Aunque no era del todo consciente de ello, estas reseñas históricas me enfrentan cara a cara con el hecho que hace exactamente 25 años que escucho rock y metal. Supongo que hay una parte de orgullo ante el innegable bagaje que he acumulado (y que muy gustoso comparto con todos vosotros de forma verborreica y descontrolada), pero por otro también me hace ser consciente del inexorable paso del tiempo y del hecho que, probablemente, los jovenzuelos que me ven en los conciertos (ah, ¿pero hay de eso?) deben considerar que soy poco menos que un carcamal y un vejestorio. Exactamente al igual que hacía yo con aquellos que bordeaban los cuarenta hace más de dos décadas, claro.
Corría el año 1993, yo tenía catorce años y el heavy metal de la vieja escuela empezaba a dejar paso a nuevas propuestas con una influencia evidente del grunge. Llegaban Pantera y los nuevos Sepultura, Metallica se erigía como fenómeno de masas y las bandas que lo petaron de verdad en los ochenta (desde Maiden, Judas o todo el hard rock más tirando a sleazy hasta el thrash metal de esa primera oleada), empezaron un declive de popularidad (y en muchos casos, una cierta crisis de identidad), que se acentuaría en los años posteriores, alcanzando cotas de UCI a finales de siglo.
Pero yo no tenía ni idea de nada de todo eso, al contrario, y en mi ilusión adolescente todo lo que salía entonces era tan bueno como lo que existía antes, ya que yo no conocía ni lo uno ni lo otro. Eran tiempos de descubrir bandas clásicas una tras otra, y en muchos casos el primer disco que llegaba a tus manos de cada una de ellas era una pura cuestión de suerte y, en consecuencia, es el que se convertía en algo especial para ti. En el caso de Motörhead, y porque acababa de salir y lo vi en alguna Heavy Rock, el primero que llegó a mis manos fue este Bastards, un disco que me encantó de buenas a primeras, que me encanta aún ahora, y que creo que no nunca ha recibido (ni de lejos) el amor que se merece.
Poniéndolo en un contexto del que no era consciente en esos momentos, Lemmy y los suyos venían escopeteados de una frustrante aventura con las grandes discográficas que nos dejó dos discos irregulares como 1916 (que a mí sí que me gusta mucho) y March or Die (que es verdad que suena bastante más pulido de lo que Motörhead nos tenían acostumbrados, quizás demasiado), así que Bastards supone un poco una vuelta a las raíces y el retorno a una discográfica independiente como es, en este caso, la alemana ZYX (en el que será su único disco ahí). Se trata de una época (y eso aún será así durante un disco más, el también excelente Sacrifice) en que la banda se presentaba como cuarteto, con Würzel a la segunda guitarra acompañando al trío Lemmy – Phil Campbell – Mickey Dee, y los cuatro lograron parir un álbum crudo, cañero, variado y 100% rockero, lleno de inspiración y valentía.
El disco está lleno de temazos como la copa de un pino, aunque quizás solo «Born to Raise Hell» y, en menor medida, «I am the Sword», han tenido algun tipo de recorrido posterior destacable. Y es una pena, porque aquí hay un poquito de todo, y casi todo muy bueno: «On Your Feet or on Your Knees» y «Burner» son trallazos veloces y violentos que coquetean con el speed metal y con los que parecen querer reivindicarse después del fiasco de su «comercialización» previa, mientras que «Death or Glory» me parece, sencillamente, una de las mejores canciones de la historia de Motörhead: heavy as fuck, con una melodía potente y pegadiza, una cierta musicalidad hardcore y la omnipresente temática bélica que tanto le gusta a Lemmy.
Es curioso observar la evolución que sigue el disco y el orden de las pistas, ya que después de los tres pepinazos que lo abren, la cosa se acicala un poco con la rockera, melódica y bailable «I am the Sword», un tema dinámico y divertido que no te deja parar quieto, y con el que a la larga resultó ser el gran hit del disco, un «Born to Raise Hell» que sigue unas directrices parecidas y que en su momento no me pareció particularmente destacable. Y aún no me lo parece ante los temarrales que la preceden, pero con la perspectiva del tiempo es innegable que se trata de un corte potente y lleno de swing y de groove.
Si en esos años mozos «Don’t Let Daddy Kiss Me» no me decía nada de nada (más bien solía ser la canción a la que le daba al forward), ahora le valoro a Lemmy el salirse de su zona de confort de tal manera. Sigo teniendo la sensación que algunas de las melodías vocales son muy pero que muy forzadas (y quizás algo cheesies), pero la valentía de embarcarse en un tema acústico hablando de abusos pedófilos es algo indudablemente remarcable. La otra balada del disco es «Lost in the Ozone», que supongo que es eso que podríamos llamar una «power ballad», y que a pesar de verle claramente las costuras y de reconocer que es algo (demasiado) facilona, me gustaba mucho entonces y, qué coño, sigo disfrutando ahora. Entre las dos, la rockerísima «Bad Woman» (con pianos ocasionales incluidos) y la vacilona «Liar» siguen con la buena línea a pesar de ser temas menores en el conjunto del álbum, mientras que el final con la olvidable «I’m Your Man», la bailonga «We Bring the Shake» y la genial y refexiva «Devils» sirven para cerrar el disco a un nivel excelente.
Con una carrera capaz de producir hasta 22 discos de estudio (a razón de casi uno cada par de años) es complicado que alguno de ellos destaque de verdad. En el caso de Motörhead, y aunque no he escuchado con el máximo detalle todos y cada uno de los trabajos que han ido sacando desde ese día, estoy seguro que Bastards tiene que ser uno de los mejores (y de hecho, los miembros de la banda así lo declararon en más de una ocasión). Quizás no llega al nivel de mito de su época clásica, por supuesto, pero en cuanto a calidad no tiene nada que envidiarle a ninguno. Y sé que esto es verdad aunque me lo mire con especiales buenos ojos.
Por cierto, en esa época compartíamos descubrimientos musicales con un amigo, y como los dineros no abundaban, a veces nos comprábamos CD’s a medias que luego íbamos alternando de casa en casa. En una de esas visitas a la tienda fué cuando adquirimos este Bastards, y lo hicimos junto a otra novedad de la época, el Cross Purposes de Black Sabbath (otra banda que había que descubrir). No sé si conocéis el disco, pero es evidente que no es lo más excitante que han publicado nunca los ingleses. Y yo, por algun motivo que no acierto a recordar (siempre he sido un poco bonachón y canelo), acepté que mi amigo se quedara el de Motörhead en propiedad mientras yo me chupaba un Cross Purposes que rara vez dejó su lugar en la estantería. Si es que así no vamos a ningun sitio.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.