Recuerdo, a mediados – finales de los 90, que Italia empezó a exportar heavy metal a raudales. Incluso algunos lo llegaron a denominar (New?) Wave of Italian Heavy Metal, aunque personalmente no me atrevería a llegar a esos extremos. De repente empezaron a aparecer (o a darse a conocer) bandas del país lombardo casi desde debajo de las piedras. Indudablemente Rhapsody iban al frente, pero de la larguísima long tail, los más destacados fueron Labyrinth con su brillante carta de presentación internacional Return to Heaven Denied (1998), su segundo trabajo y el primero con Tyrant al frente. Canciones como «Moonlight», «Thunder» o «Heaven Denied» eran una muestra perfecta de lo que era aquél grupo: melodías a raudales, rapidez, técnica, ciertos toques progresivos y, para mi gusto, la voz sobresaliente de Rob Tyrant.
Pero dicen que una gaviota no hace verano, y tras su siguiente lanzamiento, Sons of Thunder (2001), le perdí completamente la gracia hasta el punto de no recordar Kathryn o la homónima al disco. Y, sinceramente, pensé que ahí había acabado si carrera. Pensé que Vision Divine, carreras en solitario y demás quehaceres habían acabado con el futuro de un grupo tan prometedor. Así estaba cuando a principios de década vi el lanzamiento de Return to Heaven Denied Pt. II (2010), y aunque las críticas no eran malas, mi pereza me pudo y no le hice caso. ¿Error? A día de hoy aún no lo sé. Lo que sí me pareció, y me sigue pareciendo, es que usar ese título era atacar directamente a los sentimientos y añoranzas de los que ya peinamos canas. Tras el lanzamiento, silencio. No volví a escuchar de ellos. Bueno, ni yo ni nadie, hasta que Frontiers Records, que parecen ser los más listos de la clase, convenció a Thorsen y Cantarelli para que se reunieran con Tiranti y volviesen al ruedo.
Y aquí nos encontramos, casi 20 años después del aclamado Return to Heaven Denied, escuchando el nuevo disco de una banda a la que daba por muerta, enterrada y sepultada y de la que casi me había olvidado. “Bueno, volvamos al power de tu juventud”, me decía al disponerme a darle al play, y aunque a este Architecture of a God (2017) no le faltan ramalazos del estilo predilecto de los 90, me he encontrado con un trabajo mucho más… ¿maduro? No sé exactamente cuál es la palabra adecuada, pero sin duda algo diferente a lo que esperaba.
Este nuevo lanzamiento, y más allá de capacidades compositivas y ejecutorias más que destacables, nos ofrece un repertorio donde la velocidad ya no es la protagonista, donde el progresismo está mucho más latente que donde yo lo dejé, donde las melodías de teclado de uno de sus nuevos miembros, Smirnoff, harán las delicias de los más melómanos y donde, en definitiva, Labyrinth dan un paso al frente. Canciones como «Architecture of a God», «Still Alive», «We Belong to Yesterday», «Those Days» o, especialmente, «A New Dream» (con un soberbio Tiranti) son claros ejemplos de lo expuesto. Las guitarras de Thorsen y Cantarelli (lejos queda aquél Anders Rain) sintonizan en cada tema, haciendo de ellos una pareja a tener muy en cuenta.
Otros temas como «Take on My Legacy» o «Stardust and Ashes» demuestran, aparte de la calidad a la batería de Macaluso, que el que tuvo retuvo y que en el power más rápido siguen teniendo cosas que decir. «Someone Says» también recuerda a su primera época más melódica, y debo reconocer que, junto al single «Bullets», ha sido una de mis preferidas.
Como gracia y, quizá, homenaje a Vision Divine con su «Take on Me», cabe destacar la versión instrumental de «Children» y unas melodías, a bien seguro, conocidas por todos.
Como conclusión, este Architecture of a God no es solo un buen disco (aunque no tengo claro si el disco que sus fans esperarían), sino la vuelta de un grupo de calidad compositiva, ejecutora y técnica incuestionable. Esperemos que esta vez no decidan quedarse muchos años. Con discos así no tendrán más remedio.
Artículo publicado originalmente en Metal Symphony Website: http://www.metalsymphony.com/labyrinth-architecture-of-a-god-frontiers-records/.
Llevo en esto del heavy más de media vida. Helloween y Rhapsody dieron paso a Whitesnake y Eclipse, pero Kiske sigue siendo Dios.
Como no sólo de música vive el hombre, la literatura, Juego de Tronos y los tatuajes cierran el círculo.
Algunas personas dicen que soy el puto amo, pero habrá que preguntarles por qué.