Mira que al estudiarme el calendario de aniversarios que me esperaba para esta segunda mitad de 2020 me hice el firme propósito de avanzarme unos meses en la redacción de este artículo y dejarlo listo desde el verano aunque tuviera que agendarlo a mediados de octubre. Porque sinceramente, no es lo mismo escuchar y saborear un trabajo como éste de camino a la playa con la ventanilla bajada que hacerlo sentado en el sofá con una mantita y un bol de sopa caliente entre las manos (aquí me he quedado a gusto con la dramatización, lo sé, que en estas primeras semanas de otoño no es que esté haciendo un frío que pela precisamente). En todo caso, a lo que voy es que con lo que me gusta hacer las cosas a contra reloj y como buen procastrinador que soy, aquí me tenéis intentando ponerme de lleno en el mood veraniego aunque estemos a 8 de octubre.
Curiosamente, los propios No Fun at All no es que provengan de un entorno demasiado playero. Su Västerland natal es un condado sueco que tiene la playa más cercana a 200 kilómetros, que alcanza máximas de 22 grados en pleno verano y dónde llueve uno de cada tres días. Pero sea como fuere, ya sabéis que los suecos tienen una capacidad casi sobrenatural para mimetizarse en lo que les apetezca (al menos a nivel musical), y así como hay bandas que parecen sacadas del puto desierto de Arizona o de los antros más sudorosos del LA Strip, otras como Millencolin, Satanic Surfers, los primeros Randy o estos No Fun at All podrían pasar perfectamente por adolescentes californianos de camino a las playas de Santa Barbara con su tabla de surf bajo el brazo.
Hubo una época breve pero intensa, precisamente a mediados o más bien finales de los noventa, que a mí esto del punk rock (o hardcore melódico, como siempre le habíamos llamado hasta que alguien se puso puñetero con el tema) me pegó realmente fuerte. Siempre me habían gustado bandas como Bad Religion o Pennywise, que de hecho forman parte troncal de mis gustos musicales, pero después de años de oscuridad y profundización en los géneros más extremos del metal, finalmente decidí aparcar por un tiempo las camisetas negras llenas de calaveras que con tanta desesperación odiaba mi madre para enfundarme unas nuevas, flamantes y coloridas remeras con grandes logos de Quiksilver, Rip Curl o Vans a la vez que llenaba mi recién adquirido primer coche de cassettes con los alegres y motivantes trabajos de No Use for a Name, Lagwagon, NOFX o los ya mencionados Millencolin y No Fun at All. Happy times!
Estos No Fun at All que nos ocupan hoy eran unos muchachuelos que en esa época apenas habían cumplido los veinte y que en los primeros años de su carrera habían publicado dos referencias brutales como el frenético EP Vision (que con su formación original de trío tenía mucho más de hardcore que de melódico) y ese fantástico disco de debut llamado No Straight Angles, una auténtica brutalidad abarrotada de hitazos del género como «Wow and I Say Wow», «Beachparty», «Evil Worms» o un «Strong and Smart» que llegó a ser versionado unos años más tarde por sus compatriotas In Flames. Este disco supuso también su establecimiento definitivo como quinteto, con el característico Ingemar Jansson ya a las voces, y su confirmación como banda bandera de la magnífica discográfica sueca Burning Heart, que además de ellos y de Millencolin también contaba en sus filas con bandas como The Hives, Turbonegro, Refused o Raised Fist y que fue un actor clave en el desarrollo y el boom de la fértil escena punk rock escandinava durante la década de los noventa.
Después del tremendo éxito cosechado con sus dos primeros discos, los chicos de No Fun at All tenían la difícil responsabilidad de estar a la altura de las elevadísimas expectativas que había depositado sobre ellos una escena internacional que, recordemos, vivía de lleno el auge de Green Day y The Offspring como fenómeno de masas. Más y más adolescentes agarraban el skate, se compraban pantalones anchos y se encasquetaban gorras del revés mientras devoraban los nuevos trabajos de cualquier banda que se pareciera a sus grandes ídolos a ambos lados del Atlántico y del Pacífico (de Japón también salieron algunos grupos muy interesantes como Hi Standard). Y válgame Dio que no fallaron, ya que este Out of Bounds supuso un nuevo hito para la banda sueca y, probablemente, se convirtió en el álbum definitivo de toda su carrera (al menos, aún es el más visitado en sus conciertos actuales).
Ante una banda y un disco así, lleno de temarrales veloces, melódicos, alegres y rebosantes de energía y vitalidad que raramente sobrepasan los tres minutos de duración y que vienen más o menos cortados por el mismo patrón, no tiene mucho sentido proponerse desgranarlos uno por uno como suelo hacer cuando repaso discos (por decirlo así) más complejos y elaborados. Con esto no quiero decir, por supuesto, que lo que hacen estos chicos no tenga mérito, al contrario (y a mí me encanta), pero el hardcore melódico no está hecho para que te sientes en el sofá con los ojos cerrados y los auriculares de 300 euros, sino más bien para ser la música de fondo de un estilo de vida lo más desenfrenado, activo y compadrero posible. Para actuar de banda sonora de aventuras y sonrisas adolescentes y para ayudarte a agarrarte a tu juventud con todas tus furzas y no crecer nunca del todo. Porque un aficionado de verdad a este estilo tendrá un poquito de Peter Pan en su interior durante toda su vida. Y oye, que no hay ningún problema con ello, más bien al contrario.
A todo eso, este disco está abarrotado de canciones que me flipan y de las que sabría reproducir de pe a pa tanto sus melodías vocales como todos y cada uno de sus instrumentos y cambios de ritmo. La potentísima «Beat ‘Em Down», la celebrada (valga la redundancia) «Master Celebrator», la trepidante «Perfection», la maravillosa e infecciosa «In a Rhyme»…. podría ir nombrándolas y destacándolas casi todas porque lo cierto es que todas ellas me parecen magníficas independientemente (creo) de que como bonus me traigan fantásticos recuerdos de esos veranos post adolescentes…. el «I am what I am what I am what I am what I am what I am what I am» que define «Don’t Pass Me By», ese «I Have Seen» que había sido todo un himno (quizás EL HIMNO) entre mi grupo de amigos, el excelente tema título o la espectacular «In a Moment» son algunos de los mejores momentos de esta parte intermedia de un disco que va avanzando sin darnos ni cuenta y que demuestra una solidez y una consistencia envidiable por mucho que pensemos que eso del hardcore melódico son solo cuatro acordes (que no lo son) o que todo suena igual (que no lo hace).
En medio de tal amalgama de temazos veloces y a toda pastilla, encontramos un par de cortes como son «Pleasure is to be Insane» o «Talking to Remind Me» (y, en menor medida, incluso la final «Stranded»), en los que la banda levanta el pie del acelerador y, en mi opinión, pierde bastante de la magia que demuestra en sus mejores momentos. Quizás no son malas canciones, pero en el contexto del disco siempre me dieron un poco de rabia e incluso muchas veces tendía a saltármelas. De hecho, cuando la banda publicó su siguiente disco, el llamado The Big Knockover en 1997, mi primera impresión es que estábamos ante un montón de «Pleasure is to be Insane», y por ello le pillé tirria desde el primer momento. Con el tiempo lo he podido aceptar algo mejor (y de hecho esa opinión es una gran falacia, ya que hay temas de todo tipo), pero a mi juicio sigo pensando que no está a la altura de lo que encontramos en este Out of Bounds o incluso en su disco de debut.
El hecho que la música suene ligera, luminosa y alegre no impide que muchas de las letras traten de temas decididamente tristes, íntimos o incluso desesperados. Otras bandas coetáneas tienen un importante componente de crítica social (Millencolin sería una de ellas, por ejemplo, o No Use for a Name), pero en el caso de No Fun at All sus temáticas suelen ser bastante personales y, en la mayoría de casos, no especialmente alegres. Un buen ejemplo sería la penúltima «Invitation», uno de mis cortes favoritos del disco (si no el favorito), en el que siempre he entendido bastante claramente (de hecho nunca he llegado a buscarlo, y aunque podría hacerlo perfectamente ahora, he decidido seguirme quedando con mi propia interpretación) que el protagonista se platea como una batalla ante el suicidio («I’ve got an invitation / I don’t know if I dare / I’ve got an invitation / to go where I will never have to care»). Y como ésta, un puñado de ellas.
En su conjunto, Out of Bounds son catorce temarracos empaquetados en treinta y seis minutos de aparente alegría, frenetismo, diversión y ligereza, y a mí me gusta tanto que no tengo demasiadas dudas en colocarlo entre mis discos favoritos (y más escuchados) ya no solo de su discografía sino también de todo mi universo punk rock más allá de los intocables Bad Religion. Porque es posible que las temperaturas vayan bajando y que cada día se haga de noche un poquito más temprano, pero mientras uno pueda llevarse a las orejas discos como este Out of Bounds de No Fun at All, siempre será un poquito verano.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.