Hoy, hace 25 años que Opeth lanzó Still Life (1999), un álbum que no solo definió una era en el death metal progresivo, sino que también marcó un punto de inflexión en la evolución musical de la banda. Si bien álbumes anteriores como Orchid (1995), Morningrise (1996) y My Arms, Your Hearse (1998) –para mucha gente, los más flojos dentro de su ya dilatado catálogo–, ya habían mostrado el talento indiscutible de Opeth para combinar la brutalidad del death metal con pasajes acústicos y melódicos, fue en Still Life donde todo hizo clic. Aquí, la banda alcanzó una cohesión sonora y compositiva que sigue siendo un referente dentro del metal progresivo.
Este cuarto álbum de estudio no solo estableció un nuevo estándar para el death metal progresivo, sino que lo elevó a un nivel épico que poc@s han podido igualar desde entonces. Este fue el disco donde Opeth realmente comenzó a funcionar a toda máquina, por así decirlo. Desde la impresionante producción hasta la mezcla perfecta de guitarras acústicas y eléctricas, Still Life ofreció un sonido que no habíamos visto en sus trabajos previos. Es un álbum que, aunque no necesariamente el más técnico de la banda, brilla por la pureza y atmósfera etérea que se logra a través de una producción más limpia y refinada.
Still Life es el punto culminante de la primera etapa de Opeth, donde el death metal y el progresivo se funden de manera magistral. El álbum perfecciona el sonido que la banda había estado desarrollando en trabajos anteriores. Aquí se alcanza un equilibrio sublime entre la furia distorsionada y las secciones acústicas, algo que sus tres primeros discos insinuaban pero que finalmente cobra vida plenamente en este trabajo. Es un álbum que presenta a unos Opeth que están a punto de alcanzar su estatus de dioses con Blackwater Park (2001), pero donde ya se percibe la perfección que lograron en su época dorada.
La estructura de las siete canciones que conforman este trabajo es asombrosa. Opeth demuestra su habilidad para cambiar de dinámicas complejas a pasajes más suaves sin perder coherencia. «The Moor» abre el álbum con un magistral despliegue de géneros: death metal, progresivo, blues y folk, que preparan al oyente para un viaje emocional y sonoro que dura poco más de una hora. El álbum está lleno de transiciones entre lo brutal y lo bello, con canciones como «Benighted», una pieza acústica que ofrece una tranquilidad casi surrealista, y «Serenity Painted Death», la número seis, donde la violencia y la melancolía se entrelazan. Cada canción fluye magistralmente hacia la siguiente, lo que refuerza la idea de un álbum conceptual donde cada elemento está interconectado.
Still Life fue el álbum que comenzó a sacar a Opeth del underground del metal. Aunque aún no eran los gigantes de la escena que serían a partir de Blackwater Park, este disco consolidó su reputación como innovadores. Su influencia en la escena del metal progresivo es innegable; muchas bandas emergentes han tomado prestados elementos del estilo único que Opeth perfeccionó aquí. Además, este disco marca el fin de una era más cruda y agresiva para la banda antes de que comenzaran su transición hacia terrenos más melódicos y experimentales en trabajos posteriores.
El tema central de Still Life es una historia de exilio y amor prohibido, donde el protagonista es expulsado de su aldea por ser ateo y regresa años después en busca de su amada, Melinda. La narrativa refleja una lucha interna entre la fe y la identidad personal, una temática en la que se ven reflejad@s much@s oyentes por su profundidad filosófica. Sin embargo, lo que realmente eleva esta historia es la poesía de las letras, escritas por Mikael Åkerfeldt.
Åkerfeldt no es solo un compositor excepcional, sino también un poeta de las emociones. Las letras de Still Life son un componente fundamental para entender su impacto. En canciones como «Face of Melinda», la combinación de letras melancólicas con pasajes musicales delicados crea una experiencia casi cinematográfica. Este álbum narra una tragedia a través de palabras que evocan imágenes realistas, añadiendo una capa de profundidad emocional que rara vez se ve en el metal extremo.
Uno de los elementos más impresionantes de Still Life es su capacidad para balancear la agresividad del death metal con melodías sublimes. Temas como «Godhead’s Lament» y «Moonlapse Vertigo» alternan entre momentos de pura destrucción sonora y secciones acústicas introspectivas, creando un dinamismo que es característico de la banda. Este equilibrio es lo que distingue a Opeth de muchas otras bandas de metal progresivo, ya que logran captar la atención del oyente no solo con su técnica, sino también con su capacidad para transmitir emociones a través del contraste.
Cuando Still Life vio la luz, fue aclamado por la crítica tanto por su complejidad como por su producción. En retrospectiva, ha sido considerado un álbum pionero dentro del metal progresivo, influyendo, como decía, en innumerables bandas y estableciendo a Opeth como una de las fuerzas más innovadoras del género. 25 años después de su lanzamiento, sigue siendo un referente tanto para l@s fans del metal como para l@s músicos que buscan fusionar lo extremo con lo melódico. Este disco marcó una época y eso es algo que todavía hoy podemos percibir.
Por todo ello, me aventuro a concluir que Still Life es más que un álbum; es una obra maestra que sigue inspirando a quienes lo escuchan. Opeth alcanzó aquí un equilibrio perfecto entre brutalidad y belleza, creando un trabajo que trasciende géneros y, sobre todo, generaciones. Incluso después de un cuarto de siglo, sigue siendo un monumento al death metal progresivo y un testamento de la capacidad de la música para evocar emociones profundas. Larga vida a Still Life y al legado que Opeth está dejando en el mundo del metal.
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.