¡Marty! Coge el Delorean que nos vamos al pasado…
Nuevo episodio de nostalgia conmemorando el 20º aniversario de uno de los discos clave de My Dying Bride, The Light at the End of the World (1999), sexto larga duración de los pioneros del death/doom metal en su formación allá por el lejano 1990. El título de pioneros es compartido también por contemporáneos compatriotas como Anathema y Paradise Lost, los cuales acuñaban el estilo en sus inicios antes de influenciarse deambular por otros estilos.
Lo cierto es que me parece curioso el verme escribiendo sobre esta joya, pues no soy para nada fan de los oscuros ingleses, pero sí que el disco que hoy nos ocupa supuso un punto de inflexión en lo que a música extrema se refiere, aunque más adelante ya matizaré esto de extremo.
Me hizo mucha gracia el reciente artículo de Albert Vila sobre el 25º aniversario de otro disco cargado de controversia por los puristas de la época como el Divine Intervention de Slayer. Curiosamente hacía referencia a My Dying Bride y la falta de tolerancia por parte de los metaleros no seguidores de este estilo cuando vinieron teloneando a Iron Maiden.
No estuve presente en aquella gira de 1995, pero el alud de críticas y abucheos que recibieron no hacía justicia a la calidad que derrochaban. Fui plenamente consciente por lo que me explicaron algunos de los amigos que acudieron aquel día al pavellón de la Vall d’Hebron de Barcelona. A día de hoy algunos aún echarían espumajos por la boca al recordar la experiencia.
Si es cierto que hubo de tenerlos bien cuadrados para pensar que los clásicos seguidores de la Doncella los aceptarían con los brazos abiertos siendo tan diferente su propuesta musical, a pesar de la oscuridad que transmitía de The X Factor (1994). Desgraciadamente, posiblemente tras la experiencia vivida en aquella gira, la oportunidad de poder verlos por nuestros escenarios desde entonces ha sido más bien anecdótica.
Recuerdo vagamente haber escuchado en casa de uno de mis amigos The Angel and the Dark River (1995) o el Turn Loose the Swans (1993), pues eran las referencias más cercanas que teníamos. Esos ritmos pesados, esa melancolía, esa teatralidad en las voces agónicas y desgarradoras junto a una música lenta y pesada nos hizo soltar algunos calificativos poco agradables a lo que posteriormente, con el paso de los años, se convertiría en alabanzas y admiración al menos por mi parte. Cabe decir que en aquellos años toda nuestra cultura musical únicamente se basaba en los grandes referentes del heavy y hard rock más clásico, por lo que todo movimiento o sonido que no perteneciera a ese círculo cerrado era más bien poco bienvenido. Lamentablemente, como comentaba con anterioridad, esos gestos de desaprobación eran generalizados en la entonces más hermética comunidad heavy.
Y sí, en lo que a música extrema ésta fue una de mis primeras aproximaciones. Sí había tanteado con el death más clásico, grupos como Sepultura, Pestilence o Deicide me habían horrorizado en aquél lejano 1995. Pero el impacto de aquella pesadez exenta de velocidad era por lo menos curiosa a pesar de nuestro inicial rechazo.
Años más tarde, aproximadamente 10 (así de rápido como quien no quiere la cosa), gracias a Xavi y Dani (amigos y compañeros de batallas) comencé a introducirme en el lado oscuro de la mano de bandas como los primeros Anathema y Paradise Lost (de los cuales había escuchado a partir del Draconian Times), Sopor Aeternus, etc. Cayendo de nuevo en My Dying Bride sumergiéndome en el disco que nos ocupa.
The Light at the End of the World supuso, a mi entender, un endurecimiento en el sonido si lo entendemos como un aporte de mayor oscuridad respecto a su anterior trabajo, así como mayor versatilidad y matices en la voz de Aaron, el cual volvió a utilizar voces más rasgadas y guturales, últimamente ya no tan presentes por lo que se alejaron un poco de la experimentación que supuso su anterior 34.788%… Complete (1998). El característico piano y violín en el sonido de anteriores discos dejan de utilizarse tras la marcha de Martin Powell en 1998.
Poco más de 71 minutos repartidos en nueve intensos temas exentos de velocidad como ya he comentado anteriormente, en los que letras sobre muerte, melancolía y el romanticismo más gótico se visten con cambios de ritmos e intensidad sorprendiendo en cada corte. La inicial “She is the Dark” es el claro ejemplo de lo que nos espera durante la hora y once minutos que tenemos por delante. Atrás quedó su primigenio sonido más próximo al death, los intensos medios tiempos se alternan con lentos y agónicos pasajes en los que los guturales son más presentes en el primer tema apareciendo esporádicamente en el resto del disco.
El tema que da título al álbum es desgarradamente intenso, siendo el segundo más largo, pues pasa de los diez minutos, al igual que “Edenbeast” que sobrepasa los 11 minutos o “Christliar” con 10 minutos y medio. La voz grave de Aaron relata la historia acompañado por la lenta batería de Shaun que marca y da intensidad a cada palabra. Fuerza contenida y larga melancolía compensada con la directa “The Fever Sea” que te despierta del letargo anterior con un inicio brusco cantado con voz gutural que no abandonará excepto en algunas partes.
Destaco notablemente la final “Sear Me III”, donde la melodía principal se repetirá durante los poco más de cinco minutos clavándose en el cerebro sin compasión. Los pasajes con voces dobladas aportan teatralidad además del gran efecto de tañido de campanas acompañando la parte final de la canción oscurecen más el ambiente. Uno de mis temas favoritos del disco.
A pesar de su duración e intensidad reconozco haberlo escuchado sin pausa varias veces trasportándome a lo más profundo. Esa sensación volvió después de varios años de letargo para la realización de este artículo.
¡Salud y Heavy Metal!
Amante del metal en su variedad de estilos. Vivo con la esperanza de poder llegar a viejo acudiendo a salas de conciertos y festivales. Si los rockeros van al infierno, que me guarden sitio y una cervecita.
Salud y Heavy Metal.