Bueno, pues resulta que me ha tocado la improbable: glam metal en vena. Al ver por primera vez la espantosa portada del disco y su duración de 50 minutos, no puedo evitar pensar que preferiría pasar una larga temporada en el hospital psiquiátrico de Mount Massive antes que escuchar repetidamente un CD de un estilo que no me pongo ni harto vino.
Sin embargo, debo admitir que, lamentablemente, soy alguien sin demasiado criterio fijo, capaz de soportar casi cualquier cosa. Y en lo musical, aunque tengo mis preferencias, nunca me he cerrado a explorar nuevos horizontes. Nunca he sido un “nazi” en este aspecto y encima, con la edad y con prole de por medio, me he reblandecido bastante.
Así que, decidido a darles una oportunidad a Wig Wam, me dispongo a escuchar su álbum Hard to Be a Rock’n Roller (2005) con la mente abierta y sin prejuicios, que por suerte de esto sé un poco. Mientras tanto, aprovecho para investigar un poco sobre la trayectoria de estos noruegos, ya que creo que para criticar a alguien es necesario conocerlo bien.
Con la primera canción, «In My Dreams», experimento un déjà vu y me pregunto… ¿de dónde coño conozco esta canción? Ah, claro, cómo olvidarlo, es el tema que interpretaron en el festival de Eurovisión de 2005, que les dio mayor fama. Aunque siempre he criticado este concurso, termino viéndolo cada año, y un tema así, aunque sea cursi, es rock y se queda grabado en la memoria. Sí, es un tema pastelaco al más puro estilo Bon Jovi, aunque cuenta con un riff grave que, desafortunadamente, se repite poco y parece inspirado en Rammstein. En general, podría ser una canción que encajaría perfectamente en el último álbum de Ghost, Impera (2022).
No puedo negar que el comienzo «es bien», como dirían los Pandemials, los jóvenes de hoy, pero esto apenas es el inicio. Y no es lo mismo disfrutar de un chupito de chartreuse que de una botella entera… Aunque comparar una bebida tan compleja como el chartreuse con este grupo y su estilo musical quizás sea excesivo. Sería más apropiado compararlo con un Licor 43 o, mejor aún, con el Frangelico: dulce, empalagoso y que te deja una resaca memorable… al igual que el glam metal y otras ñoñerías por el estilo.
Entretanto, he descubierto que Wig Wam es un grupo fundado en el 2001 por ex miembros de otras bandas. A juzgar por sus nombres, no me equivoco al afirmar que la mayoría provenía del estilo «brilli brilli». En su apogeo, ganaron el Melodi Grand Prix, equivalente al Benidorm Fest pero en Noruega, lo que les llevó a participar en Eurovisión, donde obtuvieron una meritoria novena posición. Antes de su disolución en 2014, lanzaron cuatro álbumes. En 2019 se reunieron y publicaron dos más, el último el año pasado.
La canción que da título al disco arranca con un teclado de aire electrónico y otro riff pesado y groovie que me hace cuestionar si accidentalmente han incluido una pista de algún grupo alternativo. Pero no, se desvela otra vez como un estribillo al estilo Bon Jovi, diseñado para el deleite de adolescentes de 15 años. A pesar de ello, debo admitir que los elementos mencionados al principio del párrafo se repiten a lo largo de la canción, proporcionándole un matiz distintivo. Y, claro, no pueden faltar los solos de guitarra que, aunque pretenciosos, hay que reconocer que tienen su encanto. Ah y se flipan con un solo pensando que es la caña…
«Bless the Night», la tercera pista y huele a tufo. ¿Acaso el riff inicial no os recuerda a «Rock You Like a Hurricane»? El resto de la canción no ofrece nada nuevo, solo los típicos soporíferos ritmos ochenteros. Lamento decirlo, pero este grupo me evoca esa frase tan manida: «Soy heavy, me gusta Bon Jovi«. En cambio, «Turn to You» introduce algo distinto, con su teclado de aire dance y una voz que evoca a David Bowie, que se convierte en el eje central de este tema de riffs sencillos y estribillos que se adhieren a la memoria. Insisto, es la influencia dance la que le da ese toque distintivo.
«Out of Time» abre con unas campanas de fondo que buscan aportar epicidad a un tema semi-balada. Si obviamos los estribillos irritantes, debo admitir que el resto está bien, tanto el solo como la voz que parece provenir del más allá. A pesar de haber escuchado el disco varias veces en diferentes días, siempre me canso cuando llego a esta canción, y eso que solo representa un tercio del total…
«Mine All Mine» es otro refrito con un inicio energético, pero es que no puedo, lo siento. Me repito con los estribillos, pero los veo tan de: «¡Venga chicos! ¡Todos conmigo! ¡Saquen el algodón de azúcar y bésense con su compañero al son de las caderas!».
¡Oh, un bajo! ¡Tienen un bajo! ¿Y qué oyen mis oídos? Sonido groove y un punteado armónico sacado de la Alhambra. Qué curioso que en la única canción que me gusta, «The Drop», no haya cantante y se salga de la norma del grupo, aunque el primer solo, meh, y el segundo vale, lo compro, básico, pero le queda bien al tema. Me olvido de la siguiente, que es una medio balada del estilo Guns N’ Roses sin más pretensiones.
El disco va siguiendo con la misma temática, pues «No More Living Lies» es otro plagio de Bon Jovi o Europe (tanto monta, monta tanto). En «Erection» me esperaba algo diferente y bueno, un guitarreo de flipeo que podría estar en cualquier álbum de Manowar; con 15 años una cosa así me enervaba, pero ahora lo encuentro patético. Hacia el final hay una tal «The Best Song in the World» y, evidentemente, es un tostón, como cuando te metes en cualquier página porno y te salen tropocientos mil videos de «Best blowjob ever» y de «best« no tienen nada. «A Long Way to Go» y su ritmo de guitarras copiando esta vez a Boston, y acabamos, por fin con el truñal final que no pienso ni hablar sobre él.
¿Y bien? No puedo entender cómo un grupo como este pueda tener casi 400.000 seguidores en Spotify. Supongo que los posteriores discos son igual de malos, pero al ser música ñoña y facilona, entra bien. El mundo se va a la mierda. Bueno esto ya lo sé de hace años. Pero una banda que toca refritos ochenteros… en fin, muerte a la gente que no quiere expandir su universo musical y se contenta con tan poco. Lo siento, Xavi Prat, pero este grupo no lo compro. Dos o tres temas así aleatorios vale, pero ya. Hay estilos de música y NUEVOS (¿hola, hay alguien ahí?), y grupos infinitamente mejores que esto que me ha hecho perder mi valioso tiempo.
Para compensar tanto brillo, edulcorante y soserío, nombro a mi gran amigo Abel Marín, para que sea el siguiente en hablar sobre el disco de un grupo que no sea su estilo, pero que lo va a disfrutar en grande. Así que se vaya preparando con los reyes del deathcore (con permiso de Lorna Shore), y se ponga en vena el fantástico Holy War (2015) de los australianos Thy Art Is Murder. Aunque el deathcore ya tenga unos añitos, sigue igual de fresco y es más actual que la bazofia que acabo de vomitar por escrito, y lo siguen muchos jóvenes de mente abierta.
Soy de esa generación que la “post-pubertad” lo pilló entre el metal primigenio (lo que llamamos ahora old school) y la nueva ola que fue el Nu metal, es decir, pasado mediados de los 90. Me encantan muchos estilos pero sobretodo el rock clásico y evidentemente el metal, este último es una forma de vida y encima me gusta desgranar y reconocer la riqueza de todos sus subgéneros. Uno ya tiene su edad (los mechones blancos en la barba no están por que sí) pero no me cierro para nada a grupos nuevos, eso sí, mientras haya fuerza y calidad, aunque hoy en día hay mucha. Como nacido justo entrados los ochenta también se incluye que soy un friki de cuidado (rol, videojuegos, Star Wars, pelis Gore, literatura fantástica y un largo etc.) vaya que toco de todo un poco. En resumen, espero contagiaros mi pasión metalhead a la vez que disfrutáis de mis aberrantes destripes.