Han tenido que pasar casi cinco meses para que finalmente asistiera de nuevo a un concierto. Es verdad que podría haber ido antes porque hace ya unas cuantas semanas que se están llevando a cabo algunas propuestas con más o menos regularidad tanto en sitios grandes como en pequeños, pero entre pitos y flautas no se ha dado el caso de volver a plantarme delante de un escenario desde ese lejano miércoles de mediados de marzo en el que nos acercamos hasta la Sala Salamandra de L’Hospitalet de Llobregat para bailotear al ritmo de The Night Flight Orchestra con la sensación, inmediatamente confirmada, de que estábamos ante nuestro último concierto en bastante tiempo. De hecho, para poder volver a ver una banda internacional girar por aquí en condiciones normales aún nos quedan, seguro, unos cuantos meses, per mientras tanto podemos aprovechar la oportunidad (si nos dejan) de darle coba a las múltiples y excelentes bandas locales que copan nuestra escena. Y a ello vamos.
Para readaptarse a los nuevos tiempos y no morir (aún más) en el intento, algunos de los promotores barceloneses han tenido que buscar varios espacios al aire libre donde poder programar actuaciones en directo de forma más o menos regular. Uno de esos lugares, además del Fòrum y de las múltiples ubicaciones donde se celebra el Cruïlla, es el patio del Castell de Montjuïc, dónde cada tarde tiene lugar un concierto de bandas locales de alcance más o menos medio de la mano de Curtcircuit y de la Associació de Sales de Concerts de Catalunya (ASACC). Personalmente, hacía lustros que no entraba en este recinto de tan infausto historial, y la verdad es que me pareció un lugar precioso e ideal para una actuación en directo. Y ya no tan solo para estos momentos excepcionales en los que se requieren espacios amplios y abiertos, sino también para un festival al uso donde la gente pueda estar cerca y abrazarse como en los viejos tiempos. Lejos de áreas residenciales y con un entorno muy bonito, estaría bien que el ayuntamiento se planteara la opción de darle algún tipo de uso en este sentido. Ya sé que soy un iluso, pero vaya. Por decirlo que no quede.
Al ser, claro, mi estreno en esta extraña «nueva normalidad» con la que nos toca convivir en estos momentos, me dí de bruces por primera vez con todas las medidas de seguridad extremas que se dan hoy en día en este tipo de conciertos. Medidas que a mi juicio son bastante exageradas, pero cuya implementación entiendo perfectamente ante el pánico que promotoras y artistas deben sentir al saberse observados con lupa, conscientes que, como ya se ha hecho unas cuantas veces (siendo el Resurrection Fest XS recién anunciado el último ejemplo), a nadie le va a importar ni a temblar la mano a la hora de cancelar conciertos en masa de forma aleatoria sin ni tan siquiera avisar y a pesar de que no se haya producido ni un solo contagio en ninguno de ellos.
Así que ahí nos vimos, sentados al aire libre en mesas a tres o cuatro metros de distancia entre ellas y que únicamente podíamos compartir con la gente con la que habíamos entrado (un máximo de cuatro personas). No había posibilidad de moverse más allá de las mesas a no ser que fuera para ir al baño (había un cómodo servicio de camareros para que no te acercaras a la barra) e incluso en el momento en que te encontrabas con alguien de ida o vuelta de tu periplo miccionatiorio (evidentemente con mascarilla) y te parabas un rato a charlar con él o ella, te venía alguien de la organización a recordarte rápidamente que cada uno tenía que irs a su mesa.
Esto último sería el equivalente a que te digan que no puedes ni tan siquiera pararte a hablar con nadie en la calle, así que convendréis conmigo en que suena delirante y hasta cierto punto peligroso, pero una vez más quiero insistir que entiendo a la perfección que las promotoras pongan tales medidas de máximos para que no dar ningún tipo de motivo a una administración que, inexplicablemente, parece ansiosa en querer poner palos en las ruedas a las expresiones culturales, cuando éstas transcurren con medidas de seguridad mucho más estrictas que cualquier otra actividad, de cualquier tipo y sin excepción, que podamos realizar durante el día.
Pero bien, esperemos que pronto dejemos de matar moscas a cañonazos y esta nueva normalidad empiece a ir acercándose a la vieja lo antes posible, porque el sector cultural que tantas alegrías nos ha dado y del que tanta gente depende está en un peligro serio. No soy muy optimista, la verdad. Pero por decirlo, una vez más, que no quede.
Por otro lado, estas circunstancias excepcionales también tuvieron un contrapunto bonito, y es que todo el mundo por parte de la organización se mostró sincera y auténticamente agradecido ante nuestra presencia. Precisamente porque las cosas están jodidas y porque mucha gente escoge no aventurarse a asistir a este tipo de eventos hoy en día (ya sea por medio al contagio o porque piensan que ver un concierto de rock sentado es poco menos que una herejía), se notaba el aprecio, las facilidades y la amabilidad con las que nos trataron. Es evidente que en un concierto de estas características, por los múltiples motivos ya expuestos, va bastante menos gente que la que iría en la añorada vieja normalidad (hoy no habría muchos más de 150), pero estos asistentes ayudan indudablemente a que todo el sector no se despeñe sin remedio.
The Lizards
Los barceloneses The Lizards fueron los encargados de abrir la velada y de intentar que la gente se olvidara de las limitaciones y de las circunstancias adversas y empezara a mover cabezas y caderas lo antes posible. Teloneros habituales de Los Tiki Phantoms en varios conciertos durante estos últimos años, el rock and roll energético y potente del trío liderado por la siempre sonriente Carla Santacreu tardó un poco más de lo que tardaría en ponernos a sacudir el esqueleto en circunstancias normales, pero acabaron consiguiéndolo gracias a lo pegadizo y eminentemente rockero de su propuesta.
Con tres discos en el mercado y casi diez años de carrera, The Lizards tienen tablas de sobras para merendarse esta situación y cualquier otra, y lo cierto es que lo hicieron sin demasiados problemas. De hecho, cuando Carla petó una de las cuerdas de su guitarra por culpa de haber estado rasgando con demasiado brío (las ansias de concierto, supongo, es lo que tienen), el momento de impasse pasó con mucha más simpatía, naturalidad y entretenimiento que en la mayoría de percances técnicos a los que tienen que enfrentarse bandas con mucho mayor nivel mediático. Y gracias a este tipo de cosas, y a pesar de la molesta distancia, rápidamente se creó un vínculo entre pista y escenario que ya no se rompió hasta el final de su descarga.
Liderados por algunos fans habituales que se repartían en mesas por todo el recinto de forma casi estratégica y que demostraron total devoción por la banda, el resto del público acabó sucumbiendo a la energía, el ritmo y el buen rollo que emanaba del escenario y, progresivamente, se fue levantando para bailarse unos buenos rocanrols guitarreros al son de cortes como «What I Am», «Rockers Hate the Summer» o la genial y muy infecciosa «Everybody Sucks». Incluso mi hija de seis años, fan devota de Los Tiki Phantoms, principal instigadora de que estuviéramos hoy aquí y en un primer momento bastante contrariada con el volumen que atronaba desde el escenario, acabó de pie pegándose unos bailoteos inevitables.
Aunque desde todos lados me habían hablado muy bien de ellos y sus discos me parecen la mar de disfrutables (especialmente su reciente Inside Your Head, que también os diré que es el que he escuchado más), nunca había tenido aún la oportunidad de verme cara a cara con un concierto de The Lizards. Está claro que la situación fue extraña y anormal, pero el hecho de que fueran capaces de entretenernos y motivarnos a pesar de todo dice mucho de lo contagioso de su directo. Muchas ganas de verles pronto en una sala sudorosa y de seguir con un crecimiento que, a poco que reciban algo más de atención, antojo imparable. The Lizards tienen canciones, actitud y talento sin dejar de ser accesibles y . A partir de aquí, todo es posible.
Los Tiki Phantoms
Lo que más nos gusta a todos de Los Tiki Phantoms, por supuesto, es que en directo son un auténtico fiestón. No sucumbir a su energía, su diversión, encantadoras paridas y dicharachera personalidad está solo al alcance de los corazones más fríos, y lo cierto es que cada vez que he tenido la oportunidad de verlos en directo (y ya han sido unas cuantas) lo que he acabado pasando como un niño. Precisamente los niños son habituales en sus conciertos y los disfrutan tanto como los adultos (como he dicho antes, mi hija es ultra fan desde el primer día que les vio en el Festival Minibeat de hace ya unos años – hasta el punto de llamar «tikifantom» a cualquier esqueleto o calavera que viera – , y a cada nueva actuación enganchan a algunos más), así que se trata de una banda ideal para empezar a introducir a los pequeños en las múltiples bondades del rock.
Pero claro, conociendo que el éxito del «misterioso» cuarteto catalán se basa en buena parte en un directo alocado y extremadamente participativo, existían ciertas dudas sobre si las malditas nuevas circunstancias iban a permitir que conectaran con nosotros tal y como nos tienen acostumbrados. Y no fue lo mismo, evidentemente, pero lo cierto es que a pesar de no tener tiki-conga (los miembros de la banda se bajaron a pasearse entre las mesas en una version sucedáneo de ella), no poder surfear por encima del público ni invitar a media sala sobre el escenario, lo cierto es que salimos del patio del Castell de Montjuïc con tan buen sabor de boca como en cualquier bolo anterior.
A base de surf rock instrumental festivo, infeccioso y bailable, Los Tiki Phantoms tardaron bien pocos minutos en levantar a la gente y ponerlos a bailotear con pasión y sonrisas alrededor de sus respectivas mesas. Incluso alguno que otro hizo un pequeño ademán (rápidamente abortado por la organización) de acercarse un pelín al escenario, y es que cuando te pones a ello es complicado parar de dejarte ir. Cayeron temas de su nuevo disco de versiones, Disco Guateque (muchas de las cuales ya llevan siendo habituales en sus repertorios desde hace tiempo, como «Tiki on Me» o su «Chica Ye-Yé»), así como otros clásicos tan queridos y bailables como «Bala de Plata» o «Locos Sobre Ruedas». Tanto en unas como en las otras, la gente no paró de sacudir el esqueleto hasta que en la recta final del concierto nos repartieron las habituales máscaras (debemos tener ya como una docena por casa) para ponérnoslas mientras lo dábamos todo con el par de temas que ocuparon el bis.
Todas las dudas que pudiéramos albergar sobre cómo iba a funcionar una banda como ellos en las circunstancias actuales fueron rápida e indudablemente disipadas. Tanto visualmente como musicalmente cumplieron más que de sobras, y todos salimos la mar de satisfechos de cómo nos lo habíamos pasado. Incluso hablando con ellos tras el concierto (en un puesto de merch como siempre abarrotado de grandes y pequeños), me comentaban que la cosa había ido mucho mejor que lo que ellos mismos esperaban, y que la distancia entre la gente y el escenario se notó menos de lo que temían. Eso se notó sin duda en su entrega y habitual agradecimiento, y sin duda me alegro por ello. Aún así, espero que lo de hoy haya sido un evento excepcional y que más pronto que tarde podamos volver a disfrutar de todos los detalles que hacen que un concierto sea de verdad un concierto.
Mientras tanto, de todas maneras, no dejemos entre todos de apoyar la cultura: más allá de las bandas hay un montón de gente que se deja los cuernos para que esto siga adelante, y en la circunstancias actuales y la incertidumbre que parece invadir el futuro, necesitan más reconocimiento que nunca.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.