Opeth sorprendió a propios y extraños cuando el pasado agosto lanzó un pequeño adelanto de su próximo disco. Lo sé, publicar un tema nuevo no debería ser motivo de asombro. Pero yo al menos me llevé una grata sorpresa al descubrir que los guturales habían vuelto a formar parte de los sonidos de la banda, ya que fue el mismo Mikael Åkerfeldt, hace bastantes años, quien dijo que le costaría mucho volver a ello. Cosas de la edad, pensé. Esa voz tan única hay que cuidarla.
El caso es que, ya desde el lejano 2011, con el magnífico pero a la vez controvertido Heritage (2011), y con el permiso del también increíble Damnation (2003), la veterana banda había dejado aparcados los sonidos más deathmetaleros para empezar una nueva etapa en la que el folk progresivo dominaba sobre el resto. Bueno, a medias, ya que en los directos seguían tirando de clásicos que, obviamente, contaban con este registro algo más duro.
Reconozco que soy más fan de los Opeth de la vieja época, así que, aunque los he seguido escuchando, no hay ningún disco de esta última etapa que me haya flipado como lo hacían antaño. Sin embargo, con este The Last Will and Testament (2024) he vuelto a notar sensaciones que creía olvidadas desde la primera escucha, y la verdad, ha sido una experiencia increíble.
El álbum está segmentado no por títulos de canciones sino por actos, párrafos, o el nombre que más os guste. En «§1» ya se percibe que este disco es diferente a los anteriores. Sí, es death metal en su vertiente más absoluta, con unos guturales demoníacos que solo Miguelito es capaz de hacer y que, honestamente, un servidor ya echaba de menos. La canción progresa a un ritmo potente y, cuando ya llevamos dos tercios de escucha, los compases irregulares progresivos made in Opeth marcan el camino. El tema va cayendo con unos arreglos de cuerdas que le quedan de maravilla. Estos están presentes en prácticamente la totalidad del disco gracias a la participación de la Orquesta Sinfónica de Londres en la grabación del álbum, que le da una amplitud inimaginable.
«§2» sigue una pauta progresiva mucho mayor que el anterior tema, bien marcada desde el principio. Ian Anderson nos deleita con un spoken word solemne, tenso, que encaja perfectamente con el concepto de la canción y el patrón rítmico constante en la mayoría de las partes centrales, lo que, junto con los coros de Joey Tempest, hace de este uno de los mejores cortes del disco.
Tras él la banda sueca nos presenta «§3», una pieza muy completa de rock progresivo con una calidad tremenda. Cabe destacar de nuevo el gran trabajo de Joakim Svalberg a los teclados, que nutre el tema con un amplio repertorio de recursos sinfónicos que lo abraza y lo eleva hasta un nivel difícil de explicar con palabras. Igual de impecable es el trabajo de Martín Méndez al bajo, que aporta unas líneas progresivas brillantes.
Avanzamos al son de «§4», otro temazo que recuerda mucho a la época gloriosa de Opeth, esa del Blackwater Park (2001) o el Deliverance (2002), en el que el despliegue técnico es más que notable. Pasado un cuarto de tema la canción se rompe del todo, cuando la arpista Mia «Miriavyn» Westlund hace que cambie la dinámica por completo y convierte la pieza en una especie de folklore diabólico. En este punto la voz me ha querido recordar a algún fragmento de Haken o Between the Buried and Me, pues le da al tema un toque circense muy inquietante, algo curioso para una banda tan fiel a su estilo. Aquí los de Estocolmo siguen con la tendencia de mezclar sonidos folk dentro de un estilo que ya es complejo en sí mismo. Después la atmósfera oscura se mantiene gracias a la aportación, una vez más, del gran Ian Anderson a la flauta, y el tema va llegando al final por todo lo alto con un señor solo de guitarra que a mí personalmente me eriza la piel del todo. Probablemente sea la canción más completa del disco y, bajo mi punto de vista, una de los mejores. Opeth no es la típica banda que incluye un solo de guitarra obligatorio en cada tema (aunque a veces haya varios), pero en este caso Fredrik Åkesson se luce de verdad. Justo al final Åkerfeldt nos recuerda que Opeth ha vuelto a los guturales y nos regala unos pasajes densos que cierran el tema de forma magistral.
El acto «§5» me desorientó, como supongo que a la gran mayoría, ya que empieza de una forma curiosa, con un ritmo latino a la batería que incluso al más ecléctico le puede recordar al reguetón. Nada más lejos de la realidad. Los suecos nos ofrecen un tema con un sello propio indiscutible, en el que un patrón rítmico guía el camino para que las alternancias de limpios y growls en la voz te dejen con el ceño fruncido y el morro arrugado, el mejor cumplido que un fan puede hacer a una banda. Aun siendo un tema algo más ligero que los anteriores, no deja de ser extremadamente complejo, con un final en forma de fade out muy necesario para darle toda la profundidad que necesita. A estas alturas tuve que pausar del disco y pararme a pensar en lo mucho que me gustaría ver algún día un formato An evening with en el que lo interpretaran de principio a fin. Imagino que como mínimo habrá que esperar al décimo aniversario, pero estoy seguro de que tarde o temprano lo acabarán haciendo.
«§6» es un puñetazo directo al cerebro; así de claro. Si alguien quiere dar algún día una clase magistral sobre qué es el death metal progresivo, solo tiene que poner este tema. Aquí más que nunca se puede apreciar el encaje perfecto que ha tenido Waltteri Väyrynen en la banda, que ha causado un efecto inmediato y se ha sacado de la chistera infinidad de recursos que le vienen como anillo al dedo a estos nuevos Opeth, y que sin duda ayudan a la banda a afianzarse en ese estatus de semidioses que ostentan en la escena. La parte central cuenta con un interludio instrumental de los que hay que escuchar atentamente para no perderse ni un detalle, que termina con una caída de piano y guitarra un tanto melancólica, cerrando así otra obra maestra, también candidata a ser la mejor pieza del álbum.
Quizá ahora sería el momento de decir: «OK, ya he tenido suficiente progresivo por hoy». Pero no es el caso. A estas alturas del partido uno quiere más. Y eso es precisamente lo que nos dan Opeth en «§7», que empieza con una conversación entre Ian Anderson y Mikael Åkerfeldt en la que profundizan en el aspecto conceptual del disco. El tema va avanzando de manera excelente, reforzando (casi del todo) el cierre de la narración de una manera melancólica y emotiva.
Finalmente, para rematar, viene «A Story Never Told», la única canción con nombre en lugar de número, lo cual nos avisa de que nos encontramos ya en el epílogo de la historia. Aquí Opeth nos suelta la mano de manera más introspectiva que antes, a modo de balada. Lo hace de una forma tranquila, bonita en cierto modo, aunque las tonalidades menores nos siguen llevando hacia esas atmósferas misteriosas y cinematográficas que tanto le gustan a la banda sueca. Como último tema funciona fenomenal, ya que, gracias a los arreglos sinfónicos que lo acompañan, no necesita guturales ni fragmentos excesivamente progresivos. La pieza se mueve alrededor de un patrón armónico que se repite en diferentes fases de la canción y que le da toda la intensidad que necesita.
Sin entrar demasiado en el aspecto lírico o conceptual, ya que creo que eso merecería otro artículo, sí que diré que la banda nos presenta una historia intrigante a la vez que adictiva. Tratando de resumir todo lo posible, el relato nos sitúa en la lectura del testamento de un cabeza de familia después de la Primera Guerra Mundial. A lo largo de esta lectura se va generando un ambiente tenso debido a conflictos y tiranteces entre los miembros de la familia, y algún que otro giro de guion te engancha del todo. En declaraciones recientes Mikael explicó que se sintió fuertemente influenciado por la aclamada serie Succession y que se basó en parte de la trama para crear el concepto del álbum. Tras varias escuchas, creo que se puede percibir.
Llegado el final del disco, sería el momento de digerirlo y meditar. Parece increíble que, a estas alturas, cuando ya has hecho de todo y has tocado varios estilos sin despeinarte, seas capaz de componer semejante pieza y de llevar de este modo tu talento al siguiente nivel, un hito que podría parecer imposible hoy en día.
Como conclusión, el disco me ha dejado reflexionando, ansiando escucharlo más veces, al menos veinte o treinta veces más, para memorizarlo, aprender de él y descubrir nuevos aspectos que al principio pueden pasar desapercibidos pero que después de muchas escuchas uno empieza a apreciar. Creo que no soy el único que piensa que probablemente este sea el mejor álbum que ha publicado Opeth en los últimos 15 años.