Curioso que dos grupos que han influenciado a infinidad de grupos en todo el planeta sacasen disco el mismo día y el mismo año y justo cumplan su vigésimo quinto aniversario. Death con su Individual Thought Patterns (1993) y Morbid Angel con Covenant. Sin lugar a dudas estos dos trabajos marcaron un antes y un después en el devenir del death metal y de la música extrema en general aportando mucho más de lo que nos pensamos.
Según el abecedario (sus discos siguen este orden) este sería su tercer disco pero realmente sería el cuarto ya que su primera grabación no vio la luz hasta pasados unos años. El disco en cuestión es el Abominations of Desolation (1991), un trabajo muy recomendable con verdaderos himnos del death metal.
El disco que nos ocupa hoy empieza con la gran «Rapture». Conocí esta canción por unos vídeos que me pasaba un compañero del instituto grabados de la MTv y de la Viva y me fascinó su velocidad y oscuridad pero sobre todo la voz de David Vincent, con ese deje agónico de desesperación, muy agresiva y visceral. La canción es un festín de riffs imposibles y mucha velocidad. Continua con «Pain Divine», canción que tiene uno de los mejores riffs del disco con una progresión infernal y que no se te irá de la mente. Una autentica maravilla.
En «World of Shit (The Promised Land)» bajan las revoluciones para centrarse más en los medios tiempos y en los pasajes atmosféricos en su inicio pero no tardan mucho en machacarte la cabeza a base de blast beats y ritmos rápidos. Los solos en todo el disco son de una ejecución exquisita y aunque puedan parecer caóticos cada nota está pensada y meditada. La destreza de Trey Azagthoth es espectacular tanto en la composición de grandes riffs como impresionantes solos.
«Vengeance Is Mine» es mucho más directa y veloz que la anterior y van por faena sin complicaciones. Su sonido es único y como con tantos otros grupos ocurre, tan solo con escuchar un pequeño trozo sabes que son ellos. Esos balbuceantes solos que aparecen de la nada con un abuso de la palanca a lo Slayer pero con una ejecución y creatividad que va mucho más allá.
Con «Lions Den» nos topamos con un doble bombo que no para ni un instante y es que Pete Sandoval es todo un genio tras los parches y controla a la perfección esta técnica además de ser creador de muchas otras y sin tener formación musical. Para mi la batería es lo más destacable en esta canción ya que los riffs no son tan épicos como en otras pero igualmente engancha.
«Blood on my Hands» reune todo los ingredientes que hacen grande la música de los americanos: velocidad y mala leche. Una canción muy rápida que incluso parece black metal en algunos puntos.
Con «Angel of Disease» recuperan una canción de su primera grabación que he comentado antes. Una canción bastante diferente al resto con un sonido más arcaico y un halo de vieja escuela que la envuelve por completo, una especie de black/thrash. Aún recuerdo la intro «The Invocation» que me tenía fascinado.
Nos atacan a base de phaser con «Sworn to the Black» recuperando a los Morbid de la época. Muy retorcida y lenta avanza como una hueste de demonios cabreados. Me vuelven a recordar un poco a Slayer, una clara influencia en su sonido.
«Nar Mattaru» nos sirve de puente/interludio a modo de atmosfera para llegar al final del disco con la impresionante «God of Emptiness», canción de la cual también hicieron un genial vídeo que vi en modo repeat durante meses alucinando con cada nota y con cada imagen. Su cadencia decadente te aplasta y te deja sin respiración. Hay que contar que en esa época lo que se quería era ser el más rápido y ellos demostraron que se puede ser igual de extremo con ritmos lentos (si, el bombo va a toda leche) moviendose comodamente en estos medios tiempos con riffs y solos muy originales saliendo de lo convencional.
Disco indispensable para poder comprender todo lo que vino posteriormente y una gran influencia para miles de músicos de metal extremo.