¡Llegó el gran día! Tenía muchas ganas de volver a ver a Nikki Hill sobre un escenario, desde que tuve la oportunidad de hacerlo y pasármelo en grande en su anterior visita de noviembre de 2016. Más de dos años han pasado y, afortunadamente, nada parece haber cambiado, Nikki sigue igual de encantadora, con ese vozarrón que tanto la caracteriza y con una banda que continua siendo una perfecta y engrasada máquina de ejecutar esa peculiar mezcla de rock, blues, soul y hard que les hace tan únicos.
Aunque el concierto era en la misma sala que la anterior vez que visitó Barcelona, La 2 de Apolo, esta sí ha sufrido un notable cambio, tanto a nivel estructural como en los apartados de sonido e iluminación. Teniendo en cuenta estas ostensibles mejorías, todo hacía presagiar que la velada sería para enmarcar pero cuando la formación salió al escenario pronto pudimos percatarnos de que algo no funcionaba como debería.
Posiblemente debido en parte a mi situación respecto al escenario, elegí colocarme entre las guitarras de Matt y Laura y la posición central de Nikki, durante las primeras canciones la voz de esta última apenas podía escucharse, el volumen de las dos guitarras, pero mayormente la de Matt, era atronador.
Después de tres canciones prácticamente imaginando el aspecto vocal, el sonido general fue mejorando y afortunadamente todo acabó en anécdota, el volumen de Nikki se adaptó al resto de los instrumentos y, a pesar de que la guitarra de su marido seguía sonando de manera más que contundente, el resultado general fue altamente satisfactorio.
Marty Dobson a la batería y Nick Gaitán al bajo cumplían a la perfección con sus labores de base rítmica, una gran Laura Chávez a la guitarra adquiría mucho más protagonismo y destacaba mucho más que en su anterior visita a Barcelona mientras que el matrimonio Hill demostraba el porqué de su fama y éxito. El atractivo maridaje que supone la conjunción de la contundencia del sonido y la forma de tocar de Matt con la versatilidad, tan sutil a veces como agresiva cuando la ocasión lo requiere, de la voz de Nikki es una mezcla infalible a la cual es muy difícil resistirse.
Cayeron temas de todos sus discos y el ambiente iba calentándose por momentos, cada vez que miraba a mi alrededor veía más gente bailando y levantando los brazos al son de la música.
Nikki parecía el típico motor diesel, que cuanto más tiempo está en funcionamiento mejor es su rendimiento, y conforme avanzaba el show más a gusto y más feliz se la notaba en el escenario. Desde luego que su voz es un portento pero, obviando este “insignificante” tema que todos los que ya la hemos visto en acción tenemos más que asumido, hay que reconocer que su puesta en escena y la magia que irradia el feeling que desprende la relación con su pareja sobre el escenario son dos de las armas más potentes que exhiben en todos sus shows.
Como no podría ser de otra manera, el final de fiesta fue una auténtica locura con todo el mundo bailando, brazos en alto o cantando. Os puede gustar más o menos, pero hay una cosa que está muy clara, todas las visitas de la artista por estas tierras se saldan con un éxito rotundo y ver la cara de felicidad que ilumina la cara de los asistentes a la salida de sus shows justifica más que de sobras el precio de la entrada.
¡Sublime!