El doom melódico y de tintes góticos que proponían bandas como Sentenced, Crematory, Darkseed, Orphaned Land, Misanthrope, Tiamat o los Paradise Lost post-Icon se estableció firmemente como uno de mis estilos de cabecera a mediados de los noventa. Todas esas bandas copaban un buen puñado de las TDK’s que se iban acumulando crecientemente en mi estantería, pero es probable que una de las que más hondo me impactara tanto a mí como a mi entorno más cercano fueran los portugueses Moonspell. Irreligious fue el disco que les acabó de consolidar a todos los niveles (y tras el cuál también muchos los olvidarían, ojo), pero este Wolfheart con el que debutaron a lo grande fue toda una revelación para muchos de nosotros, adolescentes ávidos de nuevas emociones musicales, que enseguida lo tomamos como álbum de cabecera y referencia absoluta dentro del género..
Quizás fue el extra de curiosidad que generaba el hecho de que vinieran de Portugal (probablemente fueron la primera y, aún hoy, única banda del país vecino que se ha hecho un lugar de verdad en los circuitos metálicos internacionales), su logo molón molón o el suponer un contrapunto latino al doom que salía de los países mayormente nórdicos o, como máximo, centro europeos, pero el fenómeno Moonspell caló bastante hondo por estos lares (y aún hoy cuentan con un seguicio notable). Una pena que bandas de aquí que, por cierto, también practicaban un estilo parecido y molaban lo suyo, como los mallorquines Golgotha, fueran mayormente ninguneadas por esos mismos aficionados y que por culpa de la precariedad de nuestra escena metálica, nunca tuvieron mucho recorrido fuera de los circuitos locales. Pero bueno, eso es una historia muy distinta de la que ya hablaremos otro día.
Moonspell se formaron en 1989 con el nombre de Morbid God, pero no fue hasta 1994, después de un acertado y necesario rebautizo, que publicaron el EP Under the Moonspell que les puso en el mapa. Ese oscuro y pesado trabajo, con títulos en latín, temática satánica, altas dosis de erotismo, un canto a plegaria musulmán como intro y ni rastro de hombres lobo ni de vampiros les convirtió en estrellas del circuito de intercambio de cintas del momento y, en consecuencia, les generó un pequeño seguimiento de culto en toda Europa que derivó en su inmediato fichaje por Century Media, la discográfica con la que se hicieron mayores y en la que estuvieron hasta 2003.
Wolfheart fue el primero de los seis discos que iban a sacar bajo el cobijo del sello germano. Lo publicaron tan solo un año después de Under the Moonspell y, además de sonar infinitamente mejor, supone un cambio bastante radical respecto a esa primera referencia que tuvimos de su música. Aquí, los lusos ofrecen una propuesta mucho (muchísimo) más accesible que deja completamente atrás el black metal (y el aire a Cradle of Filth que tuvieron), llenándose de referencias a vampiros, hombres lobo y demás criaturas románticas mientras suavizan su sonido y abren sin rubor su abanico de estilos al folk y al rock gótico más ochentero. Con ello, Moonspell dieron el paso necesario y definitivo para convertirse, ahora sí, en una de las nuevas niñas de los ojos del panorama oscuro europeo más inofensivo.
Aunque fueron de los primeros en atreverse a introducir elementos de folk pizpireto en el metal oscuro siguiendo los pasos de bandas como Amorphis u Orphaned Land (lejos del folk más severo y ancestral que proponía gente como Bathory desde ya hacía tiempo) y que este disco se erige con firmeza como un clásico indiscutible gracias a una variedad de estilos que no queda sino aplaudir, la perspectiva del tiempo tampoco puede esconder que aquí se abusa de algunos recursos tanto líricos como sónicos que hoy suenan algo simplones, inocentes y juveniles. Evidentemente, eso no es de extrañar si tenemos en cuenta que los propios miembros de la banda debían rondar los veinte años pelados en esa época, y esa mezcla algo superficial y un poco al tun tun de vampiros y hombres lobo le resultó inmediatamente atractiva a las soñadoras mentes adolescentes a las que atrapó. Y la mía la primera, ojo.
Así que bueno, parte de mi opinión es que Wolfheart es un disco inocente e imperfecto (y que a mí, en general, me gusta bastante más Irreligious), pero a la vez se trata de una propuesta valiente, honesta y ambiciosa que les salió la mar de bien. Se trata quizás del álbum más heterogéneo e impreciso de su carrera, en el que aún coquetean con casi todos los palos sobre los que se van a ir definiendo poco a poco en el futuro. El folk de canciones como «Trebaruna» o «Ataegina», por ejemplo, ya no tendría casi recorrido más allá de aquí, pero el rock y el metal gótico, el black, el erotismo y la imaginería romántica les han acompañado con más o menos intensidad durante la totalidad de su carrera.
Wolfheart cuenta con ocho temas concisos y variados (nueve en la versión que yo tenía, con «Ataegina» para cerrar), y todos ellos poseen una personalidad muy definida y muy particular que los hace únicos y memorables. En realidad, escuchándolo ahora (confieso que hacía lo suyo que no lo escuchaba de principio a fin), esta diversidad tan amplia y casi aleatoria es quizás lo que me parece más fascinante de este disco, y teniendo en cuenta que ésta era su carta de presentación al mundo me parece muy loable que se atrevieran a proponer una mezcla así.
La romántica intro a base de guitarra acústica y la potente y melódica majestuosidad con la que se abre «Wolshade (A Warewolf Masquerade)» me impresionaron y me atraparon irremisiblemente desde el primer momento, y aún hoy esa guitarra afilada, los berridos rasgados de Fernando y los magníficos toques sinfónicos que nos acompañan durante sus casi ocho minutos de duración me resultan maravillosos. De hecho, con sus constantes cambios de ritmo y ambiente, sus múltiples pasajes épicos y la sucesión de momentos memorables uno tras otro, este corte inicial me sigue pareciendo el gran temazo de este disco y uno de los más inspirados, motivantes y viperinos de toda su carrera.
Quizás en su momento no fui capaz de valorarlo así, pero ahora que me lo miro con cierta distancia es posible que el amor descomunal que le profesaba a este primer corte mediatizara un poco mi opinión sobre el resto de un disco que, a lo mejor, tampoco me flipaba tanto. Ojo que no digo que no haya otros temas que me gusten (y la siguiente «Love Crimes», sin ir más lejos, me gusta mucho), pero sin duda no al nivel que esa maravillosa e inspirada mascarada de hombres lobo, que además de ser un tema casi perfecto es también el tema más oscuro y netamente metálico que encontraremos aquí.
Después de esta interesante auto reflexión que muy probablemente no habría hecho de no estar escribiendo esto ahora (gracias de nuevo, Science of Noise!), procedo a continuar. Como ya he dicho, «Love Crimes» es otro de mis temas predilectos. Con un rollo muy gótico, romántico y decimonónico, un ritmo casi bailongo y un protagonismo pivotal para la icónica voz grave, teatral, desesperada y vampírica con la que Fernando acostumbra a intentarnos seducir a menudo, esta canción no tiene tantos matices como la precedente, pero tanto el delicioso duelo de guitarras maidenesco de su parte intermedia como un par de cambios de ritmo que transcurren más adelante me parecen totalmente aplaudibles.
Los atmosféricos y espaciales dos últimos minutos de esta canción sirven tanto para despedirnos de «Love Crimes» como para dar entrada de forma brillante a «Of Dream and Drama» (o «Midnight Ride», como gustéis). Ambas encajan perfectamente y nuestra entrada a este tercer corte (que me parece el potencial gran single que nunca fue) no puede ser más excitante. Se trata de un tema corto, simple, directo, dinámico y pegadizo con más rock y heavy metal clásico que doom (incluido el alegre solo de piano que puede llegar a recordar a Great Balls of Fire) y todos los elementos necesarios para convertirse en un clásico imperecedero, pero por esos misterios de la vida, no ha llegado a serlo.
Llegados aquí no me queda sino decir que, para mí y a grosso modo, este trío inicial es lo mejor del disco, e inmediatamente después del sencillo y bonito interludio de guitarra y flauta que es «Lua d’Inverno», los portugueses empiezan a irse un poco por los cerros y a alejarse de mis gustos. El organillo folk, la pandereta y las palmas que abren «Trebaruna» ejemplifican muy bien lo que quiero decir, ya que este tema cantado en portugués y de melodía saltarina nunca ha acabado de convencerme demasiado. Y no niego que tenga un espíritu muy enraizado en la cultura lusa y que dé para agarrarse todos juntos y bailar en comunidad, pero a mí que no me busquen.
Ni yo ni nadie podrá negar que «Vampiria» es uno de los grandes hitazos de este disco y de la carrera de los portugueses, pero sin hacer mucho ruido os debo confesar que a mí (hasta que llega a la parte final que sí que mola mucho) siempre me ha parecido un pelín hortera en su concepto. A ver, que entiendo que es icónica y tal, y tampoco estoy diciendo que musicalmente no me guste, pero me cuesta pasar sin inmutarme por encima de la voz pseudo rumana, de toda la teatralidad vampírica barata que la acompaña y de algunos cambios de ritmo forzados que se suceden aquí y allí. El último minuto, en cambio, sí que me parece épico y muy disfrutable a pesar del final abrupto, pero en general es un tema que a mí siempre me dejó bastante frío.
«An Erotic Alchemy» es una bacanal de rock gótico ochentero mucho más cercana a The Sisters of Mercy que a cualquier coetáneo del doom, y en sus más de ocho minutos de duración (es el tema más largo del disco), la distorsión y los guturales brillan completamente por su ausencia. Lejos de que esto suponga un problema, a mí esta canción me fascina y consigue embaucarme muy fácilmente con sus múltiples matices y el erotismo romántico inherente en todos sus recovecos. En definitiva me parece uno de los momentos álgidos y más valientes de Wolfheart, y mi sensación es que a pesar de ser quizás la canción menos metálica de toda su carrera (al menos en esos primeros años), también es una de las que los aficionados a la banda se miran con mejores ojos.
«Alma Mater» es el otro gran referente del disco y, quizás, junto a «Opium» y «Full Moon Madness», la canción más identificativa de la historia de Moonspell. Y aunque tiene un toque ligeramente folk, no voy a ser yo quién le quite méritos. Al contrario, entiendo y comparto su condición de himno de puño en alto a pesar de su evidente simplicidad (comparad esto con «Wolfshade», por dios). Se trata de un tema épico e ideal para engorilar a la gente y poner el broche a cualquier concierto (en realidad ellos lo suelen usar para cerrar el set principal antes del bis) o, como en el caso que nos ocupa, a un disco como éste.
Como ya he comentado unos párrafos más arriba, la versión que yo tenía del álbum no acababa aquí, sino que aún quedaba un corte más. Y a diferencia de «Trebaruna», la ultra festiva y danzarina «Ataegina» (también cantada en portugués) sí que me parece una aproximación al folk divertida y excitante que me despierta las ganas de bailar y que, cuando la he vivido en directo, ha puesto la sala patas arriba a base de saltos y sonrisas. Y quizás por ello, y a pesar de tratarse de un bonus track, es la cuarta canción de este disco que más ha sonado en directo (tras «Alma Mater», «Vampiria» y «Wolfshade», en este orden).
Es difícil valorar cómo ha envejecido este álbum 25 años después. Si bien hay elementos que me chirrían y que creo que la perspectiva del tiempo no deja en buen lugar, no es menos cierto que sigue habiendo una buena serie de temazos que siempre han sido igual de disfrutables. Wolfheart puso la primera gran piedra de una de las bandas más exitosas, honestas e íntegras del panorama metálico del sur de Europa, y eso es mérito más que suficiente para que continuemos mirándonoslo con respeto y aprecio. Y aunque a mí Irreligious me parece una obra más concreta y lograda, este disco de debut es todo un clásico del metal gótico por méritos propios.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.