Ya volvemos a estar aquí. Debo ser el pringao de Science of Noise porque aparezco por esta sección cada tres por cuatro, y normalmente para reseñar mierdas. Sí, esta vez no es una excepción.
El amigo Beto, que va de ecléctico y modernete, suele tener un gusto musical bastante asqueable, y si le gusta esto que me ha encasquetado, corrobora esta afirmación. Bring Me the Horizon, o BMTH… ¡vamos, hombre! Recuerdo cuando salieran lo criticados que eran. Todo el mundo decía que eso no tenía nada de metal, y por si acaso, yo pasaba de ellos, me alejaba, no fuese a pegárseme la peste negra. Y mira por donde, a esta edad, en estos tiempos, me tengo que poner a escuchar a unos caballeretes que van de guays, que pueden gustar a mucha gente, pero de los que es imposible distinguir una canción de otra. Al menos en este Sempiternal (2013).
Antes de entrar a valorar, veamos qué dice Internet, a nivel más o menos técnico:
Sempiternal es el cuarto álbum de estudio de la banda de rock británica Bring Me the Horizon. Fue lanzado el 1 de abril de 2013 en todo el mundo a través de RCA Records, un sello subsidiario de Sony Music, y el 2 de abril de 2013 en los Estados Unidos y Canadá a través de Epitaph Records. Es el primer álbum que presenta al ex tecladista de Worship, Jordan Fish y se cree que es el último álbum que presenta al guitarrista Jona Weinhofen. Sin embargo, el papel de Weinhofen en el desarrollo del álbum ha sido objeto de controversia.
El disco tiene 11 temas en su versión estándar para un total de 44:21 minutos, tres cuartos de hora de tortura infinita para los pacos con gusto musical excelso. En general, encontramos música con cierta melodía pero con un sonido horrendo, como si entrásemos en un matadero donde los pobres animales son degollados. Y una voz que grita más que cantar. Esto no lo entiendo, ¿por qué en estos estilos de música parece que el cantante se ha dado un golpe en el meñique del pie? ¿Dónde quedaron los cantantes que siguen una línea melódica? Así crece la juventud…
“Can You Feel My Heart” da el pistoletazo de salida, que ya podría ser en la sien. Tiene algunos arreglos que, de ser con otro sonido (ojo, ya no hablo de instrumento, hablo del sonido propiamente dicho) podría ser interesante, pero como es como es, la hacen insufrible. “The House of Wolves” gana enteros. Al menos el ritmo es mucho más adecuado para días de mierda, la batería es molona y aquí los arreglos sí están bien. ¿Qué la jode? La forma de cantar, obviamente. Pasa lo mismo con “Empire (Let Them Sing)”. De verdad, que voz (o qué forma de cantar) más terrible, fastidia lo bueno que el grupo pudiese hacer. Por lo demás, y a pesar de la guitarra, muy pesada, me recuerda al primer tema. Y con sonido de anuncio de radio llega “Sleepwalking”, que nos hace repetir lo mismo una y otra vez. Puede tener arreglos interesantes (especialmente los hechos con teclado), pero todo el resto hace que sea infumable. De nuevo y especialmente… sí, lo has adivinado: la forma de cantar.
Bajo el genial nombre de “Go to Hell, for Heaven’s Sake” está el sexto corte. Empieza bien, mejor que los anteriores, y tiene cosillas interesantes. Aquí hasta la sal en las heridas que debe tener el cantante suena decente, que no bien. Y la melodía tampoco está tan mal como podría uno esperar. Con unos coros que tienen su encanto llega “Shadow Moses”. Tímida al principio, con caña cuando el metraje avanza. Sin ser gran cosa, seguramente sea el mejor tema del disco. El título “And the Snakes Start to Sing” es engañoso, pues debería ser “The Pigs in the Slaughter Start to Sing”, y mira que empieza melódica, casi como caricias, con una voz que no perfora tímpanos. Desemboca en un tema de tempo lento que la hace más escuchable que el resto, quizá porque obliga a que la voz no haga esas estridencias mortales que nos han acompañado hasta ahora. Y acabamos el segundo bloque con “Seen It All Before”, muy parecida a su predecesora pero con la voz esa tan fea.
“Antivist” empieza mejor, más cañera, con un redoble de caja interesante, pero lo que parecía que iba a ser un “Rapid Fire” se queda a medio camino. Sí, tiene su encanto, tiene su punto, pero viendo las expectativas, se queda en un quiero y no puedo. Y si no os gusta, digo lo que entre gritos agónicos cantan, “I don’t give a fuck”. Por los mismos derroteros va “Crooked Young”, que no sé qué aporta, más allá de un estribillo que no está mal. Acabamos (¡acabamos!) con “Hospital for Souls”, que es donde me van a tener que llevar. ¡Qué visionarios, los británicos! Un inicio algo más misterioso que el de las 10 canciones precedentes, con un in crescendo que no está mal, da paso a un medio tiempo que, para mí, sería otra de las destacadas del disco. Los interludios la hacen interesante, pero no más.
Lo siento, pero no. Esto no es lo mío, no lo va a ser y no quiero que lo sea. No me gustan las voces de matadero, no me gusta la distorsión excesiva en las guitarras ni la falta de melodía. Ahora será guay ir de modernete y que te gusten estas cosas, pero escuchándolas, no me extraña que a los metaleros se nos mire mal.
Para resarcirme y poner un poco de cordura en la vida, nomino a Ricitos de Oro, aka Rubén de Haro, a explorar el delicioso Theater of Salvation (1999) de Edguy, uno de los lanzamientos imprescindibles del power más puro.
Llevo en esto del heavy más de media vida. Helloween y Rhapsody dieron paso a Whitesnake y Eclipse, pero Kiske sigue siendo Dios.
Como no sólo de música vive el hombre, la literatura, Juego de Tronos y los tatuajes cierran el círculo.
Algunas personas dicen que soy el puto amo, pero habrá que preguntarles por qué.