Hace cosa de cinco o seis años me fui a la ahora felizmente remodelada sala Apolo 2 para ver a Blues Pills, una de las bandas que más me flipaban en esos tiempos (y ahora, supongo, si no fuera que hace meses que no los escucho). Los suecos, liderados por la magnética, impresionante y bellísima Elin Larsson, venían con un discarral imponente bajo el brazo, un cancionero acumulado en pocos años que echaba para atrás y un mojo que se olía a kilómetros a la redonda. En consecuencia, la sala presentó un sorprendente sold out y atrajo a gente de todas las edades preparados para rendir pleitesía a unos nuevos ídolos que, quizás inexplicablemente, se han diluido un poco desde entonces.
Los teloneros en esa ocasión fueron unos tales Pristine, unos noruegos que pocos conocían (yo les había escuchado muy por encima, que estamos en época pre-revista) pero que acabaron dejando a la totalidad de la sala con la mandíbula en el suelo. La intensidad de su música y de su presencia escénica, con el torbellino que es la pelirroja Heidi Solheim a la cabeza, hizo palidecer a los cabezas de cartel, que para más inri no estuvieron especialmente enchufados esa noche. Pristine se erigieron como grandes triunfadores en una noche en la que llegaron casi por sorpresa (los dos o tres segundos de silencio que transcurrieron entre el final de «Don’t Save My Soul» y la estruendosa y emocionada ovación del público me pusieron la piel de gallina), y con ello se introdujeron rápida y firmemente en mi radar.
Un par de años más tarde publicaron Ninja y vinieron a presentarlo a la sala Rocksound barcelonesa como cabezas de cartel. Animado por esa primera impresión y por un disco más que digno me planté ahí mismo, ahora ya sí en plena era Science of Noise, para ver de qué eran capaces en un entorno teóricamente propicio para ellos. Y lo cierto es que, una vez más, y aunque quizás no me sorprendieron tanto como en ese primer y apasionado encuentro, demostraron tener todo lo que hace falta para calentar y llevarse por delante cualquier sala que se precie gracias a la potencia y el groove de su blues rock clásico y, una vez más, al vozarrón y a la energía brutal que desprende Heidi sobre un escenario.
Dos años después los volvemos a tener por aquí presentando el que es su nuevo disco, titulado Road Back to Ruin y publicado en 2019. Quizás se trata de un trabajo algo más calmado y menos crudo de lo que fueron sus cuatro álbumes anteriores, pero canciones como «Sinnerman», «The Sober» o la que le da título al disco son armas más que suficientes, junto a su fondo de catálogo, para arrasar de nuevo con una sala (en este caso la también pequeña Sidecar) que promete sudar con ellos por todas sus paredes.
Para acompañarlos en esta velada, una de las grandes sensaciones del nuevo hard rock barcelonés como son The Mothercrow, que con un solo disco en el mercado han entrado a por todas en el circuito catalán con una propuesta infecciosa, bailable y llena de feeling y una energía sobre el escenario difícil de resistir. La verdad es que tenía bastante curiosidad por verlos y el anuncio a última hora de que iban a ser ellos los encargados de abrir este concierto me ha motivado aún más a acercarme con todas mis ganas a la poco habitual pero práctica Sidecar, donde nos espera una noche de rock clásico, blues y hard rock de las buenas.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.
