Aún ahora, cuatro álbumes y casi diez años después, me cuesta un mundo no basar la reseña de un nuevo disco de Opeth en el hecho que los suecos ya no son la banda que nos enamoró durante esa década mágica culminada con el genial Watershed. Por el camino dejaron auténticas obras maestras del death metal progresivo como Still Life, Blackwater Park, Deliverance, Ghost Reveries o el «acústico» Damnation, sentando las bases, en esencia, de lo que iba a ser el estilo en los años que había por venir. Acompañado por músicos de primerísimo nivel y sobrada personalidad como Fredrik Akesson, Martin Lopez, Martin Méndez o Martin Axenrot, nuestro amigo Miguelito creó una de las discografías más impresionantes e inventivas de este siglo, dejando a su paso un reguero de fans devotos y entregados a su talento y creatividad.
Pero a finales de la primera década de los dosmiles, el señor Akerfeldt y los suyos decidieron que ya habían dado todo lo que tenían que dar al death metal, así que dejaron atrás los guturales y las distorsiones densas y brutales para abrazar una vertiente del progresivo mucho más clásica y mucho más cercana a las bandas setenteras de las que Mikael había bebido en sus años mozos. Para muchos, ese cambio fue poco menos que una heregía, pero no creo que nadie, ni tan siquiera el fan old school más recalcitrante y frustrado con ese nuevo camino, se atreva a negarle las virtudes a discos como Heritage, Pale Communion o Sorceress, obras tan musicalmente deliciosas como todo lo que había venido antes.
Así que bien, siendo éste ya el cuarto disco de estos nuevos Opeth, no creo que sea justo valorarlos respecto a lo que hicieron una década atrás. Esos discos clásicos seguirán estando ahí para que los escuchemos siempre que nos apetezca (y siguen teniendo una representación en directo bastante generosa, independientemente de lo creíbles que suenen a día de hoy), pero ahora Opeth es otra cosa. Y ojo, que no os voy a mentir: a mí también me gustaban más los de antes, pero creo que Mikael y compañía se han ganado de sobras el derecho a hacer lo les dé la real gana con su música y su carrera sin que nadie les tenga que juzgar por ello ni les acuse de una falta de trvismo que, igualmente, siempre han estado muy lejos de tener.
Aunque tanto Heritage como Pale Communion me parecieron discos excelentes y llenos de temazos que, a la larga, se han acabado convirtiendo en himnos, os he de confesar que le presté bastante menos atención a Sorceress de la que habría sido probablemente justo prestarle. Así que por mucho que me gustaran esos últimos discos, mi decreciente interés por la banda habla por sí sólo. Algo, por cierto, que parece me casi increíble si me pongo a recordar la devoción con la que vivía todo lo relacionado con ellos hace tan solo seis o siete años. Por eso, entre otras cosas (y aunque he tenido que pelearme en la redacción), he escogido hacer la reseña de este nuevo In Caude Venenum, para «forzarme» a escucharlo con detalle e intentar apreciar, realmente, el estado en el que se encuentra la banda a día de hoy.
Y bien, una cosa está clara: este disco es tan impecable como cualquiera de los anteriores. Cualquier cosa que haya puesto Opeth al mercado rebosa calidad y elegancia por los cuatro costados, y este trabajo no es ninguna excepción, así que es todo un placer ponerse a observar su preciosa portada o disfrutar de todos los matices de la cuidada y cálida producción. En este disco me da la sensación que Opeth van un paso más allá, incluso, en este sentido, dando un paso más a nivel de delicadeza e introspección, otorgando un protagonismo extra a los teclados y haciendo hincapié en un sonido muy orgánico, muy fluido, muy cercano y, por decirlo así, muy natural. Es cierto que ésa siempre ha sido una característica definitoria de la música de los suecos, y es muy interesante ver como esa esencia se ha trasladado con total naturalidad de una etapa a otra a pesar de los cambios estilísticos, pero en este disco esta sensación me resulta incluso más intensa.
Lo primero que llama la atención es que In Cauda Venenum se presenta como un disco doble. El primero de ellos está cantado en sueco, y el segundo contiene exactamente las mismas canciones, pero en inglés. Más allá de la curiosidad que supone eso de por sí (de hecho, la versión sueca le da como un toque añejo extra que la hace aún más atractiva), más curioso es que los títulos de unas y otras, en muchos casos, no tienen demasiado que ver. Por ejemplo, «Dignity» (Dignidad) se convierte en «El Príncipe del Engaño» en sueco, mientras que «El Crimen Despechado» es «La Superficie de la Memoria». Un lío, vamos. Si tengo la oportunidad de entrevistar a la banda en breve, algo con lo que cuento, ya se lo preguntaré, pero mientras tanto, y como no sé qué es exactamente lo correcto, me referiré a las canciones por sus dos títulos.
La bladerunnera intro «Garden of Earthly Delights» / «Livets Trädgård» me resulta una pieza bastante inesperada para abrir el disco. Un sintetizador angustioso actúa de base para que ruiditos varios, niños que juegan y pausadas melodías a piano nos entretengan durante tres minutos y medio sin que pase especialmente nada. Al final de todo, una mozalbeta algo inquietante nos chapurrea algo en sueco (también en la versión inglesa), como si nos diera la bienvenida al viaje que estamos a punto de empezar. Ese recurso (alguién hablando en sueco aquí y allá) es algo que encontraremos a menudo a lo largo del álbum, lo que me hace pensar que estamos ante un trabajo que, muy probablemente y por primera vez en la carrera de la banda, ha estado realmente concebido en su idioma natal.
Superada la sorpresa, un riff y unos coros 150% Opeth abren la densa y potente «Dignity» / «Svekets Prins». El principio del tema es una verdadera bacanal de ritmos progresivos, solos y voces escandinavas que avanza con fuerza y decisión hasta que aparece la voz algo carrasposa y forzada de un suave Mikael danzando sobre un pasaje florido, dulce y me atrevería a decir que muy folk. Pero inmediatamente el tema evoluciona por derroteros mucho más hardrockeros (en la vena de, yo qué sé, me vienen a la cabeza Spiritual Beggars) hasta llegar a pasajes cercanos a Queen o a The Beatles sin que nada deje de ser, en esencia, absolutamente Opeth.
Antes de continuar soltando nombrecitos al tun-tún, debo confesar que mis conocimientos del prog/folk setentero son muy limitados, mucho más de lo que me da la sensación que sería deseable a la hora de afrontar este disco y, sobretodo, su crítica. Así que ya me perdonaréis que no sea en absoluto capaz de identificar qué influye qué dentro de la absoluta orgía de influencias y matices prog que nos podemos encontrar en estos surcos. Pero vamos, aunque no sé cuánto tienen de Camel, de Jethro Tull o de Gryphon, es evidente que el prog setentero está más que presente aquí, aunque eso sí, siempre pasado por el inconfundible y personal tamiz que solo una banda como Opeth sabe imprimirle.
Tras unas risas enlatadas (quizás procedentes de alguna lujosa estancia de la mansión decimonónica que ilustra la portada del disco), el principio de «Heart in Hand» / «Hjärtat vet vad handen gör» nos vuelve a retrotraer a los Opeth de toda la vida, con un riff y un ritmo muy duro e insistente que me recuerdan a los mejores momentos de Heritage o incluso más allá. Éste fue el primer adelanto que pudimos escuchar de In Cauda Venenum, y me atrevo a decir que su elección fue todo un acierto, ya que probablemente se trata de una de las canciones más completas, energéticas, rockeras y convincentes del disco, con una instrumentación maravillosa en todas sus múltiples vertientes y una línea vocal emotiva, danzarina y pegadiza.
«Next of Kin» / «De närmast sörjande» salta con total naturalidad desde lo culebrerero y lo meloso de sus bellos momentos acústicos (por momentos casi cercanos al country) al aire bombástico y majestuoso que le dan unos coros y una sinfonización épica, densa, poderosa y teatral. El trabajo vocal de Mikael es particularmente interesante aquí, con algunas líneas muy conseguidas y sentidas. La bonita pero quizás poco excitante «Lovelorn Crime» / «Minnets yta», por su parte, transcurre con una dulzura casi clásica y una estructura que, a pesar de los adornos, los arreglos y la orquestación, se acerca muchísimo al pop (nada malo en ello, ojo). En contraste con la complejidad inherente en la mayoría de los demás temas, aquí estamos ante una especie de balada bastante al uso que brilla especialmente cuando, en su segunda mitad, toma fuerza y se embellece con un solo absolutamente maravilloso.
«Charlatan» es la única canción que se llama igual en inglés y en sueco, y su ritmo y dinámica opresiva y sincopada resulta casi angustiosa después de la sencilla belleza que la precedía. Personalmente, y sin ser malo para nada, a mí me pasa algo desapercibido en el global del disco a pesar de los severos cantos gregorianos (¡solo faltaba esto!) con los que transcurren sus últimos segundos. Tampoco «Universal Truth» / «Ingen sanning är allas» acaba de atraparme del todo a pesar de reconocerle la evidencia de ser un precioso tema de prog clásico lleno de épica y de dulzura con algunos momentos muy interesantes (en algun pasaje me recuerdan a los injustamente olvidados Fair to Midland) que acaban diluyéndose en una estructura, a mi juicio, un poco desesperante.
La oscura e inquitieante «The Garroter» / «Banemannen», con su curioso inicio en el que se suceden una guitarra clásica, un piano y un batería jazzera en solitario, sí que ha conseguido llamar conceptualmente mi atención. Aunque no soy del todo fan de algunas de sus líneas vocales, el aire entre oriental y de bajos fondos del siglo XIX que se gasta me resultan absolutamente adictivos, y el solo final es uno de los highlights de todo el disco. Sin duda, y a pesar de que aquí hay cero rock y cero metal, me parece uno de los temas más interesantes e inventivos que nos ofrecen Mikael y los suyos.
Nos acercamos al final del disco con una «Continuum» / «Kontinuerlig drift» que vuelve a recurrir a una línea vocal muy pegadiza y al regreso de los poderosos y densos riffs que habíamos podido disfrutar profusamente durante la primera mitad del disco. Aún así, en su mayor parte se sirve de una preciosa guitarra acústica acompañada de múltiples arreglos instrumentales y vocales que acaba por desembocar de lleno, mediante un inesperado fade out, en la final «All Things Will Pass» / «Allting tar slut», un pedazo de temarral épico con unos riffacos muy serios y un groove excepcional que no sabía que había echado de menos hasta que he llegado hasta aquí.
In Cauda Venenum es un disco complicado y no necesariamente fácil de asimilar. Hay canciones que son obviamente maravillosas (me vienen a la cabeza «Dignity», «Heart in Hand», «All Things Will Pass» o incluso la extraña «The Garroter»), y aunque intuyes y sabes que la calidad rebosa por cada esquina y que todo es, en realidad, de una belleza deliciosa, sus 68 minutos se me han hecho, por momentos, un poco pesados. Quizás me ha ocurrido un poco como en el concierto de Steve Hackett en el último Be Prog que se celebró en el Poble Espanyol: tanta perfección me resulta ligeramente empalagosa, y lo que echo en falta de verdad son momentos que me levanten de la silla. Pero quizás éste no es su problema, sino el mío.
Como apunte final, hace ya bastantes años que Opeth no se dignan a pasar por nuestras salas. Lo han hecho en un par de Be Progs y en otros festivales, pero desde la gira de Heritage que no han venido a dar un concierto como Dio manda. La última vez que yo les vi fue este mismo verano, en el Rock the Coast, y a pesar de que la mayoría de la gente flipó con ellos, su actuación bajo el sol funegirolés no acabó de convencerme, quizás por el simple hecho de que esas (espectaculares) canciones antiguas no me resultan del todo creíbles en un concierto de los actuales Opeth.
En todo caso, y aunque a nivel de repertorio quizás me pego un tiro en el pie diciendo eso, creo que un concierto en sala en el que hagan hincapié en lo que son de verdad a día de hoy tiene que ser una experiencia absolutamente deliciosa, y sin duda sacrificaría una escucha más de «Deliverance» para poder disfrutar de ello. Los nuevos Opeth gustarán más o menos, pero gracias a discos como In Cauda Venenum demuestran seguir gozando de una elegancia y una clase absolutamente espectaculares, convirténdolos y confirmándolos como uno de los nombres más decisivos e influyentes en el rock y el metal de nuestros días.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.