Es la quinta vez que llega a mi tejado la molesta pero divertida patata caliente de las reseñas improbables, y de momento mi balance es algo irregular. Los nu-metaleros americanos P.O.D. me parecieron verdaderamente insufribles, el Jesús de Chamberí de Mägo de Oz superó de largo las nulas y prejuiciosas expectativas que tenía sobre él, mi enfrentamiento con un disco de los del montón de Def Leppard me resultó tan insulso y aburrido (quizás incluso más) como a sus propios fans y, finalmente, el único disco de Sex Pistols resulta que es un artefacto mucho más molón de lo que había creído en toda mi vida.
Pero a pesar de que ninguna de esas bandas me gustaba demasiado a priori (y de aquí su elección para mi improbable, claro), en todos los casos tenía algún tipo de expectativa u opinión preconcebida sobre ellas. Pero a riesgo de que me llaméis ignorante, lo cierto es que cuando me propusieron a Laibach como objeto de este artículo no tenía ni puñetera idea de quién eran esta gente. A bote pronto temí que iban a sonar a algo parecido a Lacrimosa (no me preguntéis por qué, pero esta fue mi primera asociación instintiva), y creedme que eso habría sido un desastre ya que nunca he podido con ellos. Pero un vistazo rápido a su biografía me revela que estos señores son una especie de amalgama de rock industrial (o marcial, llega a poner por ahí), experimental, música neoclásica, avantgarde y no sé cuántas cosas (a cuál más jodidamente densa) más.
Además, descubro con cierta sorpresa que provienen ni más ni menos que de Eslovenia y que en realidad Laibach es como se llama en alemán la ciudad de Ljubljana (¿sabéis que no tenía constancia de ningún grupo esloveno hasta ahora?), que se formaron en el ya lejano 1980, que su influencia en la escena contracultural de su país va mucho más allá de la música, que no han parado nunca y que ya llevan una quincena de discos de estudio a sus espaldas, más multitud de recopilatorios, rarezas (como si lo que hacen normalmente no fuera ya una rareza, ¿no?), bandas sonoras, EP’s, singles y un montón de cosas que ignoraba por completo y que les convierten, parece, en todo un tótem de culto dentro del panorama europeo más vanguardista y experimental. Pues vaya.
De toda su extensa producción, parece que este Opus Dei, tercer eslabón de su discografía de estudio y publicado en 1987, es su verdadera opera magna (gracias, Jaime por, al menos, no enchufarme algún disco rebuscado, oscuro y desconocido). He de decir que a priori todos estos estilos que parece que les definen no son precisamente mis géneros de cabecera, así que en principio la cosa no tiene mucha pinta de revelación apocalíptica. Pero a pesar de que inevitablemente me enfrento a él con cierta cautela y de que estoy totalmente preparado para un choque frontal de absoluta incomprensión y obtusidad, allá voy con la mente lo más abierta posible y sin querer conocer nada más de la banda ni del disco que lo que os acabo de poner aquí arriba.
Le doy al play y en un primer momento no me queda del todo claro si esto es un disco en directo o qué, ya que lo que oigo son palmas masivas y un bombo animándolas. La confusión va en aumento al ver que se apuntan unas trompetas y el estribillo del ultra conocido «Life is Life», que recordaréis (o no) como uno de los múltiples one hit wonders bailables de esos que nos deleitaban por todos lados en los ochenta (originalmente grabado, por cierto, por unos austriacos apropiadamente llamados Opus – y vete a saber tú que el nombre del disco no venga por eso -). En un primer momento pensaba que yo que sé, que harían un trocito de versión y luego irían a lo suyo. Pero no, durante los primeros cinco minutos y medio del disco magno de su carrera, estos tales Laibach se dedican a versionar en alemán un one hit wonder popero contemporáneo de los ochenta a base de disonancias desconcertantes, ritmos marciales, pianos vampíricos, voces profundas y solos rarunos. Empezamos bien.
La confusión llega ya a ritmos insospechados cuando veo que el segundo corte del disco es otra versión, esta vez ni más ni menos que del «One Vision» de Queen. Joder. Pero es que no es ni tan siquiera un clásico, sino un tema que los británicos habían sacado tan solo un par de años antes como avanzadilla de A Kind of Magic. En realidad no alcanzo a entender si hay una parte de parodia o qué (porque en algunos pasajes lo parece), pero a pesar de que encontramos algunos elementos similares en lo estilístico y musical, esta rendición germanizada y rebautizada aquí como «Geburt Einer Nation» («Nacimiento de una nación») resulta bastante más luminosa que lo que asomaba del primer corte del disco. Yo, la verdad, es que no sé muy bien qué decir.
Y claro, llegados a este punto estoy casi excitado esperando otra versión de algún clásico ochentero de segunda fila, pero a pesar de que primeros compases de «Leben: Tod» me quieren recordar a algo, al buscarlo veo que ahora ya estamos estamos ante la primera canción propia del disco (spoiler alert: a partir de ahora casi todas las que quedan son propias). Aún así (o gracias a ello), la verdad es que la canción tiene su gracia, con sus voces profundas y repetitivas, su ritmo machacón y casi pegadizo y sus inesperados y curiosos ataques de viento. Quizás el cambio de tono intermedio me deja un poco asá, pero en general no está mal. Mejor que las versiones.
«F.I.A.T.» empieza como una pieza clásica bastante épica, interesante y evocadora. Al cabo de un minutillo y medio nos vamos a una especie de mezcla entre Kraftwerk y el canon de melodía instrumental ochentera, para acabar mezclándolo todo con más o menos naturalidad en una inquietante (aunque quizás demasiado larga y repetitiva) banda sonora gótico-electrónica que, la verdad, tampoco acaba de desagradarme del todo. Es todo bastante raro, no hay duda, pero por el momento (y ya estamos acabando con la cara A) la cosa me está pareciendo más accesible de lo esperado y, por qué no decirlo, quizás incluso me está gustando bastante más de lo que creía.
La cara B empieza con otro bombástico pasaje orquestal que me recuerda a los compositores rusos más floridos de finales del siglo XIX (imaginaos al señor Mussorgsky exhibiendo pinturas, por ejemplo) y que podría colar perfectamente como himno glorioso de cualquier país tiránico. Cuando ya lo tenía olvidado, y para mi sorpresa mayúscula, al cabo de un rato vuelven con el puñetero «Life is Life» (ahora en inglés). Y una vez más, no se conforman con un ratito, sino que se cascan otra versión entera (¡y distinta!) del temilla de marras. Y en vez de ser oscura y disonante como antes, ahora tiene un aire puramente marcial y épico. Entiendo que en su momento la gente de la época pudo llegar a tener una ligera obsesión con un tema así, y sin duda parece tratarse de todo un himno de la carrera de Laibach, pero a mí me parece una completa exageración que la versionen ya no solo una sino dos veces. Por cierto, que el vídeo patriótico-mesiánico-totalitario que lo acompaña tampoco tiene desperdicio.
Continuamos con «Trans-National», que por el nombre yo me esperaba algo muy kraftwerkiano. La influencia de los alemanes está ahí, por supuesto, como lo está a lo largo de todo el disco, pero no más especialmente en este tema que en los demás. Se trata de un corte bastante raro, con un poco de pastiche / machembrado de partes de otras canciones junto con ruiditos varios y momentos recitados sin demasiado sentido. Aquí desarrollan la vertiente más ruidosa y caótica de su experimentalidad, cosa que resulta curiosa pero que no me me convence tanto (quizás incluso me resulta un pelín peñazo) como, por ejemplo, las dos canciones que cerraban la primera cara y que, en mi opinión, se están convirtiendo claramente en mis favoritas del disco.
Entramos en la recta final con «How the West Was Won», un tema machacón y guitarrero (por fin) que se parece un pelín a «Leben: Tod» y acaba mezclando todos esos elementos con escarceos electrónicos y melodías raras a lo Bruja Avería (dicho esto con total cariño). En contraste, «The Great Seal» es una épica sinfonía de viento y cuerdas con percusión antémica y marcial. La verdad es que, visto lo visto, esta gente se podría dedicar a ir vendiendo himnos a países de nueva creación, porque muchos de sus pasajes más clásicos tienen un aire inconfundible e invitan a ponerse de pie con la mano en el corazón. Para acabar con el alarde patriótico que se respira en este tema y en el conjunto del disco, nos despedimos con el famoso speech de Winston Churchill (ese «we shall fight on the beaches»…. «we shall never surrender» que la mayoría de la metalada conocerá del principio de «Aces High»).
La edición posterior en CD incluye también cuatro cortes extraídos de Baptism, una banda sonora que compusieron (creo) para una especie de obra de teatro del transgresor colectivo multicultural Neue Slowenische Kunst, al que pertenecían, y que publicaron a finales de ese mismo 1987 (ya os digo yo que esta gente ha sido verdaderamente prolífica a lo largo de su carrera). Como no forman parte estricta del disco original (y porque creo que «The Great Seal» es el final más adecuado) he decidido dejarlos fuera de esta reseña, pero en todo caso os conmino a que les peguéis también un orejazo si no los conocéis y lo que leéis aquí os despierta cierta curiosidad. En mi opinión, aunque contienen algunos elementos comunes con lo que vemos aquí se nota muchísimo que forman parte de otra cosa, tanto a nivel de producción y sonido como estrictamente estilística. Eso sí, «Jägerspiel» es verdaderamente curiosa y divertida.
Así pues, ¿qué? ¿Me ha gustado el disquillo? Pues la verdad es que no lo tengo claro del todo. Me esperaba un disco más denso y desconcertante de lo que ha resultado ser, y sin duda estamos ante un colectivo musical valiente y talentoso. Las versiones me han descolocado bastante (y más aún, aunque eso le añada una cierta personalidad a la cosa, que haya dos de una misma canción), pero hay otros cortes que no están nada mal y se respira un cierto aire pretencioso y salivero a que aquí «ocurre algo». También os diré que muy difícilmente me lo volveré a poner a menudo, pero ahora como mínimo he matizado mi ignorancia sobre un grupo que si bien es lógico que no haya trascendido a las masas, si que entiendo perfectamente que tenga una cierta significancia histórica y que haya adquirido estatus de culto por poco que el resto de su producción se parezca, tanto en calidad como en originalidad, a lo que encontramos en este Opus Dei. Vamos, que quizás no es para mí, pero tiene mi Seal of Approval.
Y bueno, cómo no el último párrafo de esta (y de cualquier otra) reseña improbable está dedicado a ver a quién le enviamos el marrón para la próxima. Y tras alguna que otra negociación, hemos decidido que el afortunado recipiente de la pelotita sea nuestro compañero Jonathan Pernía, adalid de la oscuridad y vocalista de los death/doom metaleros euskaldunes Hex. Y aunque tentados estábamos de cascarle algo de Bon Jovi, hemos decidido aprovechar el hype y que le pegue una escucha al nuevo disco de Ghost, Impera. A mi juicio, un discarral tremendo de melodía e himnos de estadio, con lo que me corroe le curiosidad de saber cómo se ve con oídos extremos. ¡Mucha suerte!
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.