En 1969 el gran Jon Lord consiguió que Ritchie Blackmore cediera y le dejase mano libre para crear el incomprendido Concerto for Group and Orchestra. Una banda de rock tocaba con una orquesta uniéndose dos mundos tan aparentemente lejanos. No fue un éxito, ni mucho menos. Blackmore se lo tiraría en cara y le daría más poder en la lucha de egos que, a la postre, era el motor de Deep Purple. Pero Pink Floyd no se podían quedar atrás. Syd Barret había desaparecido hacía ya dos disco y el liderazgo del grupo quedaba cada vez más repartido con el fichaje de un tal David Gilmour a la guitarra. Inmenso fichaje y futuro padre del sonido del grupo. A pesar de que el disco no es fácil y es un poco incomprendido, como también lo fue el disco orquestal de los Purple.
Sus protagonistas y padres nunca han estado especialmente orgullosos de esta obra, pero, curiosamente, en 2008, al compositor invitado en las sesiones del disco, Ron Geesin, le dio por tocar en directo la brutalidad y virguería que es el tema “Atom Mother Heart”. Con una orquesta, un coro y un grupo de tributo a Pink Floyd. Se armó de valor y la sacó adelante, todo un reto. Tamaña osadía dejó patidifuso a más de uno y a la noche siguiente David Gilmour subió a escena para acompañarle en esa empresa sin igual. Nadie hubiera apostado a que sería Gilmour el que le acompañara en directo pues su amigo del alma en los Floyd era Roger Waters, enemigo íntimo declarado de Gilmour y con la misma pasión que el compositor escocés por el golf. De verdad que la saga de los Floyd siempre ha sido emocionante e imprevisible. Obviamente que Gilmour y Geesin se atrevieran con los casi 24 minutos de canción dio la vuelta al mundo y todavía se recuerda. Eso revalorizó esa obra, a pesar de que el disco es mucho más que ese marciano tema de apertura.
Es un disco de transición en el que se pasa de ser los reyes absolutos de la psicodelia británica a la futura banda de estadios. En esta obra hay mucho de lo que hablar pues no es un disco normal para nada.
La portada
Se suele hablar mucho de la genialidad de Led Zeppelin cuando sacaron al mercado el disco IV sin letra en la portada, solo la imagen. Ni el nombre del disco ni el del grupo. Bien, pues en 1970 Pink Floyd ya había hecho esta proeza juntamente con la gente de la agencia artística de Hipgnosis, autores de algunas de las mejores portadas de la historia del rock. El disco fue número 1. Consideran sus autores que fue todo muy dadaista, muy Marcel Duchamp. Saliendo de Londres, en el primer prado con vacas, fueron a tomar fotos. Es una anti-portada en toda regla, de hecho, la madre de todas las anti-portadas.
“¿Qué por qué una vaca en portada? La respuesta es ¿por qué no una vaca, y más con ese título de disco? Y luego hay la pregunta de: ¿Y por qué ese título de disco? Y la respuesta vuelve a ser: ¿Y por qué no? Eso era lo maravilloso de la industria musical. Nada tenía que significar nada en concreto, y en las circunstancias correctas la mejor respuesta para ‘¿por qué?’ siempre es ‘¿por qué no?’” (Paula Scher).
Esa portada fue como el disco, un punto de partida y una influencia gigante para toda la industria discográfica. Era 1970 y Pink Floyd se preparaba a despegar.
La música
El primer tema que es el que da título a la obra: Atom Heart Mother es una larga suite sin letra y con voces que van apareciendo. Tenores y sopranos dan cuerpo acompañando al grupo que se va soltando. No estaban solos y el gran Ron Geesin estaba allí, experimentando. El escocés fue la pieza clave en esta pieza tan experimental. Si eres fan de los discos orquestales de Therion quizá deberías darle una escucha a esto. 26 años antes de Theli. Hay tiempo para todo y la colosal guitarra de Gilmour aquí ya da buenas muestras de lo que tiene entre manos. Hay una parte muy libre y experimental con voces masculinas y femeninas dibujando melodías con el colchón de Wright, tirando de free jazz. La parte final ya da muchas pistas sobre el futuro sonido del grupo inglés. Uno puede oler a oro y platino.
Puedes adivinar el camino que iban a seguir con piezas de la bellísima factura de “If”. Una guitarra acústica desnuda de todo ornamento sirve para que cante Waters una pieza tan delicada como sentida. Un teclado de fondo va entrando y luego Gilmour te habla con su guitarra. Su fichaje es la clave para que la nave nodriza del rock despegue. Pocas guitarras ha habido en la industria tan reconocibles como la suya. Finalmente entra Mason a la batería. La misma onda dulce acompaña la trabajada “Summer ‘68” que posee unas influencias de Beach Boys que tiran de espaldas con esos juegos vocales tan californianos. Todo muy sesentero, y todos sabemos que en esa década los veranos eran territorio Beach Boys. Es un cruce precioso entre ambas bandas pues se mantienen el sabor de lo que proyectaban los Floyd. En su día fue la elegida para el single y posiblemente era la mejor opción pues el resto de cortes eran muy largos y “If” demasiado triste. Ese interludio orquestado les conectaba un poco con el primer tema del disco y Wright lucía sus dotes clásicas en el piano. La melancolía de “Fat Old Sun” te va calando con esa voz de Rick Wright tan aterciopelada que pasará a ser marca de la casa en futuros discos de platino y diamante. Aquí hay espacio para que la guitarra de Gilmour se explaye y coja protagonismo.
El cierre lo pone la enigmática “Alan’s Psychedelic Breakfast”. 13 minutos de música con narraciones de Alan Styles y en la que los ruiditos del costumbrismo matinal sirven de guía a un tema que empieza encendiendo los fogones y recitando el menú matutino. No es lo que más destacaría de esta obra, pero como todo, tiene sus devotos. Órgano de Wright acompañado de escobillas por Mason como entrante hasta que silba la cafetera integrándose en el tema. Cereales con acústica de Gilmour mientras Alan mastica de forma nutritiva y soez. Entramos ya en el beicon y ya con participación de todos los instrumentos hasta que nuestro protagonista sale de casa y se deja el grifo goteando. Quizá a nivel musical no sea algo monumental, pero sí que es absoluta originalidad.
Conclusión
El disco es una maravilla lo mires por donde lo mires muy a pesar de que lejos queda de los grandes multi-platinos que harán que Pink Floyd arrase a nivel planetario y sea una de las más grandes bandas de la historia de la música. Esta es la obra que prepara la pista de despegue por mucho que Ummagumma llegó a vender muy bien, pero es una obra que tiene mucho de cierre de etapa. A nivel musical e incluso de arte pictórico tenemos una obra rompedora a todos los niveles representando a un grupo en plena ebullición de ideas. El coronavirus nos ha privado de algo muy grande como hubiera sido el tener a Nick Mason de gira. De este disco recuperaban dos temas, precisamente “If” y “Atom Heart Mother”. Echaría de menos “Summer ‘68” pero con ver esos dos temas estaría más que saciado. Esperemos que cuando el mundo vuelva a la normalidad, que es lo importante, y si así fuera… el premio de ver a un Floyd en sala pequeña tocando todo el arsenal de temas antiguos puede ser algo para toda la vida.