Los barceloneses Obsidian Kingdom, por suerte o por desgracia, tienen y tendrán siempre un importante problema: su disco de debut, Mantiis, es muy probablemente el álbum de metal extremo más brillante que se ha parido por estos lares en muchos, muchos, años. Cuando salió fue un disco espectacular, innovador, valiente, excitante, rompedor y tremendamente inspirado, y a día de hoy sigue enganchando como el primer día. Su salida allá por 2012 nos dejó a todos literalmente con la mandíbula en el suelo, catapultando a esta banda de forma inesperada al Olimpo del panorama extremo local y, también, gracias a su atrevimiento, del siempre frondoso mundillo alternativo e incluso algo hipster de la ciudad de Barcelona.
Pero claro, esto de petarlo tanto de buenas a primeras (petarlo a nivel de respuesta y admiración, ojo, que dudo que se hicieran precisamente ricos con él) tiene sus cosas positivas y sus cosas negativas. Por un lado, les lanzó a primera línea del underground de un día para otro, les acumuló seguidores y piropos a capazos y les abrió las puertas de una discográfica tan respetada y teóricamente alineada con su propuesta como es la francesa Season of Mist. Por el otro, siempre tendrán que vivir con la losa, las expectativas y la frustración de toda esa gente que se sigue impacientando a la espera de un segundo Mantiis. Y no tan solo nunca van a encontrarlo, sino que si hay algo que queda meridianamente claro a estas alturas de la película es que la gente de Obsidian Kingdom no quiere repetirse ni lo más mínimo de un disco a otro. Por ello, al igual que A Year With No Summer (2016) no tenía prácticamente nada que ver con Mantiis, Meat Machine tampoco se parece demasiado ni a uno ni a otro.
Acabando con las comparativas (es extraño – y quizás injusto – ver como al hablar de Obsidian Kingdom resulte tan inevitable que a todo el mundo le asalten las comparaciones), cuando en su momento reseñé A Year With No Summer decía que así como Mantiis era como conducir por las estrechas y sinuosas carreteras del interior de Noruega (a cada curva te podías encontrar algo espectacular e inesperado que te hiciera parar el coche en la cuneta y ponerte a llorar de felicidad ante tal belleza abrumadora), su segundo trabajo era más bien un viaje por una carretera de la costa australiana: expansiva e indudablemente sublime (A Year With No Summer, valorado en sí mismo, me parece un disco magnífico), pero sin duda más previsible y menos capaz de dejarte sin aliento con tanta frecuencia.
Me gustaría seguir tirando del hilo de este símil y llegar a descubrir qué tipo de viaje es Meat Machine, pero por mucho que lo intento no llego a tenerlo demasiado claro. Y creo que eso es bueno, ya que este trabajo resulta de nuevo imprevisible. Por un lado, no hay duda de que se trata de un disco más energético, más variado y más in your face que su anterior entrega. De la misma manera, su aproximación es una sorpresa continua y en muchas de sus canciones nos sobrecogen con recursos absolutamente inesperados. Tanto podemos ser testigos del abandono casi definitivo de aquel black metal que fuera tan importante en sus inicios como disfrutar del amplísimo abanico de influencias (mezcla de nuevas y viejas) que se revelan a cada nueva escucha de este Meat Machine para dibujar un viaje urbano e intenso del que cuesta mucho escaparse una vez has sucumbido a sus garras.
Lo primero que llama lo atención en lo musical, sin duda, es la explícita y extendida profusión de elementos plenamente noventeros, con Trent Reznor y sus Nine Inch Nails como máxima influencia. Además de omnipresentes ritmos y sonidos de ascendencia evidente, existe también un notable protagonismo de elementos electrónicos (aunque quizás no tanto como pueda parecer a primera vista) y de otros recursos propios del noise, el metal industrial y alternativo de la última década del siglo pasado. Pero a medida que van pasando los minutos y se van acumulando las escuchas, estos elementos que parecían tan evidentes y notorios al principio acaban diluyéndose en sus influencias de siempre para formar un todo coherente y compacto capaz de mostrar las múltiples caras de la realidad actual de la banda a lo largo del disco.
En lo visual y lo conceptual, y a diferencia de como se habían mostrado en el pasado, Obsidian Kingdom han apostado aquí por la provocación. Toneladas de carne cruda ocupan portada, libreto e imaginería para crear un entorno mucho más desagradable que atractivo, pero igualmente fascinante. Curiosamente, la primera vez que me encontré en persona con Edgar Merigó, hace ya unos años, fue en una época en la que él trabajaba de camarero en el restaurante vegetariano barcelonés Biocenter. Nunca hablamos explícitamente de ello, pero la localización de nuestro encuentro me llevó a asumir que él también debía ser vegetariano o vegano y que, en consecuencia, la crítica a la industria cárnica y al consumo de animales era una de los menajes pivotales tras todo este tinglado visual. Pero a pesar de que ésta es una manera de interpretarlo (al igual que el pensar que somos todos un cacho de carne impersonal y que la rapidez con la que se mueve la sociedad no permite que se nos trate como nada más que eso), resulta que el bueno de Edgar es un feroz (aunque moderado y consciente, eso sí) devorador de animales. ¡Qué engañado que he estado todos estos años!
Como último detalle antes de meternos definitivamente en materia, apuntar que Obsidian Kingdom, como probablemente ya sabéis, siempre ha sido una banda con frecuentes cambios de componentes. Al núcleo formado por Edgar, Alex y Jaime se incorporan en esta ocasión dos caras nuevas: las de Victor Vallespir a la guitarra (que además de partirlo en Arcanus es también un conocido y apreciado perdiodista dentro de la escena local) y la de Judit Calero a los teclados. En cuánto a las bajas, es imposible no destacar la súbita y sorprendente partida de la carismática Irene Talló, afamada guitarrista de la banda en estos últimos años y que se bajó del barco pocos meses antes de la publicación del disco, cuando éste ya estaba completamente escrito y grabado.
Y la verdad es que la aportación a nivel compositivo y vocal de Irene a Meat Machine es notable a nivel cuantitativo y extremadamente interesante en cuanto a calidad y matices. Y ojo que eso no va en detrimento de que su sustituto sea un guitarrista excepcional, un torbellino en el escenario y un buen amigo, pero la personalidad musical que la versátil y afamada multi instrumentista catalana ha imprimido a los actuales Obsidian Kingdom es realmente imponente, y la verdad es que será una verdadera pena no poder verla defender estas composiciones tan suyas sobre un escenario. De hecho, la propia banda explicó que, en origen, el disco estaba cantado al 50% por Irene y Edgar, y con la marcha de la primera se vieron obligados a re-grabar muchas de esas pistas ante la perspectiva de imposibilidad de poder interpretarlas nunca en directo.
Con todo ello, y como primera conclusión, yo os diré que Meat Machine me parece un discazo. Y mira que no soy especialmente fan del metal alternativo noventero, pero su capacidad para sudar por delante y por detrás de lo que se espera de ellos me parece maravillosa, y lo cierto que la variedad, la riqueza y la paleta casi infinita de recursos y matices que exhiben aquí es poco menos que impresionante. Si por fin somos capaces de deshacernos de la idea de que ésta es la banda que grabó Mantiis y nos centramos en escuchar y disfrutar de este disco por sí mismo, encontraremos un montón de temazos llenos de hooks y excepcionalmente construidos, con un sonido claro, potente y nítido y un abanico de sonoridades que nos mantendrá atentos y excitados durante todos y cada uno de los 42 minutos que dura este álbum.
Las estridentes disonancias y los ritmos asincopados y eminentemente noventeros que abren «The Edge» acaban por revelar un tema magnífico que salta con total naturalidad de la potencia progresiva y matemática a las voces etéreas y las atmósferas delicadas, de los ritmos expansivos y luminosos a la opresión y la angustia, del espíritu prog de A Year With No Summer a una energía inequívocamente metalera. Y todo ello, en menos de cuatro minutos. «The Pump» es otro corte magnífico que sigue por unos derroteros parecidos, ahondando quizás en una cierta oscuridad cercana al sludge sin llegar a atormentar del todo con la pesadez tan característica del estilo. Al contrario, consiguen dejar siempre un pequeño resquicio a la ligereza que encaja muy bien con el riff groovey y irresistible que nace cerca del estribillo y con las primeras voces limpias de Edgar, siempre acompañadas de un cierto aire quejumbroso.
El protagonismo de la electrónica empieza a sacar la cabeza en «Mr. Pan», un corte que sitúo sin ninguna duda entre mis favoritos. Un sintetizador con aires a prog moderno (entiéndase eso como Leprous y cosas por el estilo) abre paso a una susurrante línea vocal que podría recordar vagamente a Linkin Park. A medida que avanzamos veo cosas de Placebo y de Kittie, wha-whas y evolución constante en las líneas de guitarra, de batería y de voz, alternando este sibilino, creciente y maravilloso camino con breves roturas asincopadas que suponen una seria amenaza para nuestras vértebras. Ante mi sorpresa, la dinámica cambia totalmente hacia la mitad de la canción para empezar a girar alrededor de un riff más o menos oriental que acaba desplegándose en una bacanal instrumental sencillamente impresionante que ocupa buena parte del minutaje de la canción y que te deja con la mandíbula bastante desencajada.
Después de la opresión y la intensidad que nos había acompañado hasta ahora, es toda una sorpresa encontrarnos de bruces con la luminosa positividad que emana de «Naked Politics», un tema cuyos principales pasajes se acercan al pop-punk desenfadado y al rock afirmativo y radiante de bandas como Creed y allegados. Como no podía ser de otra manera, llega un punto en el que la canción se reinventa competamente para construir uno de los momentos más viperinos y agonizantes del disco, con el mérito añadido de que lo hace re-usando por completo esa misma melodía que nos había diabetizado a base de cucharadas de azúcar solo unos segundos antes.
La inquietante «Flesh World» vuelve a la senda del misterio y la oscuridad, con sintetizadores en primer plano y la voz preocupada y dolorida de Irene tomando todo el protagonismo, experimentando con varios registros con total éxito y recordando desde a Kate Bush a su bien conocida Myrkur o a la carismática Mlny Parsonz de Royal Thunder (esas líneas donde habla de una «Time Machine» son bastante inconfundibles). Se trata de la canción más larga del disco y de una de las más evidentemente progresivas, llegando a flirtear incluso, aunque brevemente, con ese black metal atmosférico que han dejado algo de lado en este disco. Es importante decir que el sonido y el acabado de este trabajo son verdaderamente magníficos y, a riesgo de sonar pueblerino, diré que me parecen a la altura de cualquier producción internacional que podamos escuchar hoy en día.
«Meat Star» fue el primer single de adelanto del disco y es muy fácil entender por qué: se trata de un verdadero temarraco (y ojo que estamos haciendo un lleno de momento) y, probablemente, es el hit más evidente que ha escrito nunca esta banda. Potente, directo, pegadizo y agresivo a partes iguales, cabalga por una base irresistible de sludge y de post metal con múltiples detalles inquietantes que le confieren una cohesión y una sensación de evidencia y asentimiento fuera de toda duda. Si le llega a todo el mundo que le tiene que llegar (y estando en Season of Mist, uno espera que más o menos llegue), no veo razones para que este tema no lo vaya a petar de verdad y que sirva de perfecta punta de lanza para un disco que, de momento, se está revelando como muy cercano a la perfección.
«Spanker» cuenta con una línea vocal muy melódica y refleja de nuevo una amalgama de influencias, buscadas o no, que van desde Black Sabbath a Muse, pasando por Mastodon y el prog moderno, expansivo y atmosférico de bandas como The Pineapple Thief u otras muchas. En contraste con su ligereza y accesibilidad, «Vogue» apuesta por ritmos extraños y complejos, disonancias, gritos y mucha electrónica sin rehusar a la incorporación de un buen estribillo pegadizo, mientras que «Womb of Wire» lleva todo eso aún un poco más allá y se convierte muy posiblemente en la canción más densa y arisca de todo el disco gracias a una intensa sucesión de pasajes complejos y gritones que no dejan prácticamente lugar al descanso. La voz de Irene es de nuevo protagonista, atreviéndose incluso a jugar un poco con el autotune, y la guitarrista catalana vuelve a demostrar su versatilidad en la bonita, atmosférica y casi siniestra «A Foe» final, un tema con toques góticos al que el tono severo y grave pero delicado que le imprime (y que recuerda de nuevo a Royal Thunder) le encaja perfectamente. El último minuto y medio de la canción actúa de outro agónica e inquietante que no tienes claro si tiene éxito para cerrar del todo la experiencia vivida o, más bien, te deja la puerta abierta a volver a darle al play.
Para seros totalmente sincero, no estoy seguro que Meat Machine vaya a satisfacer del todo a los seguidores de la banda barcelonesa. Y es que aquí se alejan incluso más de lo que todos amamos de ellos en sus orígenes y de lo que, no nos engañemos, a muchos les gustaría que volvieran a hacer. Pero si lo escuchas con la mente abierta y haciendo el esfuerzo de no compararlo con nada que esperes encontrar, te vas a dar de bruces con un discazo valiente, original, excitante, complejo, inspirado y, en última instancia, irresistiblemente adictivo. El estilo de referencia y la música que emana de los altavoces pueden cambiar, es cierto, pero la esencia, la actitud y el espíritu creativo rompedor que siempre ha tenido por bandera esta banda sigue tan vivo como siempre. Y eso es todo un regalo. En mi opinión, sorpresa mayúscula, discarral sin reservas y candidato más que evidente a mejor trabajo, nacional o internacional, de este 2020. Felicidades, Obsidian Kingdom.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.