Siempre he creído que los ingleses Tindersticks surgieron en el momento oportuno. Su hipnótico debut (el de la llamativa bailarina de flamenco en la portada) vio la luz justo tras la eclosión del grunge y un poco antes del auge del Britpop, debido a lo cual logró cautivar a la mayoría de la prensa especializada y a un predispuesto gran número de público. Su siguiente álbum homónimo, de similar magnífica prestancia, reafirmó los peculiares postulados musicales del sexteto y, en consecuencia, consolidó su status. A partir de aquí, pese a mantener un considerable nivel compositivo en los posteriores trabajos («Curtains» o «Simple Pleasure»), fueron perdiendo seguidores hasta llegar a una temporal disolución en 2003. Cinco años después, el núcleo duro de la formación original, el vocalista Stuart A. Staples, el guitarrista Neil Timothy Fraser y el teclista David Leonard Boulter, refundaron la banda con la inclusión de Dan McKinna al bajo y Thomas Belhom a la batería (más adelante sustituido por Earl Harvin).
Convertidos en esencial grupo de culto, el próximo martes 25 de febrero presentarán su alabada nueva obra, No Treasure But Hope, en un Palau de la Música Catalana que ya los acogió en un lejano 1999 (un concierto del que guardo un placentero recuerdo).
Y un aviso para los asistentes despistados: en su actual setlist predominan las creaciones de su reciente duodécimo disco de estudio, más algunas perlas de su segunda etapa (por ejemplo, «Medicine» y «A Night So Still» del notable «The Something Rain») y tan sólo unos puntuales rescates de sus gloriosos inicios («Her», «Jism» e, indudablemente, «Another Night In»).