Cuando Justin Vernon mueve ficha, uno se pone en alerta, pues sus movimientos siempre acaban por convertirse en uno de los hitos musicales más importantes del año en curso. No en vano, Bon Iver ha logrado ser uno de los artistas con raíces más cercanas al folk capaz de encabezar festivales de la talla de Primavera Sound, Mad Cool Festival, Rock Wrechter o Lollapalloza.
Su majestuosidad componiendo es comparable a la de otros genios del folk tradicional como Bob Dylan o Leonard Cohen, a la vez que su impacto desgarrandóse el alma en cada nuevo tema tiene símilitudes al de artistas como Nick Cave o David Bowie. Cuando Justin Vernon se pone el traje de Bon Iver, todo es posible; no hay más que revisar su discografía.
Con su debut titulado For Emma, Forever Ago (2007) nos regaló un perfecto álbum que define al milímetro lo que entendemos por folk. Temas delicados en los que la guitarra acústica se entremezcla con una interpretación estremecedora de unas líricas cargadas de mundanidad, de pérdida y de los anhelos que forman parte de la vida. La vida y sus contratiempos siempre han soportado el peso en la carrera de Vernon, y su voz, sin arreglos, tiene más potencial y visibilidad que cualquier otro instrumento que se precie.
Su segundo trabajo se publicó en formato EP. Blood Bank (2009) fue una muestra latente de la continuidad de su acertada propuesta. Posteriormente, decidió aventurarse en su tercer trabajo y realizar un viaje por las entrañas de la Norteamérica más rural y ampliar su abanico de posibilidades con un inmenso self-titled Bon Iver (2011). Vernon viajó a lo más profundo de su ser y se “ruralizó” para descubrirse mejor a sí mismo. Como resultado, Bon Iver abrazó el chamber pop de una manera totalmente desacomplejada y los pasajes mostraban una evolución y un trabajo más elaborado, fiel a su quimera, plasmando sus principios y desgarrando cada milímetro de su ser.
Con 22, A Million (2016) sintetizó su sonido y robotizó su dulce y tenue voz, y nos ofreció una descarada imagen de innovación que, si bien un servidor no llegó a aprobar por completo, un nuevo mundo de posibilidades se abrieron en su presente y futuro. En parte se olvidó de la música “manual” para interactuar con máquinas que aportaban sonidos, distorsiones y efectos. Enormes canciones se juntaron con momentos demasiado arriesgados e incluso monótonos. La experimentación jugó en su papel menos folklórico pero más metódico. Justin no precisa de nadie para crear lo que le salga del alma. Solo necesita anhelos. En él se muestra la batalla de un cantautor que huye de la música de masas y el propio confort logrado en su homónimo disco. Quizá el desapego resultó demasiado estimulante para nada. Bon Iver ya nunca será el secreto a voces, el icónico arquetipo del folk del siglo XXI, ya nunca podrás escuchar sus temas en abierto con la certeza de que la gente no sabe qué suena en el reproductor. Bon Iver ya no es el depredador escondido en la espesura que ataca a sus presas inesperadamente; es el depredador que se luce por la sabana sabiendo que, entrando a atacar, conseguirá lo que se proponga.
I, I (2019) es una perfecta suma de sensaciones; la calidez de sus primeros discos se funde con la experimentación de 22, A Million. I, I es exactamente la pieza perdida entre Bon Iver y 22, A Million. Como una piedra rosetta, I, I nos abre las puertas a la mística interconexión de los elementos que se mueven en la siempre inquieta mente de Justin Vernon.
Tras poder ver a Bon Iver en el Primavera Sound y Mad Cool, al fin tendremos la oportunidad de verle en un show propio. Tras reprogamarse un par de veces por el covid, finalmente, el próximo 7 de noviembre tendremos en Barcelona a Justin Vernon.