Ser heavy en este país durante la década de los ochenta tenía dos grandes inconvenientes: el primero (y más engorroso), estar muy mal visto por la mayoría de los que no comulgaban con nuestra religión; y el segundo, la intransigencia en cuanto a gustos y preferencias de los miembros de esta bendita tribu. Me centraré en este último conflicto, porque siempre me pareció bastante absurdo. De entrada, uno no podía confesar públicamente que sentía algún tipo de predilección por artistas de distintas etiquetas sonoras (exceptuando la clásica y el rock sinfónico), aunque en la intimidad todo el mundo disfrutaba de sus particulares guilty pleasures. Por otra parte, dentro del estilo que venerábamos había que decantarse a ultranza por determinados solistas o conjuntos, en detrimento de unos supuestos opuestos, talmente como si fuéramos furibundos hinchas de fútbol. Por suerte, tarde poco en rechazar estos disparatados planteamientos de mis colegas estrechos de miras, lo que me permitió poder escuchar cualquier registro que mínimamente me interesase y así ampliar, sin prisa y con deleite, mi aún limitado paladar musical.
Pero ¿qué tiene que ver dicho rollo con Diary of a Madman, el disco que hoy nos ocupa con motivo de su 40º Aniversario?
Pues que fue publicado casi al mismo tiempo, con tan solo tres días de diferencia, que el notable Mob Rules de los ex socios de Ozzy Osbourne, Tony Iommi y Geezer Butler, acompañados por los solventes Geoff Nicholls, Vinny Appice y, en especial, por su excelso sustituto, Ronnie James Dio, en la banda que él había liderado anteriormente. Este hecho acentuó una rivalidad entre ambos vocalistas, potenciada por los sectarios partidarios de cada etapa de Black Sabbath, que se mantuvo incomprensiblemente a lo largo de una dilatada temporada. En mi caso, al desmarcarme sin reservas de estos ridículos fanatismos pude gozar de destacables trabajos de estudio como Heaven and Hell, Blizzard of Ozz, Holy Diver, Bark at the Moon, The Last in Line (mi favorito, por razones personales), The Ultimate Sin (mi otro predilecto), Sacred Heart o los directos Live Evil, Speak of the Devil, Intermission y Tribute. Y ya que cito la grabación en vivo lanzada en 1987 como homenaje póstumo al fallecido Randy Rhoads, cabe resaltar que la versátil, exquisita y portentosa labor del joven guitarrista en Diario de un loco es lo que enaltece a un álbum que con frecuencia ha sido minusvalorado por su falta de hits evidentes. Craso error de quien opina de esta manera sobre una obra que contiene ocho variadas y cuidadas composiciones (realzadas por el productor Max Norman), que discurren por una secuencia extraña e hipnóticamente uniforme, que va desde el ímpetu inicial de «Over the Mountain» hasta llegar a la atrayente épica de la sublime pieza final. Y a nivel interpretativo, dejando aparte las ya mencionadas maestrías y desbocadas inspiraciones de Randy Rhoads y las eficientes aportaciones de Bob Daisley, al bajo, y Lee Kerslake, a las baquetas (a pesar de ser ninguneados posteriormente), el príncipe de las tinieblas se luce en temas como la emotiva balada «Tonight» y en la progresiva «You Can’t Kill Rock And Roll».
Por redondos como el presente, a veces añoro mis años de exclusiva militancia metalera.