Parece mentira lo rápido que corre el tiempo. Más bien vuela. Recuerdo perfectamente cuando descubrí a Lamb of God. Me voló la cabeza como hacía tiempo que no me pasaba. Corría el año 2006, año en que lanzaron Sacrament (2006) y mis primeras impresiones llegaron al escuchar “Redneck” y “Walk with Me in Hell”. Sacudida total de mi concepto de dureza. Por aquel entonces el metal más extremo y yo no éramos fieles amigos como lo fuimos años más tarde. Los guturales de ese tío con rastas, un tal Randy, me dejaron completamente noqueado. La dureza de las guitarras, la contundencia de la batería… en ese momento pensé que la banda era demasiado ruda y dura para mi mente jovial más habitada al skate punk y a bandas thrashers de la Bay Area. Aún así, pese a todo, recuerdo ese momento, el descubrir a Lamb of God.
No tardé mucho en “obligarme” a descubrir más de ellos. No nos engañemos, nadie entra en el metal extremo por placer acústico, uno tiene que hacer un esfuerzo en entender, en conectar, en comprender. Y para mi, Lamb of God fue una magnífica puerta de entrada al mundo gutural. Mi encandilamiento final con ellos fue con Wrath (2009) y ya entonces empecé a mirar atrás hasta aterrizar a su debut, New American Gospel (2000).
Tengo que admitir que quizás mi favorito sea Sacrament (2006) más por nostalgia que por calidad. Pero Ashes of the Wake (2004) es seguramente su disco total. Solamente con citar “Laid to Rest”, “Now You’ve Got Something to Die for”, “Ashes of the Wake” u “Omerta”, uno puede calibrar la magnitud del disco que hoy celebra la friolera cifra de dos décadas de vida. ¡Casi nada!.
Ashes of the Wake fue el cuarto disco de la banda de Richmond y el primero publicado en un sello grande, concretamente Epic Records. El disco debutó en el 27 de la Billboard 200 vendiendo nada más y nada menos que 35.000 copias en la primera semana y rápidamente fue nombrado uno de los discos de metal más esenciales de los últimos años. En agosto de 2010, Ashes of the Wake había vendido 398.000 copias en Estados Unidos. Diez años después de su lanzamiento, en 2014, las ventas habían superado las 400.000 copias vendidas y era el disco más vendido de Lamb of God. El álbum fue certificado disco de oro por la Recording Industry Association of America en febrero de 2016.
El álbum se inspira en los acontecimientos que tuvieron lugar durante la guerra de Irak con canciones como “Ashes of the Wake”, canción que incluye fragmentos del ex sargento de los marines Jimmy Massey en una entrevista tras su regreso de la guerra de Irak. “Now You’ve Got Something to Die For”, “One Gun” y “The Faded Line” también tienen una temática sobre la guerra. La cita al principio de “Omerta” es una paráfrasis del código de silencio de la mafia siciliana.
Ashes of the Wake sigue la dinámica vencedora de su predecesor, As the Palaces Burn (2003) aunque mejora en el acometido de crear canciones himno capaces de atraer al gran público. Si bien es cierto que sus discos predecesores mostraban ese músculo tan imprescindible en Lamb of God, la banda aún no había creado ninguna canción capaz de ser recordada a perpetuidad. En este nuevo disco, no solamente lograron crear ese hit atemporal, sino que fueron capaces de crear varios de ellos. Es evidentemente que el máximo nivel se lo lleva la abridora “Laid to Rest”, uno de los himnos de la banda y una de los himnos del metal del siglo XXI. La canción, con sus casi cuatro minutos de duración, es contundente, dura, pero contiene un estribillo relativamente esencial que acaba siendo más una proclama que un canto.
No quedan atrás las siguientes en orden de aparición: “Hourglass” y “Now You’ve Got Something to Die for”. Mientras que la primera es punzante y constante la segunda mantiene en vilo al oyente con unos radicales cambios de ritmo que te sacuden sin piedad. Sin duda, tres canciones iniciales que rompieron los moldes del metal norteamericano.
En todo el disco, es sumamente importante resaltar tanto el poderío vocal de Randy en todas sus facetas así como la contundencia y exquisitez de Chris Adler con su batería. Aquí es cuando el mundo empezó a descubrir con claridad a uno de los mejores baterías del siglo XXI. El duo de guitarras formado por Mark Morton y Willie Adler hilvanando riffs sin despeinarse es increíble. Por el contrario, el bajo queda algo deslucido, pese a que John Campbell aporta esa densidad y pesadez tan importante en Lamb of God, su papel no es tan resultón como el del resto del equipo.
Todo él, Ashes of the Wake, es un disco para el gozo y disfrute del oyente. Uno de los mejores trabajos de la primera década de los 2000 y un disco seminal para comprender la evolución del metal de masas. Fue en ese momento cuando los medios y fans empezaron a ver que el relevo era necesario y que seguramente Lamb of God serían los próximos cabezas de cartel en los festivales. De lo soñado a la realidad… aún tenemos a Scorpions y hasta hace nada Kiss en esas posiciones.