Que en la sencillez está el gusto es algo que he oído en varias ocasiones, ya sea de colegas que te recomiendan algún disco o de compañeros de banda cuando alguna composición se va de madre. Como ese famoso «menos es más», que algunos estamos acostumbrados a que nos digan de vez en cuando y que es totalmente aplicable a cualquier situación. Analizando el último trabajo de los franceses LizZard, creo que ambas expresiones vienen como anillo al dedo.
Y es que la banda liderada por Mathieu Ricou parece haber dejado atrás aquellos ritmos contundentes, con una clara influencia del rock alternativo de los noventa y los dos mil, a los que nos tenían acostumbrados a lo largo de sus más de quince años de carrera y que tan bien les estaban funcionando, para dar paso a un sonido más limpio, equilibrado y maduro en este último álbum, Mesh, publicado nuevamente por Pelagic Records el 27 de septiembre de 2024.
Los de Poitiers se habían posicionado como una banda de rock progresivo de las cañeras gracias a sus anteriores discos, y es precisamente ahora cuando parece que han decidido dejar atrás (aunque sea parcialmente) ese tipo de sonido y presentar un producto que a priori, tras las primeras escuchas, parece más asequible. Podemos apreciar unas guitarras mucho más brillantes, una reverb más suelta que en los álbumes anteriores y unas líneas de bajo y batería que, sin perder potencia, han sabido evolucionar, dando lugar a pasajes más suaves y armonías más tranquilas pero igual de sólidas, todo ello sin renunciar a su estilo.
La banda abre el disco con «Unity», un tema compacto, dinámico y fácil que recuerda mucho a su último álbum, Eroded (2001, Pelagic Records), un trabajo que a mí personalmente me flipa. Una canción potente y muy bien elegida como puerta de entrada al álbum. A continuación viene «New Page», que ya en los primeros instantes sorprende. A una melodía simple, pausada y pegadiza se le unen una progresión de batería y unas líneas de bajo pulidas que la llevan a un estribillo que abre el tema por completo y que supone un aviso de lo que este LP nos puede ofrecer.
«Elevate» mantiene la línea de la canción anterior. Los arpegios de guitarra van bien acompañados de unos arreglos de batería muy equilibrados por parte de Katy Elwell, y el tema continúa avanzando hasta un final bien épico. En el siguiente corte, «Black Sheep», la banda decide ir a por todas y nos ofrece una canción que va creciendo a medida que avanza y que muestra un buen equilibrio general.
El siguiente tema, «Home Seek», mantiene el estilo de los anteriores: empieza con un arpegio flotado y sereno que, mezclado con la bonita voz de Ricou, transmite melancolía y paz a partes iguales, y se guarda para el final un riff contagioso. Cuando aún estamos digiriendo el torbellino de sensaciones que nos ha ido dejando el disco llega «Mad Hatters», cuyo preestribillo tiene un riff de guitarra que emocionaría al mismísimo Gorka Urbizu, además de contar con un estribillo de los que se te quedan en la cabeza durante varios días.
Cuando creíamos que mantendrían esa línea tranquila y arpegiada los franceses nos sorprenden con «The Unseen», un tema contundente, con un ritmo bien hardrockero y un estribillo igual de pegadizo. Al final de la canción Ricou incluso se lanza a un solo flotado, cargado de delay, que queda de maravilla. Un temazo, probablemente mi favorito del disco.
En sus últimos tres trabajos la banda ha tomado por costumbre que el título de la canción que da nombre al álbum sea especial. Así, tal y como vimos en «Shift», un tema progresivo totalmente instrumental, y en «Eroded», una balada más tirando a arrastrada, en «Mesh» nos deleitan con un arpegio muy melancólico. El patrón armónico se repite varias veces hasta dar paso a «Minim», la siguiente canción, que casi se podría considerar un segundo interludio, ya que, además de su breve duración (no llega a los tres minutos), consta únicamente de guitarra y voz. Lo interesante de este corte viene al final, cuando los últimos acordes se fusionan perfectamente con «The Beholder», el último tema del disco. Como toda última canción que cualquier buen disco debe tener, hace una síntesis de todos los recursos y elementos utilizados en el álbum. Al ser el tema más largo, todos los miembros de la banda tienen su momento para lucirse.
En el apartado técnico merece la pena destacar la producción finísima de David Thiers y la mezcla del ya viejo conocido de la banda Peter Junge, que cumple la máxima de que cada álbum tiene que sonar mejor que el anterior. Existe un equilibrio total entre los pasajes tranquilos y las secuencias más cañeras, lo cual hace que se aprecien aún más estas últimas.
No obstante, nada de esto sería posible sin la aportación del talento de Ricou (que cada vez le saca más partido tanto a su voz como a su manejo de la guitarra) ni la técnica exquisita tanto de Katy Elwell a la batería como de William Knox al bajo. El resultado es un disco melódico pero contundente, muy pegadizo y totalmente recomendable para cualquier persona que tenga curiosidad y quiera dar el salto del rock alternativo al progresivo.