asistentes a este ritual celebrado en lo alto del castillo también: todos los augurios son buenos; ahora solo falta ver si se cumplen. En unos días, veremos como transcurrieron las jornadas del viernes y del sábado.
Setlist:
Tyr
Wunjo
Bjarkan
Heimta Thurs
Thurs
Runaljod
Raido
Völuspá
Isa
UruR
Algir – Stien klarnar
Dagr
Rotlaust tre fell
Fehu
NaudiR
Odal
—
Helvegen
—
Snake Pit Poetry
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.