Como puto amo y mascota de Science of Noise, me toca ser el primero en empezar una nueva sección, La reseña improbable. Se trata de que a cada redactor se le asignará un álbum que en la vida escucharía (y mucho menos reseñaría) y a ver qué pasa. Y me toca iniciar, nada más y nada menos, con la obra cumbre de Slayer y uno de los trabajos más reputados del thrash metal, el Reign in Blood (1986). Obviamente he escuchado canciones del disco, como la que medio da título al disco, “Raining Blood”, así como algún que otro disco, en especial el Diabolus in Musica (1998), que tenía un compañero de la universidad y me dejó.
Bueno, veamos. En la redacción se suele decir que Slayer son Dios y que es imposible que este disco no guste, incluso a alguien que basa sus gustos musicales en la melodía y que, en cuanto a tralla, llega a Metallica, pero no da un paso más, así que el panorama que me pintan es… bonito. En esta ocasión omitiré poner el disco y grupo en contexto, pues ya hay mil artículos en nuestra web que lo hacen mejor que yo, incluso del mismo disco. Me centro en las sensaciones.
¿Por qué tanta mala leche? ¿Por qué esa rabia y odio? Con lo bonita que es la vida, aunque a veces sea un poco puta, ¿tenemos que ir a mamar ira voluntariamente dándole al play? Incluso antes, viendo la portada, ya te da esa sensación. Araya, un tipo confesamente católico, ha dicho en más de una ocasión que toda su estética es para llamar la atención. Vamos, que si cayese en manos de un psicólogo, diría que es una persona falta de cariño y mimos, y no me extraña escuchando semejantes berridos y caos sonoro. Hay que estar muy mal de la azotea para componer esos riffs, esos cambios de ritmo y desprender ese mal genio. Cagar, coño, cagar es importante, le libera a uno de tensiones internas y le hace a uno estar más feliz, y es entonces cuando la melodía surge y este batiburrillo de mal carácter se suaviza.
Por si fuera poco, la edición que tengo para hacer esta reseña es la Extended o De Luxe, o sea, que tengo dos canciones más que en la edición original. Debo haber sido un super villano muy malvado en vidas pasadas. Eso sí, por suerte, esta edición no es mucho más larga que la original. Se va a 34 minutos divididos en 12 temas, es decir, una media de 2,83 minutos por tema (cosa rara la calculadora, no ve que los minutos tiene 60 segundos…). Aún es soportable.
Empezamos con la que, para muchos, no solo es la mejor canción del disco sino de la historia del mundo mundial, “Angel of Death”, que también es la más larga del disco y claro ejemplo de todo lo expuesto hasta ahora. Desde luego no es lo peor/más burro/más cabreado que he escuchado, pero tiene tela. Seguro que más de uno ha sufrido un severo dolor de cervicales con este angelito de la muerte. Seguramente si durase dos minutos y medio en vez de 4:52, la cosa ganaría lo suyo, pero no, quisieron hacerla larga. Y ese solo estridente… ay, por favor… “Piece by Piece” ya es mucho más standard con sus 2:30 minutos. ¿Intensidad? Bueno, desde algún tiempo en Twitter se utiliza el término intensito, y es lo que me dice el corte. Quizá sirva cuando estás realmente estresado y necesites sacar la mierda de dentro (en mis años mozos utilizaba Sepultura para este fin. Quizá los de King hubiesen servido igual). Pero es que no acaba ahí, pues en seguida llega “Necrophobic”. ¿Pero qué puta batería es esa? Si con “Angel of Death” dije que era perfecto ejemplo para todo eso de la mala leche, esta la supera. No la entiendo, no. Ni sé si quiero entenderla…
Empezamos el segundo trío con “Altar of Sacrifice”, y lo hacemos exactamente igual que con el “Necrophobic”. Algo que me llama la atención y que veo muy constante durante todo el disco es la forma de acabar las canciones. En general me parecen muy coitus interruptus, como si, de repente, unas tijeras cortasen por donde les da la gana, sin pensar demasiado la estructura del tema. “Jesus Saves” sigue la estela, y es que a veces me da la sensación de que es un disco de una sola pista con algún interludio de por medio (la misma sensación que escuchando un disco de Saratoga, aunque musicalmente nada que ver, claro). A pesar del caos de tema y de los histéricos de sus solos de guitarra, me ha parecido uno de los cortes destacados de este Reign in Blood. Y, por fin, la cosa parece que se calma un poco con “Criminally Insane”. Desde luego su inicio es mucho más tranquilo, incluso melódico, que todo lo que le precede en el disco, pero es solo un espejismo, pues a los segundos de empezar el batiburrillo saluda de nuevo, la locura máxima y ese WTF generalizado.
Vamos a por el tercer bloque. “Reborn”, el título me da esperanzas, quizá por su similitud a Rebirth (2001) de Angra. Iluso de mí, pues era obvio que nada tiene que ver. Seguimos con la misma pista. Una caja a 10 mil millones bpm que le resta cierta credibilidad, solos que, por muy bien ejecutados que estén (que lo están), parecen pegados de mala forma, y un enfado con el mundo incamuflable. Con “Epidemic” he tenido que ver varias veces Spotify, pues de verdad no me creía que era otro corte. Quizá si espaciaran más las canciones no daría esa sensación. También, de paso, creo que he explicado bastante bien la sensación del tema: más de lo mismo y dolor cervical garantizado. El inicio de “Postmortem”, de nuevo, me vuelve a dar esperanzas. Sonar suena a metal clasicorro. Desde luego es la menos frenética del disco, cosa que un servidor agradece inmensamente al ser disfrutable, entendible y con sentido.
Y llegamos al que, para mí, es el tema del disco, “Raining Blood”, la que debería ser la última canción del álbum. El punteo inicial es inconfundible, y la tralla del tema, aguantable. No sé si será el mejor tema de Slayer, no soy un doctor en la materia, pero aquí si se lucieron (incluso con los pasajes más frenéticos). Es muy difícil no sentir energía con el tema cabecera del disco. El fallo que le veo es el final. Me parece que el cambio de guitarra a lluvia es muy forzado. ¿Sabéis qué? Que si cogiéramos las canciones por separado la cosa mejoraría mucho (con alguna excepción), pero es el conjunto, la media hora frenética, la que me echa muy para atrás.
El primer bonus llega en forma de “Agressive Perfector”. La verdad es que no sé muy bien por qué no está en la recopilación original, pues no tiene nada que no tenga el resto de canciones. No me parece ni mejor ni peor, quizá por mi falta de entendimiento en materia thrasher. Los elementos de la canción son los mismos que en el resto de disco, así que no nos detenemos más. Ahora sí, el final final es una vieja conocida, el remix de “Criminally Insane”, con casi un minuto más que la otra. La intro del tema le da cierto aire que, en mi opinión, le falta a la original, y a pesar del extra metraje, me parece que esta versión es más redonda, aunque lo que es ofrecer, no ofrece nada nuevo.
Decía al principio que en la redacción de Science of Noise se dice que Slayer son Dios, pues por suerte yo soy ateo. La obra cumbre de uno de los Big Four es media hora de mala leche, rabia y odio contra el mundo. Quizá disfrutable en pequeñas dosis, pero una tralla excesiva para metérselo en vena. Tom, colega, si necesitas un abrazo, dímelo y ya te lo doy yo, pero no se puede ir con ese genio por la vida.
No os perdáis, en un par de semanas, a mi compañero deathmetalero y cantante de Angoixa Robert Garcia reseñar la primera obra de los powermetaleros ultra azucarados Freedom Call, Stairway to Fairyland.
Llevo en esto del heavy más de media vida. Helloween y Rhapsody dieron paso a Whitesnake y Eclipse, pero Kiske sigue siendo Dios.
Como no sólo de música vive el hombre, la literatura, Juego de Tronos y los tatuajes cierran el círculo.
Algunas personas dicen que soy el puto amo, pero habrá que preguntarles por qué.