He de reconocer que no he escuchado Sublime en mi vida. Bueno, casi nada.
Me explico: hace unos 20 años entre mi grupo de colegas sí que fue una banda que estuvo muy presente. Fue a principios de los 2000, en la época del nu metal, el punk rock y demás. Yo me hice muy fan de Blink-182, NOFX, Lagwagon, Millencolin y bandas similares. Mis colegas también, claro. Pero Sublime les entró muy bien, como cuchillo cortando mantequilla. Tenían un himno que adoptamos como nuestro: «Santeria», una baladilla melódica y pegadiza. Yo nunca he sido muy fan del reggae, así que no me acabaron de entrar. Pero esa canción perduró entre nosotros.
Así que cuando Rubén de Haro me lanzó el reto de hacer esta reseña improbable, tuve que tirar de recuerdos de hace lustros, y aunque cerré los ojos con fuerza, solo recordaba el dichoso himno de mis colegas. Pero bueno, vamos allá.
Sublime es una de esas bandas que marcó a toda una generación que ahora ronda la cuarentena y de la que estoy orgulloso de formar parte. Esa generación de Tony Hawk, pantalones anchos, gorras Billabong y pasar los fines de semana en el Freestyle, un garito que había en la avenida General Mitre de Barcelona con tremendas sesiones de buena música y ambiente genial (espero que alguien se sienta identificado leyendo esto). Fue una banda que acabó demasiado pronto, seguramente con todavía mucho que ofrecer. Lamentablemente, la muerte de Bradley Nowell dos meses antes de publicar este disco hizo que se cortara en seco una proyección que parecía brillante.
Irónicamente, su álbum homónimo de 1996 fue el que más éxito tuvo. Tanto que fue cinco veces disco de platino e hizo que la música de Sublime llegara al viejo continente y se situase en el olimpo de las grandes bandas de la época. Bradley nos dejó este último regalo en forma de oda a la buena música, a la lucha de clases y la reivindicación social. Cabe destacar, además, que el disco suena sorprendentemente bien, tanto en producción como en frescura, teniendo en cuenta el encaje y la época a la que nos remontamos.
Arranca con «Garden Grove», una canción muy reggae, con un teclado psicodélico la mar de curioso y que te traslada inmediatamente a Long Beach. Sigue con la archiconocida «What I Got», un tema que no sabía que conocía. Imagino que le debe de sonar a todo el mundo, ya que es la típica canción californiana que habrá aparecido en la banda sonora de alguna American Pie o similar.
Con «Wrong Way» y «Same in the End» cambiamos de tercio, pasando a algo mucho más ska y punk sobre todo en la segunda. Tras ese uppercut llega «April 29, 1992 (Miami)», título que hace referencia a los disturbios de Los Ángeles de 1992 y de los que tantas bandas se han hecho eco a lo largo de los años (sin ir más lejos, mis queridos Rage Against the Machine en su tercer disco). Musicalmente el tema en sí no me dice mucho, pero la letra me parece sublime (valga la redundancia), con una crítica social de la época, ese grito de la juventud cansada de la vieja guardia, queriendo cambiar el mundo. Después de esto llega mi himno, «Santeria», del que no creo que deba añadir mucho más. Como he comentado antes, no conozco la trayectoria de la banda, pero espero que esta canción haya tenido globalmente el mismo impacto que tuvo para mí.
Seguimos con paso firme, que solo llevamos un tercio del disco. El siguiente tema es «Seed», una locura de poco más de dos minutos que a mí personalmente me ha recordado al principio de «Lori Meyers» de NOFX, aunque termine siendo una mezcla explosiva de punk, hardcore, reggae y ska. Imagino que este tema guarda todas las esencias del grupo en un frasco pequeño pero matón. A continuación llegan «Jailhouse», una versión de Bob Marley, y «Pawn Shop», muy reggaes ellas. Aquí destacaría muy mucho lo increíble que era la voz de Bradley Nowell, además de las líneas de bajo de Eric Wilson, que quedan perfectas, sobre todo en el estribillo de esta última.
En «Paddle Out» me desmontan del todo. No entiendo este tema. Suena punk, sucio, mal producido, con una voz rarísima…; parece otro grupo. Es cierto que es la única producida por Michael Happoldt en vez de Paul Leary, que se encargó del resto del disco, pero, la verdad, no acabo de entender cuál es el propósito de esta canción. Por suerte para mí, en «The Ballad of Johnny Butt» todo vuelve a su sitio. En esta versión de Secret Hate volvemos a una canción reggae muy bailonga, cuyo mensaje probablemente vaya más allá de la música.
Después de la divertida (y no solo por el nombre) «Burritos», un ska de los de meterse en el pogo y no salir, encaramos la recta final del disco con «Under My Voodoo», «Get Ready» y «Cares Me Down», temas que siguen la línea reggae/ska del disco, con varios instrumentos latinos incluidos, pero que, dado mi poco interés por el reggae (perdón), no me acaban de decir nada en particular, más allá de que me suenan a otras bandas.
Finalmente, tras una adaptación del propio «What I Got» de este mismo disco, llegamos a «Doin’ Time», el último tema del álbum, que también me suena, ya que la base está sampleada del famoso «Summertime», lo que le da un cierto aire trip-hop. Varios artistas han publicado reinterpretaciones alternativas de esta canción, e incluso ha sido versionada por la mismísima Lana del Rey, así que hablamos de palabras mayores. Un gran tema para cerrar el disco, sin duda.
En resumidas cuentas, estamos hablando de un álbum fresco, cañero y muy de los 90, que probablemente haya quedado en el recuerdo de muchos. Tras varias escuchas, puedo decir que me sabe mal no haberle dado más oportunidades en su día, ya que es un disco muy divertido de escuchar y con varios temas buenísimos. Gracias, Rubén, por haberme hecho reencontrarme con mi yo joven y con la que fue una época dulce, sin duda. Por algo dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Para la próxima reseña mi nominación va hacia la persona que me introdujo en este mundillo, Dídac Olivé, quien me confesó en la intimidad que le flipan Disturbed. Por ello me gustaría que analizara, ya que estamos cerca de su 20º Aniversario, el aclamado Ten Thousand Fists (2005), dedicado al tristemente fallecido Dimebag Darrell. ¡A por ello, Dídac!