Ya lo cantaba Helloween: “Time marches on with no return”. El tiempo pasa a una velocidad de vértigo y, sin darte cuenta, ya peinas canas, luces una bonita calva o han pasado 20 añazos del principio de algo que pudo ser muy grande, pero que duró demasiado poco. Sí, amigo, hace ya 20 años que un proyecto como Lost Horizon sacaba su debut, el tremendísimo Awakening the World (2001). “No fate, only the power of will” iban lanzando por diestro y siniestro, y es que más allá de lo musical, líricamente esa idea plasmaba muy bien el mensaje que el grupo quería dar. Principios del milenio, el power reinaba en la escena, y desde Gotemburgo, en Suecia, nos llegaba una pequeña revolución dentro de la escena. Pequeña. ¿eh? Lost Horizon no se dedicaban a hacer power al uso. Aquí había más garra, más mala leche, más influencias de grupos como, por ejemplo, Judas Priest e, incluso, con algún ligero aroma, en cuanto al tratamiento de riffs, del thrash.
Pintados y con nombres futuristas-ficticios (esto siempre me ha parecido más bien cutre), empezaron su andadura en 1990 bajo el nombre de Highlander y con Joacim Cans a la voz, así como algún que otro miembro de lo que después sería Hammerfall. Por suerte, el grupo del martillo nació, Cans se largó y reestructuraron el grupo, dándole el micro a Daniel Heiman, una auténtica bestia a la voz. Ya con la formación definitiva, y queriendo diferenciarse del power-al-uso, cuidaron mucho el que debía ser su álbum debut, ese que hoy cumple años, y que personalmente considero uno de los primeros discos más potentes que he escuchado. Suecia arriba y abajo, grabando en diferentes estudios, consiguieron lo que buscaban: un sonido muy metalero pero muy propio, todo muy limpio, pero a la vez con una ambientación, fruto de los teclados, muy propia. Por ver qué se dice por ahí. Rate Your Music lo puntúa de forma exageradamente baja, con un 3,78/5, Amazon le da las cinco estrellas, Metal Archives le da un 91 sobre 100 y está en la posición 37 de 2.100 de los álbumes de 2001. Para mi gusto es un álbum de 10. O, si consideramos que sólo pueden obtener esa puntuación discos absolutamente trascendentales, un 9.5. No tiene paja.
Enlazando con el primer párrafo y el título del disco, y sin ser en absoluto un disco conceptual, la idea del disco/grupo trata sobre unos seres espaciales (De ahí los nombres-chorra) que vienen a despertar al mundo, en el sentido más budista del término (aunque me da que de budistas tienen poco). Vienen a que la humanidad se de cuenta de cómo está de esclavizada, rompa sus cadenas y sea consciente de sí misma. Sí, amigos, dicho rápido y mal (y cogiendo la sociedad en vez de al individuo), eso es budismo en vena. Pero supongo que lo que interesa es el contenido, ¿no? Pues vamos a desgranarlo.
La cosa empieza con una intro muy espacial, muy en la línea de ese concepto que hablaba. “The Quickening” sirve para situarnos en el sonido y para que Heiman, al final, salude desde lo alto. Ahí ya nos llega la primera bofetada, y es que “Heart of Storm” es un auténtico cañonazo. Aquí las guitarras tienen ese gusto afilado, metalero del que hablo, mientras que el colchón de teclados le da ambiente. Pero lo que domina el tema, el disco, EL GRUPO, es la voz del bueno de Daniel. Si hubiese sido él el substituto de Halford… el tema te hará hervir la sangre, levantar el puño y sentirte poderoso. De hecho, todo el disco lo hará, así que haré un copy paste. “Sworn in the Metal Wind” recoge el testigo donde su antecesora lo deja. El bombo va a toda leche, y las guitarras están mucho más presentes que en el power habitual. Los cambios de ritmo son la leche, y la energía que transmite, aún más. Destacar algo que pasa a lo largo de los temas, y es la forma de cantar de Heiman. Y sí, me refiero a la forma de cantar, pues en ocasiones parece que hable rápido, por así decirlo. Hay que escucharlo para entenderlo, y de verdad que merece la pena.
Nos encontramos con una midtro, cosa que me sobra. “The Song of Air”, al ritmo suave de las teclas, sirve para dar paso a “World Through My Fateless Eyes”, otra de las destacadas (la verdad es que todas son destacadas). El principio con bajo y batería da paso a un huracán guitarrero que, en conjunto, no da tregua, y un estribillo muy potente. Todo, a todos los niveles, ralla a una altura inmensa. Y poco a poco llegamos al sexto tema, uno de los que más me han gustado siempre. Bajamos la rapidez, pero la intensidad se mantiene, o incluso se supera.“Perfect Warrior” tiene un aroma a “Under Blood Red Skies” que tira para atrás: el tempo, la garra, la épica, la potencia… es escucharla y saber que lucharás hasta que no te quede ni una gota de sangre en el cuerpo. Y, por si fuera poco, al ser un tema rítmicamente más tranquilo, Heiman tiene mucho más espacio para lucirse. El estribillo pone los pelos de punta.
Recuperamos la caña con “Denial of Fate”, y aunque sigue siendo un temazo (insisto, en el disco no hay relleno), quizá no está taaaaaaan lograda como las otras. O sí, ¡yo que sé! Sea como fuere, la melodía vocal del estribillo no te la quitarás de encima ni con agua caliente. Lo mismo diría de “Welcome Back”, aunque fue una de las que más éxito tubo hacer un par de décadas. Eso sí, en esta es donde los teclados mejor atmósfera logran, donde más se lucen. De nuevo, esté o no a ala altura de las otras, cuestión que dejo al gusto de cada uno, el estribillo se te grabará a fuego para siempre. Aún sigo cantándolo 20 añazos después.
Encaramos la recta final con la más larga del disco, “The Kingdom of My Will”, con cierto regusto a Maiden en algo que no sé definir. Diferentes velocidades, diferentes riffs, diferentes melodías, la misma potencia, el mismo chorro de voz. Hay que experimentarla. Y para acabar, una outro que, de nuevo, no aporta nada. Entiendo que las quieran meter para llegar al número redondo de 10 canciones, pero 3 “-tro” me parece excesivo, es la única pega que le pongo al disco.
Lost Horizon revolucionó el power separándose de él, cogiendo de verdad, más allá de cualquier etiqueta, aspectos del heavy más clásico, quizá incluso algún regusto a otros elementos. Nos dejaron solo dos discos, pero qué dos discos. Ya lo he dicho, pero con Angels Cry (1993) de Angra y algún otro que me ronda la cabeza, posiblemente sea mi debut preferido. Lástima que Heiman quisiese experimentar con mierdas más modernas que no han aportado nada, pues nos quedamos sin un grupazo de época.
Llevo en esto del heavy más de media vida. Helloween y Rhapsody dieron paso a Whitesnake y Eclipse, pero Kiske sigue siendo Dios.
Como no sólo de música vive el hombre, la literatura, Juego de Tronos y los tatuajes cierran el círculo.
Algunas personas dicen que soy el puto amo, pero habrá que preguntarles por qué.