Esto de clasificarlo todo es una necesidad que está a la orden del día y que habla a las claras de las ganas que tenemos de complicarnos los humanos. A los que somos de letras de toda la vida no se nos da demasiado bien lo de enumerar y ya os aviso que esta lista va a versar más sobre sentimientos que sobre números, así que no me gustaría hablar del número uno al cinco sino del primer sentimiento musical que me marcó al quinto. No quería ponerme muy pomposo y decir aquello de “empieza el viaje”, pero me doy cuenta de que la primera canción del primer sentimiento empieza con un sonido de avión camino a la Unión Soviética, así que yo no quería pero me veo obligado a ello.
The Beatles – White Album (1968)
Los Beatles tenían que aparecer por méritos aplastantes. Probablemente si no fuera por ellos no estaría aquí escribiendo y sería otra víctima más de la radio fórmula en este país, uno más de esas gentes tan simpáticas que dicen que les encanta U2 o Queen pero que no son capaces de decirte el nombre de cinco de sus canciones. Los Beatles ya estaban en mi casa cuando yo llegué y fueron mi primer amor musical, un amor que todavía dura a día de hoy y que a estas alturas de la vida va a ser ya complicado que se apague. Son la banda de la persona que me enseñó a amar la música, mi padre, pero es que con el tiempo me he dado cuenta que también son el grupo de tantos y tantos músicos a los que admiro y que cogieron una guitarra o se pusieron detrás de una batería porque estos chicos montaron la que montaron.
¿Por qué el disco blanco? La primera razón es que es el más largo que publicaron y cuando hagamos la lista de la isla desierta voy a utilizar el disco blanco también y así tendré más minutos de música que escuchar entre cocoteros (soy así de práctico). A nivel musical siempre me pareció apabullante. Tiene rock and rolles tremendos como “Back in the USSR” o “Birthday”, la explosión total de talento de George Harrison en “While My Guitar Gently Weeps”, a los Beatles más heavilones con “Helter Skelter”, temas puramente acústicos como “Blackbird” o “I Will” y otros con arreglos orquestales preciosos como “Good Night”. Todo muy Beatle y demasiado perfecto como para no marcar a alguien para siempre.
Iron Maiden – Rock in Rio (2001)
Mi introducción en el mundo del heavy metal fue bastante tardía. En mi casa siempre hubo centenares de CD, pero lo más lejos que se había ido nunca a nivel de decibelios lo marcaba el Back in Black (1980) de AC/DC. En la universidad me empecé a juntar con los más melenudos del lugar, empezaron a dejarme discos y se abrió ante mí un camino que ya no he abandonado nunca. Imaginaros la cara que me pusieron los colegas cuando les comenté que nunca había escuchado a Maiden. Fue tan jodida y me debí sentir tan desplazado que en una visita familiar al Corte Inglés, menudo sitio para comprar música en general y metal en particular, puse una cara de pena terrible ante el Rock In Rio (2001) y mi madre a sabiendas de lo vacíos que andaban mis bolsillos decidió regalarme aquel DVD. Quedaría más machote decir que estuve trabajando y ahorrando duramente para poder comprarlo, pero es que fue así y la mujer también merece su reconocimiento en mi desarrollo musical.
Aquella noche en la intimidad de mi habitación vi a Iron Maiden en la cima de su poder ante 300.000 personas enfervorizadas. “The Wicker Man”, “The Trooper”, “Blood Brothers”, “The Clansman”, “Fear of the Dark”, etc. Los clásicos se acumulaban uno tras otro y quedé atrapado para siempre por la bestia. Días más tarde, y esta vez sí con mi dinero, compré la versión en CD para poder escucharlo una y otra vez en el coche. Bruce Dickinson volvió a Maiden al mismo tiempo que yo llegué, así que imagino que no fue mal momento para conocerlos. A día de hoy tengo todos sus discos de estudio y en directo, pero el germen de toda la admiración que siento por ellos nació en aquel DVD grabado en Rio de Janeiro.
Children of Bodom – Hatebreeder (1999)
La velocidad a la que conocía nuevas bandas en la universidad era inversamente proporcional a la cantidad de clases a las que acudía. Los propios Iron Maiden, Metallica, Judas Priest, Manowar o Megadeth ya estaban en mi vida, pero quedaban bastantes más pasos que dar y yo andaba rodeado de gente que invitaba a ello. He de agradecer mi caída en las garras del heavy metal a dos compañeros de clases a los que perdí la pista poco después de finalizar mis estudios. El Hatebreeder de Children of Bodom me marcó gracias a Álex y Eugenio. Pocas cosas me harían más ilusión que se dieran de bruces con este artículo porque estoy seguro de que se les pondría una sonrisa en la cara y se reconocerían rápidamente. A los dos les encantaba Children of Bodom y recuerdo perfectamente el día que Eugenio me prestó el Hatebreeder (1999).
Cuando empezó a sonar en mi reproductor fue como pasar fase en un videojuego. Sonaba mucho más fuerte, más poderoso, más salvaje que todo lo que había escuchado anteriormente, pero a la vez era melódico y estiloso. Temas como “Silent Night Bodom Night” y “Towards Dead End” mezclaban guitarras a toda pastilla con teclados desbocados de una forma que no había experimentado nunca y aquello me arrolló. Y cuando parecía que el éxtasis no podía ir a más llegaba “Downfall”, una de mis canciones preferidas de todos los tiempos, con ese inicio de ensueño y ese desarrollo abrumador. Después llegaron Slayer, Amon Amarth, In Flames y otros muchos, pero para mí Alexi Lahio y sus muchachos serán para siempre el paso al siguiente nivel. En poco tiempo pasé de no haber escuchado nunca a Iron Maiden a escuchar con asiduidad a tíos gritando como locos delante de un micro. ¿Cuántas veces habré escuchado eso de “pues a ti esa música no te pega”? Os puedo asegurar que unas cuantas. Y cada vez que lo oigo estoy más orgulloso de ello.
Dream Theater – Train of Thought (2003)
Todos tenemos nuestra banda fetiche por la que nos pelearíamos con quien hiciera falta en su defensa. Mi banda para ponerme los guantes de boxeo siempre ha sido Dream Theater. Siempre me parecieron los tíos más talentosos, virtuosos y currantes de ahí fuera. Y a mí eso de tener talento y a la vez currártelo me llega mucho. Supongo que dentro de un tiempo se hablará de ellos con el mismo respeto que se habla de Pink Floyd o de Genesis, pero hasta que ese momento llegue aquí estoy yo para defenderlos. Después del Metropolis Pt. 2: Scenes from a Memory (1999) los chicos de Dream Theater se ganaron el derecho de hacer lo que les diera la gana. Después del Six Degrees of Inner Turbulence (2002), con esos dos CD’s tan diferentes entre ellos pero igual de brillantes, nació el Train of Thought (2003).
Sin duda es su disco más metalero y queda claro desde el principio con “As I Am”, tema que suena como si hubieras metido a Metallica y Dream Theater en una batidora. A Dream Theater le sentó de cine ponerse en plan heavilón y “This Dying Soul”, “Honor Thy Father” o “Endless Sacrifice” dan buena muestra de ello. Para mí el climax del disco se encuentra en “Stream of Conciousness”, la obra instrumental magna de la banda, que ya es decir hablando de quien hablamos. ¿Por qué este entre todos los discos de Dream Theater? Hay dos razones principales para ello. La primera es que fue el disco con el que ya me convencí para siempre de que son y serán mi banda para siempre. La segunda es que además de encantarme a nivel personal sé que es un disco apreciado por los más metaleros de ahí fuera. El virtuosismo, la técnica y esos pasajes eternos no son vistos por gran parte del personal con buenos ojos, pero la mala leche sí que nos llega a todos. Train of Thought tiene todo lo bueno de Dream Theater, una mala leche descomunal y suena grandioso.
Kiss – Destroyer (1976)
La verdad es que haberse pasado cinco años estudiando a dos pasos de la Plaça Catalunya y un paso de la calle Tallers fue una suerte. Creo que debe ser difícil encontrar un lugar a nivel peninsular con más tiendas de discos por metro cuadrado que en esa zona de Barcelona. Kiss fue otra recomendación de mis gurús musicales de la época. La frase que me convenció a gastarme mil pesetas (poco antes de que eso de las pesetas pasara a mejor vida) en aquel disco llamado Destroyer fue “estos son los Beatles del hard rock”. Eso de hacerme recomendaciones con la frase “son los Beatles de algo” suele funcionar bien conmigo y decidí hacer el gasto. Aquellas mil pesetas se convirtieron en una de las mejores inversiones de mi vida y fui abducido por la fuerza de “Detroit Rock City” o “King of the Night Time World”, la dulzura de “Beth” o la felicidad que se desprende de “Shout It Out Loud”. Me sigue pareciendo el trabajo mejor producido y más brillante de unos tíos que sí, son los Beatles del hard rock. Y si tenéis alguna duda sobre ellos os recomiendo que vayáis a un concierto de Kiss y que os pase Paul Stanley por encima en su tirolina con “Love Gun” sonando de fondo, veáis su batería elevándose hacia el cielo y estéis bajo una lluvia de confetis. Kiss es la alegría del rock ‘n’ roll y Destroyer es la perfecta representación de ello.
Amante de los videojuegos, el cine, la literatura, los cómics y la música rock desde la más tierna infancia. Me gusta escribir sobre lo que me apasiona porque de las cosas que me gustan el escribir es lo que menos lugar ocupa y desde que soy padre ando bastante mal de espacio.