A día de hoy, en pleno año 2020, podríamos decir que Pearl Jam ha envejecido en muchas cosas. Ojo, no digo que desde el 2013 –año en que su publicó Lightning Bolt, su hasta la fecha último disco de estudio- se hayan vuelto unos carcamales-visita-obras. Quizá, para muchos, Vedder & Co. deberían haberse bajado del tren de la música cuando dejaron de parecerse a los Ramones y pasaron a ser una especie de The Who 2.0. No sé, cosas mías. Cosas de un señor de mediana edad que creció en medio todo eso que la gente conoce como grunge.
Pero una cosa está clara. Seas o no old school, e indistintamente de si crees que su carrera ha ido en claro descenso desde inicios de los 2000, lo que vienen haciendo los de Seattle desde hace ya unas cuantas décadas es digno de admiración. Carnaza para snobs rockeros de mediana edad, dirán algún@s. Pues mira, quizá sí. Quizá el único significado de los Pearl Jam en pleno año 2020 sea esa, la de alimentar las almas atormentadas de personas que empiezan a notar ya los achaques de hacerse viejo, entre los cuales me incluyo. Tal vez este Gigaton (2020) sea algo así como un intento más (y espero que no sea el último) para mantenerse ahí arriba y creo que, con matices, este nuevo trabajo cumple con su cometido, y que viene a demostrarle al mundo que el que tuvo retuvo, aunque cada vez haya menos cosas por retener. Ellos son como esas personas de mediana edad que nunca antes habían salido a correr pero que ahora les da por calzarse las zapatillas y salir a trotar por la montaña. Es como que han dejado atrás los sprints pero van a tope, a muerte, a la mínima que se organiza un cross trail.
¿Os parece que esté subestimando a una de las bandas de mi vida? ¡Para nada! Eddie, Stone, Mike, Jeff, Matt y Boom se acaban de cascar el que, para un servidor de ustedes, es su mejor trabajo en sus últimos, tranquilamente, 15 años. Son seis tipos que todavía disfrutan haciendo lo que hacen, y lo que hacen todavía me sabe a gloria. Y, además, son muy majos.
Cuando una banda lleva en el business de la música un montón de años, a la mínima que sacan un trabajo notable, se suele decir que es porque han vuelto a sus orígenes, pero no es este el caso de Gigaton. No se trata de un rejuvenecimiento musical completo, pero no creo que eso realmente importe. Tanto si eres un leal seguidor de la banda, o incluso si les acabas de descubrir (esto, perdonad que os diga, no me lo creo…), este álbum cumple a la perfección con un loable doble propósito: recordar ocasionalmente a los Pearl Jam de antaño, y re-descubrir a la banda en 2020. Esa es la diferencia entre sacarle el polvo ocasionalmente a ese Monet que adorna la pared de tu salón y comprar una obra de arte original por cinco euros que alguien arrojó a la basura, sin saber ni comprender su verdadero valor. ¿Se entiende el símil?
¿Qué podemos encontrar es este Gigaton? Lo primero, la portada, obra del aclamado fotógrafo canadiense Paul Nicklen, en la que se ve agua brotando de la capa de hielo de Nordaustlandet (Tierra del Nordeste), una isla deshabitada del archipiélago de las islas Svalbard, Noruega. Una bella imagen que esconde una terrible realidad, pues esos grandes volúmenes de agua son debidos al cambio climático. El Ártico podría estar completamente libre de hielo marino durante los meses de verano en los próximos 10 a 20 años. Toda una declaración de intenciones sobre el mundo natural moderno. Eso se esconde tras esta portada, si bien, por muy correcto que me parezca el todo, casi ninguna de las 12 piezas que conforman este trabajo se quedará ahí, grabada a fuego en el cerebro del oyente tras escucharlas. Simplemente, las canciones, aunque bastante buenas casi todas ellas, no son memorables. Sin embargo, hay algunos pasajes en los que sí brillan todavía Pearl Jam. Aquí podría decir aquello de que “no dejes que el bosque te impida ver los árboles.” La producción, en general, es muy buena. Especialmente brillantes suenan los tambores de Matt Cameron y las guitarras, tanto las de Stone Gossard y Mike McCready, a veces muy cálidas, a veces no tanto. Lo mismo podría decirse de la voz de Eddie Vedder, a quien todavía se le nota que realmente vive todo aquello que canta, y eso es muy importante. Pearl Jam son unos profesionales de una gama, no alta, sino superior.
El tema inicial, “Who Ever Said», es de los más potentes aquí contenidos y una perfecta carta de presentación. Aquí encontramos a una banda encantada de seguir todavía en pie pero, aún durando más de cinco minutos, uno nota que quizá le falte un algo. «Superblood Wolfman” es el segundo single a modo de adelanto que la banda publicó el pasado 18 de febrero. Aquí encontramos unos riffs bastante buenos. El tema empieza muy bien, pero a medida que avanza en tu reproductor, notas que comienza a fallar. Pero como sucede con gran parte del trabajo de la banda, probablemente funcionará mejor en directo. El single «Dance of the Clairvoyants» es ambiciosamente ágil. Es raro incluso para ser de Pearl Jam. ¿New wave? No sé, llamadle como queráis, pero es de lo más flojo de Gigaton. Aquí, de nuevo, fallan. «Quick Escape» nos trae otro buen riff y mucha dinámica, pero muestra sus cartas con demasiada premura y… poca cosa más. Aún así, es de las que más me gustan, destacando la línea de bajo durante las estrofas del bueno de Jeff Ament y el guitarrero final a cargo del siempre ultra infravalorado Mike McCready. Por cierto, recomiendo jugar al videojuego que la banda ha creado para esta canción para complementar aún más vuestra PJ Experience.
Llegados al quinto tema, «Alright», la banda nos empieza a mostrar su faceta más creativa y, porqué no decirlo, vanguardista, algo que en lo que siempre han destacado. Vedder recurre a uno de sus puntos fuertes, la narración, en «Seven O’Clock», que suena extremadamente sincera; vello de punta. Otra de mis favoritas. La banda sigue on fire en «Never Destination», un claro ejemplo de los Pearl Jam más rockeros; otro éxito en vivo en 3, 2, 1… La canción mejora a medida que avanza, y esto mismo sucede con la potente «Take the Long Way». En esta octava canción encontramos, de nuevo, a una banda (coros femeninos incluidos) directa y enchufada, pero hacia el minuto tres le meten una especie de transición, que dura hasta el final de la pieza, que la desacelera. Lo mismo sucede con «Buckle Up», el tema más corto. Una canción para los de la vieja escuela, que también se detiene por razones que desconozco y no comprendo. «Comes Then Goes» es un tema acústico, de esos en los que Vedder nos muestra su lado más íntimo. Sin más.
Con «Retrograde» encaramos la recta final del álbum y, en mi opinión, es de las mejores canciones del disco, sino la mejor. Es cálida y suave, muy en la onda de «Man of the Hour». Te atrapa sin darte cuenta hasta convertirse en un tema bello y, si lees la letra, verás que incluso esperanzador. Hacia la mitad del tema emerge la batería de Matt Cameron, poniendo un acento en una melodía muy bien estructurada. Realmente te retrotrae atrás en el tiempo hasta algunos de los mejores momentos de la banda. Como si de una nueva «Wasted Reprise», el álbum se cierra con «River Cross», que actúa de perfecto punto y final a un más que notable álbum. Una manera sublime y efectista de finiquitar este Gigaton.
Pearl Jam han sobrevivido a las bandas que les han querido hacer frente (o sombra) a lo largo de los años. Si Gigaton significa un retroceso o una nueva forma de ver y entender una banda de mediana edad, funciona a las mil maravillas.
Es, como ya adelantaba párrafos más arriba, su trabajo más feroz (en el amplio sentido de la palabra) de los últimos años, y aquí encontramos algunos de los pasajes más ingeniosos desde aquel ya lejano Yield (1998). ¿Buen trabajo? Sí, lo es. ¿Trabajo especial? Sí, también, pero quizá has de dedicarle más de un par de escuchas para llegar a apreciar todos sus matices, todos los detalles que lo hacen tan especial.
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.