Hay ocasiones en las que con un primer vistazo a la portada de un disco sabes que lo que vas a escuchar te va a molar. Es absurdo, pero a veces pasa. Y eso es lo que me ha pasado a mí con el debut de Meat Cheese: no sabía lo que me iba a encontrar, pero al ver el diseño de la carátula, tan lisérgico, con colores tan vivos y enérgicos, tuve el pálpito de que iba a ser un trabajo con el que iba a conectar sin ninguna dificultad. Y al darle al play confirmé que por norma general, la intuición suele hacer bien su trabajo.
Este Fromage en extase viene cargado de una mescolanza de blues y rock acompañada, según le dé al dúo que la presenta, de toques garajeros o psicodélicos, entre otros brochazos de distintas influencias.
El álbum lo abre “Raptor Party”, donde el dueto ya se presenta como un proyecto en el que se dan la mano géneros muy dispares y variados, dando toques al tema que van desde el los sonidos más primigenios del rock hasta otros más alternativos como el grunge, rematado todo con un punto personal dando como resultado un sonido que puede recordar a varios grupos, pero sin llegar a sonar como ninguno de ellos.
“Moanin” salta a la palestra con una intro pendular que puede llegar a sonar algo pop, pero no tarda en armarse con una coraza entre rabiosa y provocadora, descartando enseguida cualquier atisbo de amabilidad en el carácter del corte.
En “Fist” los austriacos hacen toda una exhibición de su buen hacer tanto a la hora de componer pegadizas melodías como al llevarlas a cabo, resultando un tema aparentemente simple, pero con unos ritmos más que interesantes y variados, hasta que abruptamente da paso a “Cheese Blues”, que da exactamente lo que su título promete: un blues sin mayor doblez que la que le pueda dar el personal prisma de Meat Cheese, coronado a golpe de enérgico rock ‘n’ roll.
El relevo de semejante energía lo toma “Cheaper Better Harder”, uno de los puntos fuertes del disco, vibrante cuando tiene que serlo y tan sosegado como directo cuando se tercia.
La calma se hace protagonista con la sombría “Bone Marrow”, empapada de un espíritu amenazadoramente chulesco, a la que sigue “I’m Glad You Asked”, donde de nuevo los tiroleses juegan con los contrastes poppies y garajeros, moviéndose como pez en el agua en ambos terrenos.
El álbum lo remata, de la forma más mansa posible, “Opus Meat”, corte instrumental que sirve de experimental despedida a un viaje en el que los géneros surgidos durante décadas se encuentran o, directamente, se funden impecablemente en un juego continuo de mezclas.