Últimamente esta sección se está convirtiendo en una de mis favoritas, por una parte me “obliga” a escuchar discos que, o tenía mega olvidados, o que posiblemente nunca me acercaría a ellos. Por otra, me gusta ver como se desenvuelven mis compañeros de redacción en estilos que no son precisamente los suyos (ver a Toni López hacer una reseña de Björk es más raruno que encontrar a alguien que no se duerma con el Lulu (2011) de Metallica). Susana Masanés me nominó para hacer la reseña del cuarto álbum de los americanos Poison, todo un desafío para un servidor, ya que el exceso de sombra de ojos, rímel, cardados y laca, me han producido siempre algo de alergia.
El que me conozca medianamente bien sabe que siempre he sido de moverme por diferentes estilos musicales y sin titubear afirmo que puedo sentirme cómodo en terrenos que pueden ir desde el death metal más brutote al dark-wave o al synthpop, pasando por el prog, o indie, pero si hablamos del hard rock más glammy la cosa cambia. Cuando con 12-13 años empecé a meterme en esto del metal/rock muchas bandas como Stryper, Warrant, Cinderella o Mötley Crüe (¡¡grande, Dr. Feelgood!!) pasaron por mis cassettes, y aunque engullía todo lo que me iba grabando, desde Whitesnake a Slayer, pronto me empezaron a tirar más los riffs cortantes, las cruces invertidas y las muñequeras de pinchos, dejando de lado a esos hombres de aspecto afeminado que si hubiesen estado en El Prat de Llobregat en vez de en Sunset Boulevard habrían hecho cola en la misma peluquería a la que iba mi madre. Poison pertenecen a esa clase de bandas que alguna vez, por aquel entonces, pasaron por mi equipo de música sin prestarles demasiada atención, incluso podría afirmar casi convencido que por ahí tenía original la cassette del Flesh & Blood (1991). De la banda formada en Pensilvania puedo decir sin tener que documentarme demasiado que ha sido una de las que más éxito y discos vendió en Estados Unidos desde los 80 hasta mediados de los 90, que singles como “Every Rose Has Its Thorn” o “Something to Believe In” han sonado hasta en la sopa, que Bret Michaels por aquella época era un tío buenorro baja bragas con abdominales a lo CR7, y que en la portada y fotos promocionales de su disco debut bien bien podrían salir en ellas Rocío Jurado o Bonnie Tyler y ni te darías ni cuenta. Cachondeo aparte…. poco más podría decir de Poison, así que vamos a ponernos manos a la obra con este Native Tongue.
El disco lo abren unos sonidos tribales donde los timbales y la percusión ponen música perfectamente a esa extraña y oscura portada. Seguidamente en “The Scream” ya puedo notar que el sonido de la banda ha cambiado ligeramente, o por lo menos no me suena a lo poco que había escuchado de los Poison con C.C. DeVille. La imprenta de un jovencísimo Richie Kotzen, recién entrado en la banda para reemplazar a DeVille, es brutal en este tema (como lo será en todo el disco), y es que la carta de presentación de los “nuevos” Poison suena más contundente, bluesera y funky que antaño. Documentándome sobre este Native Tongue he podido leer que con los años Kotzen ha argumentado en más de una ocasión que se encargó de casi la totalidad de la composición del mismo, Bret Michaels terminó tan harto de DeVille que le dio a Kotzen total libertad para la creación del disco. Una de las composiciones donde Kotzen dejó más su aroma fue en “7 Days Over You”, de los temas que más me han gustado del disco. Tiene ese toque negroide que tanto caracteriza a las obras del guitarrista, los coros rayan a gran altura, hay hard rock, blues, algo de soul, y tiene unos sutiles arreglos de viento la mar de efectivos.
¡Venga, sigamos con la huella de Kotzen! “Ain’t That the Truth”, precedida por el breve interludio de “Richie’s Acoustic Thang”, es muy rockera y alegre, nuevamente coloreándola con unos tintes muy funkies, haciendo que el estribillo se vuelva adictivo, y “Until you Suffer Some” rebaja esa intensidad, haciendo de este corte un buen medio tiempo con sabor a balada blues. Este tipo de cortes siempre han sido un muy buen reclamo para Poison, y Capitol Records supo ver ese potencial en el baladote de “Stand”, posiblemente el tema más conocido del disco, que fue elegido como single de presentación, con coro de iglesia gospel incluido. Aunque nunca he sido muy fan de esta clase de temas prefiero quedarme con “Theater of Soul”, bordado por Kotzen y donde me vienen ecos de aquel familiar “Every Rose Has Its Thorn” de su Open Up and Say… Ahh! (1998).
He de decir que la escucha del disco en su totalidad se me ha antojado algo larga, y es que son un total de 15 temas los que componen este lanzamiento. Los últimos cortes se me han hecho cuesta arriba, así como algunos de la cara A como “Body Talk” o “Bring It Home”, temas que me han llegado a provocar algún que otro bostezo. No se que hubiese pasado si Kotzen no hubiese compuesto casi la gran totalidad del disco, porque para mí ha sido el exponente más interesante y motivador para hacer más llevadera esta reseña improbable. Como dato a lo prensa rosa decir que el bueno de Kotzen fue despedido por la banda al poco tiempo de empezar la gira de presentación del disco por intentar “levantarle” al batería Rikki Rockett su prometida. Su sustituto fue Blues Saraceno, un reputado músico de sesión.
Denostado por la gran mayoría de sus fans, tónica habitual en muchos discos de este tipo de bandas ochenteras en los cambiantes y excitantes noventa, creo que Native Tongue es un trabajo bastante interesante, que si bien no sirve como ejemplo para adentrarte en la discografía de Poison, si que lo hace para comprobar como un chaval de 21 años, más chulo que un ocho, se echó a las espaldas (a la sombra de Michaels) a una de las bandas de rock más grandes de Estados Unidos
Dudo mucho que vuelva a escuchar este disco de arriba abajo, pero doy las gracias a Susana Masanés por nominarme para la reseña improbable, ya que he descubierto unos cuatro o cinco temas que van a pasar a formar parte de alguna de mis play-list, a la vez que he entendido perfectamente lo que significó para el sonido de la banda la entrada de Kotzen. Para finalizar voy a nombrar a la siguiente “víctima”. En este caso me decanto por Beto Lagarda, ya que me gustaría ver cómo se desenvuelve reseñando uno de los discos más representativos del glam metal, el Shout at the Devil (1983) de Mötley Crüe. ¡Disfrútalo!
Pota Blava y fanzinero de los 90. La música siempre ha sido una de mis grandes pasiones, y aunque el Metal es mi principal referencia, no he parado de moverme por diferentes estilos sin encerrarme a nada. Con los años el escribir también se convirtió en otra pasión, así que si junto las dos me sale la receta perfecta para mi droga personal. Estoy aquí para aportar humildemente algo de mi locura musical, y si además me lo puedo pasar bien…pues de puta madre.