En un verano bastante de mierda en lo musical (y en bastantes otros aspectos), una de las noticias que más ilusión me hizo en este sentido fue recibir un email de los chicos de Obsidian Kingdom invitándome a la escucha en exclusiva de su nuevo disco junto a otros medios amigos, un evento a celebrar el día 5 de agosto por la tarde en la coctelería Milano de Barcelona. A estas alturas todos convendremos que los catalanes son uno de los bandones más excitantes que corren por estos lares, y ya nos han demostrado de sobras que cada nuevo trabajo que sale de sus mentes y sus manos promete ser toda una excitante caja de sorpresas, así que la perspectiva de meterme entre pecho y espalda una (cárnica) montaña rusa de emociones sónicas junto a algunos de los mayores sapientes musicales de la ciudad me pareció, sin duda, la mar de atractiva.
Eso sí, Obsidian Kingdom tienen un problema con el que, me temo, tendrán que lidiar durante toda su carrera: su disco de debut, Mantiis, fue algo sencillamante espectacular y causó un impacto en la escena local como no ha causado, probablemente, ningún otro disco extremo ni antes ni después. Y claro, aunque desde entonces se han desmarcado bastante del estilo que exhibieron con tanta exuberancia en ese primer trabajo y de que, a pesar de las opiniones encontradas entre los fans e, incluso, entre los miembros de la propia banda, su posterior A Year With No Summer fue un álbum muy valiente y más que notable (y cuyo título fue casi premonitorio de lo que estamos viviendo este año a nivel musical), mucha gente no puede ni podrá dejar de compararlos con ese discarral que se marcaron hace (ya!?) ocho años.
Por si la perspectiva de poder catar por fin esta nueva propuesta (que se grabó hace ya casi un año y se va a publicar a mediados de septiembre de la mano del afamado sello francés Season of Mist) no resultaba suficientemente jugosa, ese email invitador prometía acompañar la escucha de un par de cervezas por cuenta de la casa (muy probablemente, el reclamo definitivo entre el guantrapismo periodístico de la ciudad) y, por si fuera poco, venía junto al irresistible anuncio de que un miembro del equipo de grabación no se había podido aguantar el vómito tras escuchar Meat Machine por primera vez. Ante una afirmación de tal calibre, las expectativas ante la densidad y la inaccesibilidad del disco se elevaban a cotas de extrema curiosidad.
Para satisfacerla, y después de asegurarnos que nuestros estómagos estaban listos para tal impacto, nos reunimos en un lúgubre y pecaminoso sótano de la Ronda Universitat una quincena de representantes del mundo periodístico metálico barcelonés. Ahí estaba gente de Rockzone, de The Metal Circus, de Rafa Basa, del Mondo Sonoro, de Goliath is Dead, de Empire Zone… amigos que hacía meses que no veía (desde el pre-confinamiento) y cuyo reencuentro con ellos (y con los miembros de la banda, claro) supuso la primera gran alegría de la tarde. Tras ponernos al día, discutir todo lo discutible – cómo no – sobre el Covid y el desastre que todo esto ha supuesto para la escena y el circuito, pedir nuestra primera bebida e ingerir nuestras primeras patatitas, nos sentamos ante el pequeño escenario del coqueto Milano para que el líder de la banda, Edgar Merigó, nos introdujera un poco el disco y, a continuación, pasáramos a escucharlo de pé a pa con suma atención.
Es curioso esto de las listening parties. Los cinco miembros de la banda (con los debutantes Judit Calero a los teclados y Victor Vallespir – también en Arcanus – a la guitarra acompañando, con camisetas negras, a los ya conocidos Edgar, Alex y Jaime, con camisetas rojas) se sentaron en semicírculo sobre el escenario siguiendo el ritmo y cantando algunas de sus canciones predilectas mientras observaban cara a cara y con cierta curiosidad – quizás, incluso, un punto de respeto – como el resto de la audiencia reaccionaba ante cada nuevo corte o cada giro sorpresivo. Para su alegría (y la nuestra), la respuesta fue unánimemente positiva y, por suerte, a nadie le entraron ganas de vomitar.
Meat Machine no es quizás tan denso y desagradable como dejaba intuir esa promesa, pero con él la banda sorprende una vez más y, de nuevo, certifica la alergia que tiene a repetirse lo más mínimo. A pesar de mantener un espíritu y una esencia totalmente reconocibles (y meter una marcha más respecto a su predecesor), Obsidian Kingdom nos vuelven a descolocar con un trabajo en el que vuelven a la caña y al «in your face» pero en el que se van por unos derroteros totalmente inesperados y considerablemente distintos a lo que nos tenían acostumbrados hasta ahora. De hecho, con toda la provisionalidad y la cautela que me confiere esta única escucha, algunas de las palabras clave que se me vienen a la cabeza son: sorpresas, potencia, noventerismo, alternativismo, densidad, agresividad, emoción y lírica.
Lo de alternativo noventero nos quedó claro a todos, y aunque Edgar nos comentó que había noventerismo en todos sus trabajos al ser esa la época en la que todos crecieron y más les marcó a nivel de influencia, creo que está claro que aquí hay bastante más, o al menos se nota con más evidencia. Con detalles que iban desde Sonic Youth a Ninch Inch Nails, el disco está lleno de ritmos y sonidos cercanos al noise, al grunge y al rock industrial, todos ellos pasados por el experimental y personal tamiz que tan bien sabe imprimir Obsidian Kingdom hasta conseguir un resultado sólido, infeccioso, excitante y, cómo no, muy original.
También hay una presencia considerable de voces femeninas, grabadas por la ex guitarrista de la banda Irene Talló, que ofrecen un juego vocal muy interesante y le confieren un aire algo más etéreo al conjunto del disco. En un primer momento, cinco de las diez canciones de Meat Machine contaban con Irene como voz principal, pero tras su súbita marcha (ella grabó todas las guitarras de este trabajo), los miembros restantes de la banda pensaron que sería muy complicado poder interpretarlas en directo fidedignamente, así que en vez de renunciar a ello decidieron regrabarlas con la voz de Edgar, de manera que solo dos de esas cinco se han mantenido tal y como estaban pensadas de buenas a primeras. Aún así, y según comentaron, les han acabado gustando más que como quedaban al principio. Obviamente no tengo base para comparar, pero no hay duda que la incursión de la voz de Irene amplia el abanico de matices de forma muy interesante.
Es complicado destacar canciones tras una sola escucha, pero de buenas a primeras me llamaron la atención la tercera, larga e hipnótica y con un solo muy interesante, y también la última, muy potente y con momentos verdaderamente apoteósicos. El principio del disco deja muy claro por dónde van a ir los tiros, con un ritmo alternativo entrecortado y pegadizo, mientras que el single elegido como adelanto, «Meat Star», es un temarrazo que brilla tanto en solitario como en el conjunto del disco. Obsidian Kingdom no habían tenido nunca una canción con tanto gancho como ésta, y su elección como presentación de Meat Machine parece obvia y acertada.
¿Y de dónde viene tanta carne? Carne en el título, en el nombre del single, carne (mucha) en el artwork… Se da la casualidad que yo conocí a Edgar Merigó por primera vez en persona cuando él trabajaba en el restaurante vegetariano Biocenter, así que asumí que la idea del disco tenía, en parte, la intención de criticar la industria cárnica. Pero muy al contrario, parece que lejos de decantarse por opciones alimentarias cercanas al veganismo, el vocalista barcelonés es un decidido y convencido carnívoro. A pesar de ello, la explícita simbología de la carne y la impactante y algo desagradable portada se puede interpretar de muchas maneras, y esa crítica a la explotación y la inmediatez y visceralidad con la que vivimos nuestro día a día es sin duda una de ellas. Lo que está claro es que la imagen del disco no deja y dejará a nadie indiferente, y está abierta a la interpretación de quién se la mire.
Una vez escuchado el disco, hecha la rueda de preguntas y certificada la aprobación unánime de la crítica, la velada se acabó alargando entre conversaciones sobre el pasado, el presente y el futuro de la banda hasta que, prácticamente, nos echaron del local para que pudieran abrir con su programación nocturna habitual. Obsidian Kingdom son una de las agrupaciones claves y necesarias de la escena barcelonesa contemporánea, y con Meat Machine nos vuelven a dar una buena cucharada sopera de todo aquello que amamos de ellos. Este nuevo trabajo es un disco valiente, sorprendente e imprevisible que, como nos acostumbran, no dejará indiferente a nadie. Personalmente, me muero de ganas de tener el adelanto en mis manos e hincarle el diente como se merece. Y yo de vosotros, marcaría el día 20 de septiembre con lápiz rojo en vuestros calendarios para poder hacer lo mismo.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.