Para muchos de vosotros puede parecer paradójico que la última grabación de estudio de Lou Reed fuera Lulu, la controvertida colaboración con el cuarteto angelino Metallica, considerada como una obra maestra por el también finado David Bowie. Pero para un servidor, independientemente de su discutible resultado, dicha publicación cerró un simbólico círculo, iniciado en mis años mozos. Concretamente en 1984, cuando el doble vinilo Live in Italy del protagonista de este artículo fue el contrapunto idóneo del portentoso y arrollador elepé de importación Ride the Lightning, en varias sesiones con mis colegas heavies. Una apropiada conexión que, por desgracia, fue difuminándose con el paso del tiempo, aunque tuvo otro desafortunado y un poco vergonzoso episodio (que prefiero no narrar en el presente escrito) durante la actuación del compositor y poeta neoyorquino en el Teatre Tívoli de Barcelona, el lunes 3 de febrero de 1992, en el marco del The Magic and Loss Tour.
A menudo pienso que Transformer, el clásico que hoy festeja cinco décadas de su aparición, es un disco ideal para una noche de conversaciones privadas, regadas con demasiado alcohol y combinadas con diversas sustancias (legales o prohibidas), entre amigos muy afines. Al igual que estas inconfesables charlas nocturnas, el cantautor Lewis Allen Reed relata, a veces de manera directa y otras de forma bastante críptica, impulsos sexuales, adicciones conocidas, cotilleos del pasado y recuerdos nostálgicos, a través de unas precisas canciones que, en algunos casos, se convirtieron rápidamente en hits imperecederos de su trayectoria. Estoy destacando, por supuesto, la punzante «Vicious», la cautivadora «Perfect Day», la sensual «Walk on the Wild Side» y la radiante «Satellite of Love». El resto del repertorio no es tan excelso, pero cumple su cometido de redondear un trabajo a medio camino entre el emergente glam rock y el alabado sonido velvetiano (“Andy’s Chest”, “Hangin’ ‘Round”, “Wagon Wheel” y “I’m So Free”), con puntuales paradas en escenarios cabareteros (“Make Up”, “New York Telephone Conversation” o la conclusiva “Goodnight Ladies”), todo bajo las decisivas directrices y las acordes aportaciones musicales ofrecidas generosamente por el alter ego de Ziggy Stardust y su mano derecha, el guitarrista, pianista y arreglista Mick Ronson.
Con las enumeradas virtudes, y a pesar de su fantasmagórica portada (una significativa instantánea tomada por el legendario fotógrafo británico Mick Rock), el álbum triunfó tanto a nivel de ventas como de críticas, alcanzando progresivamente el actual estatus de documento esencial.
Aunque, dentro de los deducibles gustos de mi pandilla de juventud, nuestros favoritos de aquella lejana época siempre fueron Rock ‘n’ Roll Animal (1974) y Live (1975), dos viscerales y complementarios registros en vivo (que acostumbro a recomendar sin titubear), y particularmente, de la extensa producción del singular creador estadounidense, me quedo con el áspero pero excepcional New York (1989).