Cuando te enteras de la existencia de un proyecto liderado por figuras del renombre de Alex Skolnick, David Ellefson o Mike Portnoy, no puedes sino levantar ambas cejas, poner leves morritos de satisfacción e indagar un poco más para ver de qué va la exactamente cosa. Porque aunque normalmente este tipo de súper grupos acaban siendo una cosa más de nombres que de relevancia compositiva, y la verdad es que bien pocas veces ha salido de ellos algo verdaderamente memorable, también es inevitable que generen, como mínimo, una evidente curiosidad entre el metalero medio. Y si vienen acompañados de un elenco de vocalistas invitados de primera fila, pues aún más.
Pero si uno puede tender a pensar que un proyecto así no es más que una artificial orquestación de la pérfida industria musical para intentar sacarnos los cuartos, en este caso parece que la cosa se gestó de forma bastante distinta. De hecho, resulta que durante la celebración de un Motörboat (el festival / crucero que los añorados Motörhead habían organizado en un par de ocasiones), los tres implicados (Skolnick, Ellefson y Portnoy) se empezaron a marcar unas jams de clásicos del metal y, fíjate tú por donde, conectaron tan bien que acabaron decidiendo montar una banda con temas propios.
Ésta es la primera sorpresa positiva, pero no es la única. Uno podría tender a pensar que, estando estos chicos desperdigados por Estados Unidos, las composiciones provengan de fríos intercambios de riffs vía email grabados en la casa de cada uno, sin verse la cara ni para decirse hola. Pero tampoco eso ha sido así: tal y como el propio Alex Skolnick nos comentaba, aunque hay riffs y pasajes recuperados del baúl personal de cada uno de sus componentes, la mayoría de canciones salieron en el local de ensayo a partir de improvisaciones y sesiones conjuntas.
Aunque estamos ante un trabajo indudablemente colectivo, quiénes parecen cortar el bacalao de verdad son el desconocido Mark Menghi (mastermind de todo el proyecto) y el siempre genial Alex Skolnick, que nunca deja pasar la oportunidad de apuntarse a fregados de todo tipo en los que ponerse al límite. David Ellefson, como es habitual en él, da la sensación de ser un escudero de lujo sin mucho que decir a nivel presencial o compositivo, mientras que Mike Portnoy ha encontrado un hueco en la agenda que le han dejado sus múltiples bandas (y cada día son más) para demostrar una vez que es un batería de lujo y que controla un amplísimo abanico de estilos como nadie. Le faltaba el thrash, y Metal Allegiance le da la oportunidad de satisfacer sus ansias de cubrir, aún, un estilo más.
Este Power Drunk Majesty es el segundo disco de este cuarteto, lo que supongo que es un señal que el primero de ellos, publicado en 2012, les dejó satisfechos tanto a nivel de ventas como de sensaciones. Este nuevo trabajo sigue las mismas premisas y les muestra ahondando un poco más en el heavy / thrash / groove que ya sirvió de carta de presentación en su debut. Lo hacen con un nivel de consistencia admirable teniendo en cuenta el baile de cantantes, y ya sea Johan Hegg (quizás el más forzado de todos) o Floor Jansen quien se ponga a las voces el conjunto del disco se las apaña para sonar compacto y coherente. Es cierto que existen ciertos matices (por ejemplo, unos tambores tribales acompañan la presencia de Max Cavalera en la genial «Voodoo of the Godsend»), pero no dejan de ser eso, matices que hacen de la escucha de este trabajo un viaje verdaderamente entretenido.
Así que, a mi juicio, musicalmente lo que podemos escuchar en Power Drunk Majesty va más allá de la estricta curiosidad, y la verdad es que las canciones están bien hechas, son divertidas, pegadizas, están llenas de riffacos y suenan muy bien, con todos los cantantes perfectamente integrados para acabar ese resultado coherente pero variado que comentábamos. Tenemos la agresividad de Trevor Strnad de The Black Dahlia Murder (cuyo tono vocal, mezclado con el thrash más clásico perpretado por la sección instrumental de la inicial «The Accuser» me recuerda un montón a Suicidal Angels), la elegancia y el toque alternativo que siempre da la presencia de John Bush (acompañado por unos coros muy apropiados a su estilo tanto en Anthrax como en Armored Saint), la épica de Floor Jansen o la rarunez histriónica de Troy Sanders de Mastodon. Este último, por cierto, repite participación después de que su voz ya estuviera presente en un corte del primer disco de la banda. El otro que repite, y lo hace por partida doble, es el cantante de Death Angel Mark Osegueda, apoltronado casi en el sillón de vocalista residente con la impresionante potencia, rango vocal e inigualable espíritu thrash que demuestra tanto en «Impulse Control» como en la primera parte del tema título que cerrará el disco.
Parece una evidencia, pero a la vez es verdaderamente interesante ver como el aire de un tema cambia de forma radical dependiendo de quién sea el cantante. Por ejemplo, el muy testamentero «Mother of Sin», con Bobby Ellsworth de Overkill a las voces, suena brutalmente thrash, mientras que cuando Mark Tornillo de Accept es quien se pone a ello la cosa coge un poso mucho más «jebi». Y así con cada uno de los temas, que musicalmente no distan tanto unos de otros aunque a primera vista pueda parecerlo. Con la matizada excepción del vocalista de Amon Amarth, que sí per no (o no pero sí) ninguno de estos cantantes de primer nivel desentona lo más mínimo, y todos parecen encajar perfectamente con la idea general tras este disco, cuya gran magia es ser capaz de hacer sobresalir la esencia de todos sus participantes, tanto los instrumentales como los vocales.
Aunque molaría lo suyo, Metal Allegiance no pretenden ser unos Avantasia de la vida y, al contrario, se presentan como un proyecto principalmente de estudio que solo tendrá salida en directo en eventos muy concretos. Así que lo de verlos girar es algo que ya nos podemos sacar de la cabeza, algo que teniendo en cuenta las agendas de las bandas involucradas en este tinglado no deja de ser algo normal. Sería lo suyo, claro, que uno de esos eventos nos cayera cerca, pero me temo que esto es mucho pedir, así que creo que nos queda únicamente disfrutar de su producción discográfica.
Es posible que pudiéramos vivir sin los discos de Metal Allegiance, pero lo que ha salido de aquí, sin duda, no es para nada un álbum superfluo ni de relleno sino que, al contrario, da para un buen rato de diversión. Yo digo sí.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.