Cuando el compañero Jonathan Pernía pidió un candidato para recoger el testigo de esta sección en la que reseñamos discos supuestamente alejados de nuestras preferencias, y tras levantar yo la mano, se mostró dispuesto a ser benevolente. Mi respuesta, que procedo a copiar y pegar de un profundo antro del Karalibro fue:
«Ya me mola la esencia de la sección: abrir (o no) nuevos horizontes mentales incluso en las mentes de los colaboradores. De todas formas, te comento:” – le dije- “crecí básicamente, y dejando de lado mi gusto por el rock y el punk más urbanos, inmerso en el power metal de los 90 y el heavy más clásico. Con el tiempo he ido adquiriendo gusto por el progresivo y por bandas más inclasificables (…). Si lo que de verdad quieres es hacerme pupa, ponme delante de voces guturales, temáticas satánicas…»
Creo que era un mensaje suficientemente ambiguo como para que el compi siguiera con sus buenas intenciones de facilitarme la tarea mencionando algún álbum intermedio o se aferrara a la primera aseveración de mi mensaje. Optó por lo segundo y me contestó:
«Pues me interesaría ver tu punto de vista y leer tu análisis del Scum (1987) de Napalm Death«.
Solo quiero agregar tres cosas a esta intro:
- Reproducir lo que le dije en el siguiente mensaje que le mandé: “Sssssssssssstupendo, kabronazo” asegurándoos que ambas palabras me salieron del alma;
- Admitir que estoy viejo para estas mierdas, noisers. Y que mi orgullo, sin embargo, me obliga a no desdecirme y a enfrentarme a una puta bomba sónica como el álbum propuesto con la mejor de mis predisposiciones. Y:
- Adelantar que al final de esta reseña sabremos si ese “o no” que incluí en mi primera respuesta gana a mi capacidad de salir de mi zona de confort sonoro. Vamos a ello.
Scum, lanzado en 1987 por Earache Records como clara respuesta a la sobre-explotación de géneros ya empalagosos, cansados y cansinos a esas alturas, como el hair metal, es el primer álbum de Napalm Death y está considerado el pionero definitivo de un nuevo género: el grindcore. ¿De qué estamos hablando? Básicamente, y siendo muy reduccionistas, de un paso más en lo que se refiere a velocidad, distorsión, brutalidad y rabia. Muy influenciado por el hardcore punk de la época, bastaría con decir que los seguidores de dicho género suelen utilizar un símbolo consistente en dos corcheas tachadas. En su voluntad de convertirse en el referente de la anti-música, o de lo que los ignorantes y/o no iniciados podrían (podríamos) calificar de mero “ruido”, el movimiento optó también por la mezcla de voces guturales y alaridos. ¿Y qué decir de Napalm Death? Pese a que los ingleses llevan desde 1997 con una formación inamovible, ninguno de los músicos que milita en la banda a día de hoy estaba en sus inicios. De hecho, si nos centramos el disco a reseñar, la movida no deja de ser curiosa: se trató de un LP de dos caras, grabadas en distintos momentos, con distintos medios y distinta orientación, en las que el único músico coincidente es el batería/malabestia Mick Harris, quien fue también la mente pensante, el motor del proyecto y el máximo responsable de que el trabajo saliera a la luz.
Dice alguien anónimo en un portal especializado del Internés al respecto de la obra en cuestión: “Es tontería despedazar esta masa informe de cemento por canciones (…), pues es como intentar separar una a una las palabras de una frase. Todas te dirán algo distinto, pero juntas es cuando las lees y cobran verdadero sentido y te das cuenta de porqué están juntas, de que hay un motivo por el que están todas las que están y son todas las que son. Porque tiene que ser así, y punto. Se creó así, y así se ha de disfrutar hasta el fin de los tiempos”. Tras las tres primeras escuchas estoy totalmente de acuerdo así que permitidme que, mientras realizo la cuarta, simplemente os transmita mis sensaciones y pensamientos, obviando el track by track:
Cara A
Una conclusión anticipada: a pesar de lo supuestamente inaccesible de la propuesta, hay más intención y mensaje sólo en el aceleradísimo transcurso de esta primera parte del disco que en algunas supuestas obras maestras del progresivo más gafapastil.
Tras una intro que suena tanto a declaración de principios como a anticipo de lo que está por venir (la cadencia recuerda a una creciente cuenta atrás), y durante los apenas 6 minutos que ocupan los siguientes 4 tracks, si uno presta atención no puede hacer más que constatar que tanto las letras, muy de izquierdas y por tanto esenciales y clarividentes, como la parte instrumental, en ocasiones pura locura, en otras con más musicalidad de lo que cabría esperar (en las partes más grooveras de la canción homónima, por ejemplo, se puede entrever el futuro deathmetalero por el que iría apostando el grupo en futuros lanzamientos), lo que tenemos delante es un tremendo grito de rabia de unos jóvenes muy enfadados con lo que les estaba tocando vivir. Mientras retumban los blast beats en mis tímpanos, no puedo dejar de acordarme de los pogos en los conciertos de los proto-Soziedad Alkoholika. Y San Google mediante (complicado entender algo de la lírica si no dispones del libreto), las letras me retrotraen a momentos en los que gritábamos, abrazados dando tumbos por la implacable ciudad, borrachos como piojos, las letras de “Os engañan” de Eskorbuto.
Mientras suena “Polluted Minds” me apresuro (aquí no hay tregua, como me enrede en más de dos segundos en mis conexiones mentales se termina la canción) a recordar, y sonreír mientras lo hago, algún video en el que el ya mencionado Mick Harris, explicando el cómo y el porqué de sus atronadores y machacones ritmos, instaba al personal a dejarse de sesudos análisis y entender que él lo único que pretendía era hacer lo que ya estaban haciendo compañeros como Charlie Benante pero jodida e inhumanamente más rápido. Y punto.
“No solo contaminan nuestro aire, también contaminan nuestras mentes”; “He sido decepcionado por mis amigos y aquí termina nuestra amistad”… Las letras también van al grano. Déjense de ostias.
Llega “Siege of Power” que, con sus tres minutos y cincuenta y nueve segundos es la composición más larga (con diferencia) de los dos lados del plástico. Trallazo, temazo. Sorprendente moderno para su época, comienza también muy proto-death para derivar, de nuevo, en energía desatada y terminar con un solo de guitarra doblada (a cargo de Justin Broadrick, quien militaría posteriormente en innumerables proyectos, entre los que destaca Godflesh) que pareciese beber de la incipiente escena thrash. Durante la escucha no puedo evitar volver a pensar en la maqueta Intoxikación etílika (1990) de S.A. y me pregunto si Napalm Death en general y el “Scum” en particular no serían una influencia directa para los de Vitoria. Roberto Castresana, su antiguo y fundacional baterista, me contesta que, si bien no recuerda que el vínculo fuese nítido, sí que tiene que admitir que el movimiento grindcore, así como otros géneros extremos, fue muy importante tanto en la gestación de su banda como en el sonido que le imprimieron: “La brea que metían todos estos grupos sí que influenció en nuestra manera de tocar, sobre todo en cuanto a la velocidad y contundencia ”.
La cara A, en la que Nick Napalm se hace cargo de voz y bajo, echa el cierre con tres cortes de menos de dos minutos, durante los cuales no puedo hacer más, una vez liberada la mente de prejuicios y acostumbrados los oídos a la provocación, que cabecear al ritmo de unos riffs incontestables y una ejecución provocadora y provocativa, y con una canción que ha pasado a la historia por ser considerada, con sus 1’316 segundos, como la más corto de la historia: “You Suffer”. ¿Por qué?, nos preguntan los Napalm. Que cada cual se conteste.
Cara B
Volvamos a empezar por el final: si la primera parte de Scum tenía un pie y medio en el hardcore de origen más punkarra, resulta más reseñable aún que en esta segunda, grabada sólo unos cuantos meses después, ya se puede intuir la deriva más metalera que Napalm Death iría cogiendo en futuros lanzamientos; lo cual no deja de ser curioso si tenemos en cuenta que, de los 16 tracks restantes, nueve no llegan al minuto, y ninguno alcanza el par de ellos. Pero ya sabéis, si la escuchamos como un todo…
Pareciera imposible llevar aún más al extremo la propuesta, pero ya en los tres primeros cortes queda claro que la intención era esa y ¡vaya si la formación lo logra! Valga como anécdota esclarecedora que la gran mayoría del material fue compuesto por Harris sólo dos de las cuerdas de una guitarra. Todo fue grabado, retocado y mezclado en un puñado de horas. El resultado, fuertemente influenciado por la capacidad de cambiar del registro de ultratumba al alarido cuasi-blackmetalero por parte de Lee Dorrian, así como por una afinación más baja de la guitarra de Bill Steer, es demoledor y, para qué negarlo, a mí me resulta más indigesto. “Tienes un cerebro, quítate las riendas. Destruye los grilletes, rompe las cadenas”. Las letras, sin embargo, por muy manidas que puedan parecer (ellos mismos cantan en “Negative Approach”: “Nada que pueda decir que no haya dicho ya; palabras y pensamientos genéricos expresados de forma similar”), siguen en boga y a mí siguen llegándome.
La tormenta continúa sin respiro hasta que en “Deceiver”, el track 18, el muro sónico conseguido gracias a los efectos logrados en la mezcla en estéreo, sobre todo en las voces, nos da otra pista del por qué de la consideración que tiene Scum; y hasta que en “Parasites”, el 19, el bajo cobra un protagonismo inusual hasta el momento y vuelve a aclararnos que en todo esto hay más conciencia de la que pudiera parecer. De aquí al final no cabe, en mi caso, señalar nada novedoso.
Para terminar, dejad que me reitere en lo ya de por sí evidente: Napalm Death pretendieron, con éste su primer álbum, dar al traste con todo lo preestablecido en el mundo de la música supuestamente contestataria y metalera. En un momento podemos escucharles berrear: “Modelo de virtud. Modelo de mierda”. Viniendo la palabra virtuosismo de la raíz de virtud… siendo el virtuosismo lo que pareciera dominar la escena en aquel momento… blanco y en botella. Esto no va de hacerlo mejor que nadie. Va de hacerlo más brutal, más honesto, más molesto y más estomacal.
Pero, ¿se me ha abierto o no un nuevo horizonte mental gracias a esta reseña? Citando una frase de David Anthony con la que sintonizo plenamente, “como muchos álbumes que terminan siendo los cimientos de géneros completos, Scum es más importante que bueno”. Paradójicamente, aún no sé si, a nivel personal, el álbum terminará siendo una obra importante en mi discografía dada la deriva que mis gustos han ido adquiriendo, pero intuyo que sí que va a un recurso muy bueno para aquellos momentos en los que la rabia más visceral y la necesidad de liberar energía se apoderen de mí.
Llega el momento de nominar, así que nomino al bueno de Israel Merc para que nos narre qué le parece Once (2004), el quinto trabajo de estudio de los fineses Nightwish. ¡Suerte!
Vivo en una cueva (no pienso deciros donde que me la okupais, so rojeras) de la que nunca salgo, con un lemur, al que llamo Simple, que se encarga de comprar (en el Bonpreu, of course, que soy asceta pero molt català) víveres para ambos y, de vez en cuando, chivarme kosikas sobre eso que los mortales llamais Jevi Metal o RokanRós para que yo, después, y sin ningún tipo de criterio ni el más mínimo sentido del gusto, dé mi opinión al respecto y algún medio de comunicassao, en este caso el de los científicos del ruido, se atreva a publicarlo. Jamás dejaré de perder. Si quereis, perderos conmigo…