Detalles del libro
Título: Macrofestivales: El agujero negro de la música
Autor: Nando Cruz
1ª edición: 3 de mayo de 2023
Editorial: Ediciones Península
Páginas: 352
«Los macrofestivales se han convertido en el agujero negro de la música, un fenómeno de alcance universal que no solo engulle el propio arte, sino que también absorbe y tritura todo lo que tiene a su alcance: artistas y promotores, derechos laborales y del consumidor, salas de conciertos y presupuestos públicos, vecindarios y medios de comunicación. Un agujero negro cuya energía turbocapitalista y extractiva devora recursos de forma desaforada mientras fomenta un hiperconsumismo irracional, que dispara precios y acentúa las brechas de acceso a la cultura, que condensa el consumo musical en pocos días hasta desbordar la capacidad humana y concentra el negocio en cada vez menos manos, que genera desmesurados flujos de turistas y reduce la música a un elemento secundario, cuando no anecdótico. Y, por supuesto, cuanta más materia engullen esos agujeros negros, más crece su campo gravitatorio y más difícil es esquivar su influjo. Por donde pisan algunos macrofestivales no vuelve a crecer la hierba.» (Nando Cruz)
De esta forma tan contundente nos resume Nando Cruz, periodista musical desde los años 80, la situación de los macro festivales en nuestro país después de un análisis exhaustivo del panorama patrio festivalero, tras varios meses de investigación en los que se ha documentado en profundidad y ha entrevistado a múltiples actores de la escena implicados en el funcionamiento de dichos macro eventos.
Son diversos los aspectos que se analizan que afectan a los distintos participantes de este circo llamado macro festival en mayor o menor medida. Desde los asistentes como público, a las bandas encima del escenario, sus promotoras, los trabajadores que hacen posible que el engranaje funcione, las administraciones que meten también la nariz, y de qué manera, las marcas que promueven sus productos (en especial las cerveceras)… mil actores que deberían actuar conjuntamente y en beneficio mutuo, pero que acaban generando situaciones graves de desigualdad y nos conducen irremisiblemente a la pérdida de protagonismo de la música, que deja de ser el verdadero motor del evento para convertirse en algo meramente anecdótico.
Los macro festivales se están comiendo la cultura, pues no la fomentan ni la arraigan al territorio, sino que la concentran, de forma homogénea y sirviendo a múltiples intereses, en jornadas maratonianas en las que el público se ve abocado a lidiar con verdaderas situaciones de estrés psicológico por no poder alcanzar a todo. Cuanto más grande un festival, menos partido le vamos a sacar, pues ante tantas opciones donde escoger, la sensación de insatisfacción por las elecciones hechas siempre va a estar presente. El FOMO (Fear of Missing Out) es inevitable cuando se nos obliga a descartar. ¿Y por qué siguen proliferando los macro festivales si no son tantas sus bondades culturales? Aquí las administraciones tienen parte de culpa al confundir (o desdibujar) lo que es el tejido cultural con el económico. Un macro festival mueve mucho dinero gracias en parte al turismo que genera, de ahí ese interés desbocado que se traduce en subvenciones públicas en muchas ocasiones a patrocinadores privados. Es curioso descubrir en ese sentido como muchos ayuntamientos aglutinan ambos conceptos, cultura y turismo, bajo la misma concejalía. Esa inyección de dinero público actúa como arma de doble filo, pues los festivales deciden competir entre sí (empujados por las administraciones en parte) para captar las bandas que más tirón puedan tener y garantizar así el éxito del festival y, por ende, el fomento del turismo en la comunidad que los alberga. Las promotoras extranjeras no son desconocedoras de esta situación y en muchas ocasiones exigen cachés para sus bandas más elevados aquí que fuera de nuestras fronteras. En nuestro país, hay más demanda que oferta y la ley del mercado es implacable. Que se disparen los cachés, aparte de consumir dinero público de las administraciones, tiene una consecuencia lógica e inevitable, el aumento del precio de las entradas, perjudicando al público que año tras año sufre en sus bolsillos estos saqueos continuos. Los fondos de inversión extranjeros han olido este ambiente en el que el dinero fluye a raudales sin demasiado control (las administraciones públicas no hacen apenas seguimiento del destino de sus subvenciones y son los primeros interesados en que los festivales tengan lugar, haciendo la vista gorda en muchos aspectos abusivos de los mismos) y ya están empezando a invertir en los eventos de mayor envergadura en busca de grandes beneficios, como si de una empresa cualquiera se tratara.
Inmersos como estamos en plena época de festivales, la lectura de este libro no te dejará indiferente, pues se cuestionan todos aquellos aspectos que resultan incómodos y nos arroja un poco de luz sobre ellos. No contentos con mostrarnos las perversidades del sistema, se nos proponen también alternativas más amables, posibles soluciones a las que poco a poco deberían ir encaminadas las acciones para no abocarnos al inevitable pinchazo de la burbuja de los festivales que seguramente tendrá lugar en un futuro que aún se avista lejano, pero que acabará llegando si las dinámicas que los alimentan continúan por los mismos derroteros. Son más de 1.000 macro festivales anuales los que se contabilizan en nuestro país, una verdadera locura insostenible a largo plazo, que debería reorientarse antes de que no sea demasiado tarde y nos explote en la cara.
Ya para acabar te propongo un sencillo ejercicio para invitarte a la reflexión. Piensa en la última vez que acudiste a un macro festival y haz las cuentas de todo el dinero que te dejaste allí dentro (y ya ni hablemos del que te dejaste fuera). Si la respuesta es una cifra mayor a la que te gastaste en la entrada o abono, ahí lo tienes. El consumismo se está comiendo la cultura, y a ello estamos llegando algunos de una forma consciente, otros sin apenas darnos cuenta.
Aficionada a la música y los viajes, aunque no sabría decidir en qué orden. Cuando los combino, ¡lo más! Amante de aprender cosas de allá donde vaya, soy un poco la suma de los lugares que he visitado y las experiencias vividas. Daría la vuelta al mundo de concierto en concierto si de mi dependiera, pero las limitaciones terrenales me mantienen aquí y ahora, así que, ¡a sacarle el máximo partido!