Tras el subidón socio-conciertil provocado por mi exitoso encuentro con Ánteros y Santo Rostro en la noche anterior, el principio musical del largo puente de diciembre no hacía sino mejorar con la visita a la Sala Apolo de otra de mis grandes debilidades dentro del panorama actual como son los suecos Soen. Aquellos que los calificaron precipitada y altivamente como un mero clon wannabe de Tool hace cerca de diez años se tendrán que tragar ahora sus palabras, ya que disco tras disco (discazos) y gira tras gira (girazas), la banda liderada por Martin Lopez y Joel Ekelof sigue creciendo como un tiro y en pleno idilio con las musas, algo que demuestra el hecho que en poco tiempo hayan pasado de Bikini a Apolo, con parada intermedia en Salamandra.
Hablando de Salamandra, el de hoy iba a ser mi primer concierto internacional desde que los también suecos The Night Flight Orchestra dejaran su huella en la sala hospitaletense tan solo un par de días antes de que nos encerraran completamente y de que, así en general, el mundo se fuera (un poco más) a la mierda. Los que estuvimos allí ese día ya nos abrazamos y despedimos con la certeza plena de que tardaríamos un tiempo en volver a encontrarnos en esas circunstancias, pero estoy seguro que ninguno de nosotros podía pensar, no en nuestros peores sueños, que ese hiato se iba a alargar prácticamente dos años. Y no todo es aún igual que entonces, claro (por lo poco, antes no había ni mascarillas ni cribajes de dudosa eficacia a la hora de entrar), pero lo vivido hoy en Apolo es lo más parecido a esa añorada y vieja normalidad que me he encontrado en los últimos meses.
Y eso que ante la ola de cancelaciones y postposiciones que han ido sufriendo la inmensa mayoría de giras internacionales programadas para estas fechas, hasta el último momento no las tenía todas que la descarga de los suecos fuera a llevarse finalmente a cabo. En este sentido, la banda ha sido inteligentemente precavida, y en vez de programar una gira larga que les llevara por varios países (con los consiguientes cambios de protocolos y criterios tras cada frontera, jaleos logísticos varios y riesgo creciente de positivos, cuarentenas, cancelaciones y demás etcéteras pandémicos) ha decidido centrarse en dar cuatro conciertos en Portugal y España. En este sentido, y a costa de tener que renunciar a todo su atrezzo escénico (que tampoco es que lleven mucho normalmente), creo que la banda ha tomado la decisión correcta para adaptarse lo mejor posible a estos tiempos inciertos y de inesperados golpes de timón.
Para tal serie de eventos, los suecos se hicieron acompañar por dos teloneros como Oceanhoarse y Lizzard (estos últimos sustituyeron a última hora a los esperados Port Noir, que ya pudimos ver aquí mismo hace un par de años abriendo para Leprous), que más allá de gustar más o menos estoy seguro que fueron poco decisivos a la hora de vender ni una sola entrada. Soen, en cambio, se bastaron y sobraron para comprobar el tirón de su intachable carrera reciente y de su último Imperial subiendo de sala e incorporando algunos aficionados más a su noble causa. Ya desde un buen rato antes de la hora prevista para la apertura de puertas, una larga cantidad de ellos (de un perfil bastante hetereogéneo pero con una edad media algo superior a lo que me esperaba, la verdad) empezaron a hacer cola en la esquina del Paral.lel con Nou de Rambla mientras muchos otros ya llevaban un buen rato haciendo tiempo en los bares de la zona. El resultado: el Apolo presentó un aspecto más que decente, con la pista prácticamente llena, un ambiente excelente y ninguna de las incomodidades que se derivan de un concierto a rebosar.
En lo personal, los que me conocéis sabréis que me declaré apóstol irredento de la banda sueca tan pronto me encontré recogiendo lo que quedaba de mi mandíbula tras escuchar por primera vez ese tremendo pasaje a capella que cierra «Fraccions» (uno de los grandes hitazos de su primer disco). Desde entonces, la totalidad de su producción discográfica me ha parecido, por lo poco, de notable alto, y en las dos veces que les he visto en directo hasta ahora me provocaron una mezcla de lágrimas, lujuria, piel de gallina y derretimiento cardiaco, así que os podéis imaginar la ilusión que me hacía volver a encontrarme de nuevo frente a frente con ellos, y más aún tras tanto tiempo sin pisar las salas. Tras mi crónica del concierto de Ànteros de ayer recibí algún que otro comentario socarrón apuntando a que se parecía más a una entusiasta y acrítica felación que a un ejercicio periodístico… pues bien, ya os aviso que hoy la cosa va a ser tres cuartos de lo mismo.
Oceanhoarse
Al igual que ocurrió la última vez que se dejaron caer por estos lares, los amigos de Soen vinieron acompañados de una banda que, a priori, no pegaba con ellos ni con cola. Es verdad que entonces el choque cultural fue aún más flagrante, ya que el correcto pero desconcertante deathcore de Ghost Iris generó más rechazo y molestia que otra cosa entre una parroquia prog que fue abandonando la sala a medida que avanzaba su actuación, pero el heavy metal con toques groove de los finlandeses Oceanhoarse también levantó más cejas que ovaciones. Hablando con algunos de los asistentes tras el concierto, me dio la sensación que el desdén con el que fue recibida su actuación fue casi unánime, pero a mi juicio tampoco creo que estuvieran tan mal. Es cierto que su propuesta fue bastante genérica, que no sonaron del todo bien, que abusaron de pose y que no pintaban mucho aquí, pero aún así su concierto me pareció aceptablemente resultón, sin llegar a aburrirme en ningún momento y consiguiendo sacudir alguna que otra cabeza entre el sector más entregado de la audiencia.
Encajonados en el pequeño reducto de escenario que les quedaba libre de trastos (el del Apolo nunca ha sido un escenario especialmente amplio, y menos aún para los teloneros), el cuarteto finés se lanzó con todas las ganas (y un ventilador) a dedicarnos un puñado de temas pertenecientes, en gran parte, a su último y reciente Dead Reckoning. Con un cierto aire a caballo entre Iced Earth, un melodeath sin guturales, un groove moderno y un espíritu eminentemente jebi en forma de estribillos épicos y de riffacos llenos de clichés pero resultones y bien ejecutados, Oceanhoarse se lo pasaron en grande, no dejaron de interactuar con el público y, a nivel de actitud y entrega, no desperdiciaron la oportunidad de disfrutar de su primera gira internacional importante.
En media hora larga de concierto incluyeron breves (e innecesarios, como siempre) solos de guitarra y bajo, y alcanzaron su momento álgido en una inesperada (y quizás inapropiada, teniendo en cuenta el lugar y la audiencia) versión del «Bark at the Moon» de Ozzy Osbourne que no acabó de apasionar a la mayor parte del público pero que sí que motivó que aquellos que la conocían se animaran a corearla con más o menos entrega. Tras ella, encararon la recta final del concierto con la buena pareja formada por «Submersed» y «The Intruder», cerrando así una actuación que a mí me pareció digna a secas pero que probablemente pasará sin pena ni gloria por la mente de casi todos los presentes. Meterse en carteles de giras interesantes es una buena manera de que bandas pequeñas como ésta se den a conocer, no hay duda de ello, pero si te decides subirte a una gira cuyo público potencial poco tiene que ver con el tuyo, puede resultar incluso contraproducente.
Setlist Oceanhoarse:
Headfirst
Death Row Center
Reaching Skywards
One with the Gun
From Hell to Oblivion
Bark at the Moon
Submersed
The Intruder
Lizzard
Conocí a los franceses Lizzard gracias al concierto que dieron en la sala Razzmatazz 3, junto a O.R.k., hará cosa de tres años y pico. Ese día, y ante cuatro gatos mal contados, el trío liderado por Mathieu Ricou fue capaz de sorprenderme y de hacerme disfrutar de lo lindo, cosa que, vista con perspectiva, parece que no fue suficiente para animarme a prestarles ningún tipo de atención desde entonces hasta el día de hoy (y así lo confirma un vistazo rápido a mis infalibles estadísticas de Last.fm). Y eso no es del todo justo, la verdad, porque tanto su producción anterior como el reciente Eroded que aprovecharon para presentar en esta ocasión me parecen discos más que notables. Así que os pongo a todos por testigos de que, como resolución de casi año nuevo, y motivado por el nuevo y entretenido bolazo que se marcaron hoy, me propongo cambiar esta tendencia personal e incluirles más a menudo en mi rotación.
Aún y ser una incorporación de más o menos última hora al cartel, la expectación que generaron entre el público fue bastante mayor que la creada por Oceanhoarse. Por lo pronto, y a pesar de que su abanico estilístico es algo particular, Lizzard sí que pegan bastante con la propuesta de Soen (a los que ya habían teloneado con éxito en el pasado), así que cuando se apagaron las luces y empezaron a sonar las primeras notas de la dulce «Corrosive» bajo una evocadora aura roja, el público ya se agolpaba sin apretones pero con indisimulado interés (y algunos, sin callarse ni debajo del agua) en las primeras filas. Inmediatamente pudimos comprobar que el sonido iba a ser mucho más claro y nítido que el de sus predecesores (de hecho, sonó remarcablemente bien) y que todo apuntaba a que la conexión entre escenario y pista iba a ser creciente a medida que avanzaran los temas.
Rock alternativo, prog rock, post hardcore y art rock (e incluso pasajes que llegaron a recordarme a Sting) son algunas de las etiquetas que me vienen a la cabeza para ayudar a definir el estilo de una banda que, sin ser necesariamente original o innovadora, sí que rebosa frescura y personalidad. La clave para ello está en la sólida combinación entre el groove y la potencia de la base rítmica, obra de Katty Ellwell y William Knox, con la bacanal de loops y de ruiditos que emana en todo momento de la pedalera de un agradecido Mathieu que no dudó en repetir y repartir elogios con voz tímida ante la excelente respuesta de un público, cómo se veía a venir, cada vez más conectado.
Los temas de su reciente Eroded fueron claramente protagonistas de la velada, ocupando la mitad de los cincuenta minutejos de los que dispusieron para convencernos de sus bondades, pero a mí me hizo especial ilusión escuchar algunas canciones que en su momento me gustaron mucho pero que tenía ya casi olvidadas como son la magnífica «Vigilant» o la final «The Orbiter». Con independencia de su disco de origen, lo que está claro es que el concierto de los franceses fue de menos a más a nivel de entrega, sonrisas, aplausos y bailoteos, y la verdad es que, más allá de su evidente calidad musical, se trata de una de esas bandas que cae fácilmente bien gracias a su cercanía y autenticidad. Lizzard gustaron y me gustaron, y me apuesto algo a que hoy volvieron a su casa con un puñado de un nuevos fans en el bolsillo y, por lo menos (¡hola!), en alguna que otra lista de resoluciones de año nuevo.
Setlist Lizzard:
Corrosive
The Decline
Vigilent
Haywire
Shift
Min(e)d
Blowdown
The Orbiter
Soen
Una inesperada e improbable colección de clásicos del thrash ochentero como «Holy Wars» o «Battery» nos sirvieron para amenizar la espera antes de que los verdaderos protagonistas de la velada hicieran acto de presencia sobre las tablas. Un rápido vistazo a mi alrededor me sirvió para certificar que, si bien estábamos aún lejos del sold out, el balance de asistencia fue todo un éxito y que, sin duda, había más gente que nunca en un concierto de Soen en Barcelona. En realidad yo siempre he pensado, y cada día lo pienso más, que los suecos son una banda con un considerable potencial de masas (carisma, tablas, accesibilidad, calidad y temazos no les faltan para ello), así que entiendo que ese pequeño pero constante crecimiento en popularidad es algo lógico, previsible e inevitable. De hecho, no me extrañaría nada que a poco que sigan publicando discos a la altura de lo que vienen haciendo últimamente (y que alguien con dinero se atreva a apostar de verdad por ellos), les veamos petarlo en círculos mucho más elevados.
Cuando la expectación y las ansias estaban a punto de cortarse por un cuchillo, súbitamente se apagaron las luces de la sala y por sus altavoces empezó a sonar la sirena de alarma que abre la majestuosa «Monarch», uno de los muchos temas pertenecientes a su último disco Imperial con los que nos deleitaron hoy. Al cabo de unos pocos segundos, los cinco miembros de la banda entraron a escena uno tras otro, en estudiado orden, con Martin y Joel en último lugar y entre las mayores ovaciones. Y a la que el ex baterista de Opeth agarró las baquetas y se lanzó a por el redoble inicial, eso se vino abajo. Es verdad que ese tema inicial aún no sonó todo lo nítido y compacto como sonaron durante el resto del concierto, y que sirvió más que nada como toma de contacto tanto para la banda como para el público, pero había tantas ganas de todo que no nos dimos ni cuenta.
Entre sacudidas de cabeza y melodías emotivas, me dio tiempo a observar y constatar varias cosas, siendo la primera de ellas que no hay muchas bandas hoy en día con tantos greñudos (todos excepto el vocalista). Pero tambien que el mostacho de Lars Ahlund es algo verdaderamente épico (y no dejemos que su mostacho nos tape su calidad), que la guitarra de Cody Lee Ford tiene un mástil diminuto y que el carisma, la confianza y el mojo de Joel Ekelof va creciendo año a año a un ritmo imparable. Martin López, por su parte, hace lo posible para pasar visualmente desapercibido y, en contrase extremo con la elegancia innata de su vocalista, se parapeta tras los parches ataviado con una camiseta de tirantes y el pelo recogido en un moño como si estuviera en el local de ensayo. Eso le basta y le sobra, claro, porque el tío es insultantemente bueno, tiene un groove descomunal y se las apaña para hacerte creer que todo es mucho más fácil de lo que realmente es.
Así como digo que durante la primera canción aún parecían estar ajustando algunas cosillas, no es menos cierto que a la que se lanzaron a por la magnifica «Rival» el tecnico de sonido ya habia hecho toda su magia y, en consecuencia, los suecos empezaron a sonar como un cañon y a tener a todo el mundo comiendo de su mano. La tremenda «Deceiver» y su rítmica elegancia continuó atrapando crecientemente al respetable, mientras que la larga, melindrosa y celebrada «Lunacy» despertó el lado mas meloso de buena parte del público (un chaval justo delante mío se llegó a quitar la camiseta – en la que no sé qué ponía – para mostrarla ilusionado al escenario). La bacanal de temazos siguió rodando, avasallándonos ahora con «Martyrs», un hitazarral que, como muchos otros, alterna sabiamente la vertiente más dulce y melosa de la banda con pasajes en los que no tienes otro remedio que dejarte las cervicales.
Tal y como ha ocurrido en todos los conciertos de Soen a los que he asistido hasta hoy, un rápido vistazo a mi alrededor fue suficiente para comprobar como gran cantidad de gente se impregnaba del concierto con los ojos cerrados y una sonrisa en los labios (y si no fuera por las mascarillas, habría revelado muchos más), demostrando una vez más que esta banda tiene una facilidad innata para atrapar, enternecer y emocionar al mas pintado. Porque en ultima instancia, e independientemente de lo que yo o nadie sea capaz de escribir aquí, no hacen falta razones objetivas para que una canción, una banda o un estilo sean capaces de tocarte la patata y hacerte vibrar en lo mas íntimo de tu ser. Y en eso Soen son, indudablemente, uno de esos elegidos.
Como suelo hacer antes de cualquier gira más o menos grande que venga a cruzarse en mi camino, y animado por mi motivada vocación periodística, durante la semana le pegué un vistazo al repertorio que venían tocando en estas ultimas fechas (y que se cumplio a rajatabla en el concierto de hoy). Y bueno, tengo que confesar que a primera vista me generó cierta contrariedad que se centraran tantísimo en sus dos últimos trabajos y que, en consecuencia, ignoraran prácticamente por completo su (igualmente magnífica) producción anterior. Vale que Lotus y Imperial son, por ahora y muy probablemente, el pináculo creativo de su carrera y la expresión maxima de su realidad actual, pero a priori me parecio bastante injusto que trece de los quince temas que iban a formar parte del setlist de hoy pertenecieran a estos dos trabajos, olvidando que Lykaia, Tellurian o Cognitive también son discazos como la copa de un pino.
Pero más alla de las preferencias personales de la banda a día de hoy, al escuchar la interpretacion de la genial «Savia» (precedida por un motivante solo de bajo y única representacion de su debut, del que se olvidadron de mi adorada «Fraccions») y, sobre todo, de «Sectarian», noté como no acababan de sonar del todo asá o, al menos, no tan cálidos y compactos como lo hacían con los temas más recientes. Supongo que, a pesar de que Martin y Joel son sin duda el alma y el cerebro de la banda desde el primer díaa, el hecho de que Cody (cuya presencia y aportación se me antoja cada dia más relevante y personal) no estuviera en esos tres primeros discos hace que su estilo o su sonido no acabe de encajar de la misma manera. O quizás no tiene nada que ver con esto y es un puro tema de gustos e identificación, vete tú a saber, pero en todo caso esta explicación me resulta bastante plausible.
Su proverbial alternancia entre caña (elegante) y melosidad (más elegante aún, si cabe) tuvo otro punto álgido en la celebrada «Lumerian», el primer corte de su último trabajo (un temazo cuyo estribillo nunca ha acabado de atraparme del todo, pero con una letra maravillosa como es habitual en la banda). La que sí que es un temarral sin ni un solo pero es «Covenant», repleta de groove y ante la que resulta imposible resistirte a unos bailoteos. Tras ella, la pareja formada por «Modesty» y «River» bajó radicalmente las revoluciones del concierto y, asi una tras de otra, situaron el azucarímetro a un nivel que incluso a mi me parecio un pelín exagerado. En mi opinión quizás las podrían haber intercalado con algo que tuviera un poco más de ritmo, pero vamos, quién soy yo, humilde mortal.
Para acabar el set principal, la banda escogio los que son probablemente mis dos temas favoritos de Imperial. Por un lado, la brutal «Antagonist», con su tremendo estribillo de puño en alto y sus coreados oh-oh-ohs. Por el otro, la final «Illusions», una suerte de revisitación de la fórmula que tanto éxito aplicaron en «Lotus» y que, aunque quizás no llega a su (vertiginosa) altura, tampoco es que se quede corta. Parece que este tipo de canción de inspiración floydiana se les da la mar de bien, tanto en disco como en directo, y el gran grueso de la gente la recibió con una pasión que se tornó en en ovación indudablemente merecida una vez se desvaneció la última de sus notas y los cinco chavales de Soen se bajaron del escenario para que les diera el aire y prepararse para el bis.
Tras los breves minutos de espera de rigor, en los que casi nadie se movió (a no ser que no pudieras aguantar la vejiga un segundo más) pero en los que tampoco nadie se envalentonó especialmente a pedir su previsible regreso (al fin y al cabo, estamos hablando de un público prog), la banda volvió a aparecer en escena (Joel copa de vino en mano) para atacar un gran arreón final que empezó con la maravillosa «Lascivious» (que habla sobre fracasos relacionales y que cuanto más escucho más me flipa) y esos múltiples pasajes y vaivenes que van desde las melodías irresitibles, los estribillos épicos, las violentas sacudidas de cabeza y el final apoteósico. Como ya he comentado más arriba, la interpretación de la impresionante «Sectarian» (única concesión a su no menos impresionante Lykaia) no acabó de sonar tan redonda como el resto del concierto, pero aún asi yo no escatimé en sudor, morritos, gorgoritos y flipazo generalizado. No en vano este disco fue el responsable de que, en mi mundo, Soen pasaran de ser una banda sencillamente magnífica a convertirse en uno de los grandes referentes de mi yo musical contemporáneo.
Para cerrar la velada, y como no podíaa ser de otra manera, se reservaron la absolutamente majestuosa «Lotus», a mi juicio (y ya me perdonaréis, llegados a este punto, la emoción desbocada y ligeramente fuera de control que demuestro) una candidata indiscutible a top 5 de mejores canciones de la década pasada, hitazo máximo de la banda y motivo suficiente para que estos chicos se hagan con un lugar en la historia de la música. Un temazo perfecto y desbordante de emotividad, con una letra espectacular, una melodíaa deliciosa y un solaco que me pone la piel de gallina cada vez que lo escucho. Su interpretación desperto abrazos, susurros, dulzura y, en definitiva, amor infinito entre los presentes (y yo el primero, feliz de poder compartirlo con mi afortunada acompañante), ayudando así a que el mundo fuera un lugar mejor durante unos pocos minutos. Está claro que Soen es una banda con un talento increíble, pero aquí rompen completamente la baraja y parecen tocados por la varita de los dioses. «Lotus» es una canción que pone de manifiesto lo grande que es esto de la música y, por supuesto, supuso un final espatarrante para un concierto, como siempre, excelente.
Bien, después del éxtasis, tocaba atusarse un poco el pelo y ponerse la camisa otra vez por dentro mientras la banda recibía un baño de multitudes (Joel sintiéndose como pez en el agua, Martin con prisas por irse, Cody siendo el ultimo en abandonar el escenario y los otros dos pasando injustamente desapercibidos – tanto Lars como Oleksii son buenos de cojones e hicieron un trabajo magnifico, pero las miradas se centran en los demás -). Los reencuentros tras el concierto y las conversaciones con los asistentes certificaron con unanimidad que esto fue un bolazo como una casa, y aunque es posible que no fueran capaces de hacerme alcanzar el indescriptible nivel de emoción que sentí en mi primer encuentro con ellos en Bikini hace unos pocos años, no puedo sino estar completamente de acuerdo con todos ellos. Soen tienen todo lo necesario para ser tan grandes como quieran serlo, y cada día parece haber más gente dispuesta a darse cuenta y disfrutarlo.
Setlist Soen:
Monarch
Rival
Deceiver
Lunacy
Martyrs
Savia
Lumerian
Covenant
Modesty
River
Antagonist
Illusion
—
Lascivious
Sectarian
Lotus
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.