Aún sigo viendo a Lamb of God como una de esas bandas jóvenes que prometían comerse el mundo hace muchos, muchos años. Es curioso, pero pasa el tiempo y nada cambia. Sigo pensando en ellos como una banda joven con hambre. Pero si analizas la situación como es debido, los de Virginia llevan ya más de 20 años en el circuito y la friolera cifra de nueve discos de estudio. John Campbell, Mark Morton, Randy Blythe han entrado en los 50 recientemente, Willie Adler se acerca sigilosamente a la mitad de siglo.
Con esto quiero entrar en lo lógico, si tras más de 20 años y nueve discos, tu propuesta es funcional y atractiva, ¿porqué cambiar?. Pese a no tener la misma capacidad para crear los himnos que hace una década sí tenían, la banda sigue haciendo de sus discos una magistral clase de mala hostia. Pues si algo tiene Omens, es mucha, mucha mala hostia.
Superado el pequeño bache que supuso su disco homónimo Lamb of God (2020), Randy vuelve a escupir fuego por esa garganta que parece no colapsar ni un ápice tras más de dos décadas arrojando enojo y barbarie en cada pieza. Canciones como “Omens” o “Nevermore” te empujan al vacío sin red tal y como lo hacían en Ashes of the Wake (2004) o Sacrament (2006). Éstas dos fueron los primeros anticipos de Omens junto a “Grayscale”. Tres avances que prometían que los de Richmond tenían mucho que aportar a este nuevo mundo post pandemia.
Junto a las tres citadas y destacadas canciones (increíble el potencial de “Nevermore” por cierto), tenemos canciones capaces de destruir al oyente como “Vanishing” donde las letras cabalgan a lomos de una galopante batería que poco nos hace recordar que no es Chris Adler el que golpea los parches. Art Cruz se muestra mucho más fiable y confiado que en Lamb of God (2020).
“To the Grave” es una canción más oscura y pesada que cumple perfectamente con su papel de ralentizar y aportar densidad sonora al disco. “Ditch” recarga de adrenalina el plástico con un groove marca de la casa. Las guitarras de Mark Morton y Willie Adler forman un complejo nudo que nutre todo el disco de manera crucial. Grandioso trabajo del dúo quienes, junto a Art Cruz, han creado un monstruo duro de roer.
También podemos destacar la canción que cierra el disco, sin duda una de las más ambiciosas de la banda. “September Song” es una canción de seis minutos de duración, pesada y afilada como nunca antes habían compuesto.
Omens es el mejor disco de Lamb of God en una década. Si bien es cierto que Resolution (2012) no es uno de los más queridos por los fans, para un servidor marcó un antes y un después en mi relación personal con la banda. En este punto, puedo comparar el impacto de Omens con el de Wrath (2009) y Resolution (2012), un peldaño por debajo de sus discos top, pero no muy lejos de ellos.
Veremos como encajan estas nuevas piezas en su repertorio de conciertos. Más de dos de ellas tienen suficiente potencial como para convertirse en fijas. Recordad que Lamb of God pasarán por nuestras salas a principios de diciembre junto a Kreator, Thy Art is Murder y Gatecreeper. Una gira obligada para cualquier amante del mejor metal.