El camino de cada metalero hacia su apreciación y devoción por esta música de los dioses que tanto amamos es siempre particular e insondable, y justamente por ello fascinante. Me encanta escuchar las apasionadas batallitas de como cada uno de nosotros se ha metido en este mundillo, y como y por qué motivos han ido evolucionando sus gustos. En muchos casos, es algún padre o algun hermano los encargados de marcar el camino, pero en mi caso, debió ser la alineación de los astros, ya que nadie en mi entorno más próximo tenía ningun tipo de interés por la música en general ni, huelga decirlo, por el rock en particular. Yo soy el hermano mayor (y, por cierto, mi hermana no ha seguido nunca mis pasos como mesías del metal), y mis padres, a pesar de que por casa corrían un par de LP’s de los Rolling Stones que nunca ponían y que a saber de dónde salieron, nunca fueron muy de música, con lo que no recuerdo tener una infancia especialmente musical.
Sea como sea, es virtualmente imposible escribir una lista de los discos más importantes de mi vida, ya que he escuchado miles y es complicado valorar qué significa ser importante. Me costaría encontrar menos de treinta o cuarenta, así que, para este artículo, me limitaré a recordar y mencionar aquellos que considero que supusieron un punto de inflexión en mis gustos e intereses musicales antes de cumplir los quince, edad en la que uno es más impresionable y que, en gran medida, marca el camino a lo que está por venir. Nunca sabremos que habría pasado si, en vez de esos discos, hubieran llegado a mis manos otros. Quizá Science of Noise no existiría, con la pérdida irreemplazable que eso supondría para todos vosotros, o quizás ahora estaríamos enfangados en una revista de trap, vete a saber. El caso es que los que fueron llegando fueron estos, y bien contento que estoy que así sea, así que allá vamos.
Status Quo – In The Army Now (1986)
Debía correr 1987, y yo tenía ocho años. Mi relación con la música y con el rock era nula en esos momentos, y por algun motivo que no logro recordar, una mañana cualquiera mi madre me preguntó, como salido de la nada, si quería que me comprara algun cassette en una de las múltiples tiendas de discos que aún había en mi pequeña ciudad. Eran tiempos en los que Europe y su «The Final Countdown» eran los reyes entre la chavalada, pero yo, probablemente por falta de interés, no tenía un grupo ni una canción predilectas. Así que mi petición, sorprendentemente, fue para dos canciones que supongo que había escuchado en algun sitio y que me gustaban en esos momentos, pero me temo que si me hubieran preguntado un par de meses antes o después, quizás hubiera dicho otros. La primera fue «Unchain my Heart» de Joe Cocker, un tema que me sigue pareciendo sublime, y la segunda este «In The Army Now» de los británicos Status Quo.
Evidentemente, en esos momentos yo ni tan siquiera sabía que para escuchar estas canciones tenía que tragarme un disco con siete u ocho cortes más, y por ello el pobre Joe nunca tuvo la suerte de que me interesara demasiado por el resto de su disco, pero el álbum de los Quo me entró hasta el punto de convertirse en lo único que iba a escuchar durante unos cuantos meses, llegando a apreciar la totalidad de sus canciones más allá del épico tema título, con especial predilección (creo recordar) para «Rollin’ Home», «End Of The Line» o una «Dreamin'» que, en ese momento, creía que era lo más rápido y frenético que podía llegar a ser una canción.
Con el tiempo y la perspectiva he aprendido a apreciar la totalidad de la brillante discografía de Francis Rossi, Rick Parfitt y los suyos, y a día de hoy prefiero escuchar algunos de sus álbumes setenteros antes que éste, pero es innegable que In the Army Now ha aguantado sobradamente bien el paso del tiempo. En el Rock Fest de 2015 tuve la oportunidad de ver a Status Quo por primera vez en mi vida, y a parte de dar uno de los bolazos más incontestables de todo el festival, en el momento en que tocaron el famoso tema que da título a este disco (que es una versión, por cierto), me emocioné hasta casi llorar. Así de interiorizada que la tengo.
Aerosmith – Get A Grip (1993)
Tampoco os creáis que el rock y el metal me atraparon desde tan temprana edad. De hecho no me interesé por ningun otro disco de Status Quo hasta al cabo de muchos años, y durante el tiempo que transcurrió desde mis días de fan de In the Army Now hasta conocer este segundo álbum que os presento recuerdo comprarme y disfrutar de álbumes de Prince, Roxette (una banda que aún hoy me gusta bastante), Michael Jackson o Jon Secada (hey, temazo ese «Otro día más sin verte», ¿no?). Todos ellos, por cierto, me fueron introducidos por los 40 Principales, sobretodo en su edición televisiva, y también las huestes de Fernandisco son las que me hicieron reparar en la existencia de Aerosmith cuando salió Get a Grip en 1993 a través de su primer single, un temazo brutal como «Livin’ On The Edge». Ese fue mi primer contacto de verdad con el rock duro, y aunque tampoco creo que conectara del todo con muchos de los otros temas del disco, como «Eat the Rich», «Fever» o las edulcoradísimas y casi intercambiables baladas como «Crazy», «Amazing» y «Cryin'», sí que plantaron la semilla y me abrieron el camino del rock en el momento en que yo estaba listo para ello, así que siempre tendrán un lugar en mi corazón y en cualquier lista que se precie.
A través de Aerosmith construí el que fue mi primer cuarteto de grupos favoritos, que también incluía a Guns N’ Roses y sus benditos Illusions, a los Héroes del Silencio del magnífico El Espíritu del Vino (1993) y, finalmente, a recuperar a unos Nirvana que ya había escuchado cuando «Smells Like Teen Spirit» lo petó un par de años atrás sin que acabaran de llamarme la atención. Curiosamente, todos estos discos y esas bandas me gustan más hoy en día que Get A Grip y Aerosmith, pero en esos momentos ellos fueron quiénes me impactaron con más fuerza, haciendo que el uniforme con el que me sentía el rey del mundo en esa época consistiera en unas botas Panama Jack, unos vaqueros azules, una camisa de leñador a cuadros rojos y negros y finalmente, una camiseta con la famosa ubre y el logo de los de Boston marcado a fuego.
El de Aerosmith en Barcelona junto a Mr. Big en 1993 iba a ser el primer concierto al que iba a asistir en mi vida, pero por desgracia, aún y ya tener la entrada comprada y al padre de uno de mis amigos convencido para acompañarnos, acabó coincidiendo con una salida de colonias del colegio, así que, jodíéndome mucho, me lo acabé por perder. Y tuve la espina clavada durante casi 25 años (madre mía! :-O), ya que no fue hasta el Rock Fest (de nuevo) de 2017 que tuve la oportunidad de ver finalmente su espectáculo en directo, de disfrutar de «Livin’ On The Edge» y de la magnética chulería de Joe Perry y Steven Tyler.
Iron Maiden – A Real Dead One (1993)
Después de haber metido el pié en el hard rock, mi camino y mis intereses musicales quedaron definidos para siempre y mis horizontes se expandieron hasta abarcar potencialmente todo lo que cabía en las cubetas de hard rock / heavy metal de las tiendas de discos de mi ciudad. En una de esas fascinantes visitas a uno de esos locales que ya hace tiempo que ha sido sustituido por una cadena de ropa, me topé de morros con una ristra de Eddies en múltiples y amenazadoras poses. No me había fijado mucho antes en ellos, y ciertamente no conocía a Iron Maiden nada más que de nombre, pero al igual que supongo que les ha pasado a miles de fans de la doncella, acabé fascinado y atrapado por ese carácter icónico que me miraba con ojos rojos y expresión amenazadora. Sin tener ninguna base en la que basar mi elección, decidí adquirir el más reciente de todos los discos que tenían (que yo venía de los 40 Principales, recordadlo, era más de novedades que de viejuneces), y ese resultó ser, paradójicamente, A Real Dead One, un directo en el que repasaban precisamente los discos más viejunos de la banda, publicados en el periodo 1980-1985.
Por supuesto, yo ni sabía que este era un disco en directo ni que las canciones eran de múltiples épocas. Tampoco sabía que estamos ante uno de los discos de despedida de Bruce Dickinson como cantante de la banda, pero lo que sí que sé es que escuchar «The Trooper» por primera vez fue la mayor revelación musical que había vivido hasta ese día, siendo incapaz de resistirme a ponerla repetidamente en bucle porque no cabía en mí de flipe y emoción. En ese momento, amigos, había nacido otro jebi. Otros temazos que me hicieron salivar fueron «2 Minutes to Midnight», «Prowler» o «Hallowed Be Thy Name», la canción que con el tiempo se ha convertido en mi favorita indiscutible de una banda de la que sigo siendo fan reverencial y de la que tengo y escucho todos sus discos con bastante asiduidad, pero este A Real Dead One sigue ocupando un lugar especial para mí.
Slayer – Reign In Blood (1986)
Durante prácticamente un año entero de mi vida no escuché nada más que los cinco primeros discos de Metallica hasta el punto de la obsesión (que se lo pregunten a mi compañero de pupitre en el instituto), así que es curioso que no haya ninguno de ellos en esta lista. Pensando sobre eso, creo que ninguno supuso el punto de inflexión en mi vida que han sido todos los otros, pero sí que me introdujeron en el maravilloso mundo del thrash metal, un estilo que he considerado mi favorito durante muchos años, y que me abrió las puertas a descubrir todas las extremeces que corren por ahí. Y aunque por esos entonces yo ya tenía algunos discos de thrash (siendo el propio Hell Awaits (1985) o el Arise (1991) y el Chaos AD (1993) de Sepultura los que recuerdo que me gustaban más), ninguno me impactó tanto como la absoluta maravilla que es Reign in Blood.
En tiempos en los que ya teníamos acceso a Metal Hammers y Heavy Rocks, yo ya sabía que este disco estaba considerado el pináculo absoluto del thrash, y por ello hacía semanas que un amigo y yo íbamos detrás de él sin demasiado éxito, pero cuando por fin lo conseguimos no estaba en absoluto preparado para el temazo tan absolutamente perfecto que es «Angel of Death» ni por los treinta minutos escasos de brutal ametrallamiento, maldad y riffs estratosféricos que llenan hasta el último segundo de este álbum tan redondo. Reign in Blood fue el disco que me hizo considerar a Slayer mi banda favorita hasta que fui incapaz de tener una sola banda favorita, y para mí merece estar en casi cualquier top 5 que me podáis leer en el futuro: ¿Cinco discos redondos? Reign in Blood es uno de ellos. ¿Cinco discos que llevarme a una isla desierta? Reign in Blood es uno de ellos. ¿Cinco discos que cambiaron mi vida? ¿Cinco discos más importantes en mi visión de la música? Reign In Blood estará en todos.
Machine Head – Burn My Eyes (1994)
Esos días de primeriza adoración por Slayer coincidieron con la publicación de su brillante e infravalorado Divine Intervention, y por ello estaban a punto de visitarnos en su gira de presentación, concierto al que por asistí y flipé. Los teloneros eran una banda que había publicado su debut ese mismo año (estamos hablando de 1994), y a la que nos enteramos corrimos a buscarlo. Burn My Eyes es definitivamente un discazo de diez y contiene un montón de temas absolutamente memorables, desde la omnipresente «Davidian» a joyas olvidadas como «A Thousand Lies», «Blood For Blood» o «The Rage To Overcome», pero lo que hace que este disco fuera especial es que es la primera banda que me encantaba que pillé desde el principio. Así como todas las bandas que amaba hasta entonces ya habían publicado la mayoría de sus discos antes de que yo me interesara con ellos, Machine Head nacían e iban a crecer conmigo, eran una banda de mi generación, y por ello eran especial y personalmente míos.
Y así fue durante unos años: The More Things Change (1997) es también fabuloso y fortificó mi sólida relación con la banda, yéndoles a ver cada vez que venían, pero hay que reconocer que con The Burning Red (1999) y, especialmente, Supercharger (2001), pusieron mi fidelidad bastante a prueba. De hecho, por culpa de estos dos discos, sin tampoco renegar de ellos, sí que los dejé un poco de lado hasta que, años más tarde, publicaron ese The Blackening en 2007 que no solo me parece que está a la altura de Burn my Eyes o más allá, sino que sitúo en el top 3 de discos metaleros de toda la década. Y desde entonces sí que he vuelto a ser fiel a sus álbumes y a venir a verlos cada vez que han venido. Por cierto, y para que el artículo no se quede sin una buena dosis de salseo para acabar, ahí dejo la confesión de que Robb Flynn ha sido la única celebridad, masculina o femenina, con quién nunca he tenido un sueño erótico.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.