Los norteamericanos Orthodox (no confundir con los doomies experimentales sevillanos del mismo nombre) están de vuelta con Learning to Dissolve (2022), el que ya es su cuarto trabajo, el tercer larga duración. Para la ocasión, han contado con los servicios del productor Randy Leboeuf (Kublai Khan, The Acacia Strain). Este es su primer disco que cuenta con el auspicio de una major como Century Media Records.
La verdad es que ya tenía ganas de catar lo nuevo de Orthodox, una banda que se ha especializado, con el paso de los años, en llevar el hardcore a un lugar nuevo e inquietante repleto de odio e ira. Su segundo álbum, Let It Take Its Course, se lanzó en febrero de 2020 y recibió elogios generalizados por parte de la crítica, y dos años y medio más tarde, los de Nashville nos presentan 11 cortes que siguen bastante la linea marcada por su anterior trabajo; y eso es precisamente lo que han hecho: dejar que las cosas sigan su curso. Aún así, se nota que la banda ha madurado su sonido, especialmente en el apartado vocal. Por ejemplo, «Feel It Linger», el tema que abre este disco, suena como un híbrido de Slipknot y Pantera con una fuerte dosis de nu metal de manual. Pero incluso habiendo madurado su propuesta, no me acaba de convencer del todo este Learning to Dissolve.
¿Qué ha provocado que la banda liderada por Adam Easterling se la note tan cabreada? Por no hablar de las contundentes guitarras de Austin Evans. En palabras del propio vocalista, refiriéndose al opener del álbum:
«Esta es, en esencia, la primera canción que he escrito para regodearme en mi columna vertebral. Han dicho por ahí que Orthodox era una banda ‘cursi’ y hemos sido continuamente pasados por alto año tras año. Pero no nos hemos rendido. Esta canción está dedicada a cualquiera que piense que deberíamos haber tirado la toalla, pues nosotros sentimos que ni siquiera hemos alcanzado nuestra cima creativa.»
Toda una declaración de intenciones que se queda un poco en eso, una declaración, pues el álbum flojea por momentos. Pero no por ello dejan de haber momentos brillantes. Por ejemplo, «Nothing to See», el sexto corte, invita al slamdance y a incendiar los pogos, mientras que «Fall Asleep» tira por unos derroteros más thrash al más puro estilo Sepultura/Death Angel/Exodus; lástima que no haya más temas de este estilo en el álbum.
El resto de cortes no son tan interesantes. Se trata de canciones que viven de riffs entrecortados y un tanto aburridos. Temas como «Become Divine», «Digging Through Glass» y «All That I Am» casi no superan el corte, y «1 1 7 6 2», justo hacia la mitad del álbum, no deja de ser un experimento de relleno un tanto desafortunado.
Este álbum no me deja un mal sabor de boca, ojo, pero tengo la sensación que la banda podría haber dado un poco más de sí si hubiera tratado de no parecerse tanto a Slipknot. La maduración del sonido no ha de pasar necesariamente por el «plagio» (pongamos más comillas, si es necesario; no se me malinterprete). Así que, haremos caso de las palabras de Easterling, quien asegura que todavía están en proceso de escalar la montaña que les lleve hasta la cima de su creatividad musical. En otras palabras: su disco bueno está todavía por llegar. En términos de calidad, hay cosas bastante mejores en las en ocasiones animadas aguas del metal moderno.
Si te atrae esta mezcla cruda de hardcore metalizado, te doy permiso para recibir Learning to Dissolve con los brazos abiertos, pero para tod@s los demás, es recomendable escuchar primero y decidir después.
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.