Después de muchos años oyendo en todos lados que el Primavera Sound de Oporto es una versión cómoda y manejable de su cada vez más saturado y agobiante homólogo barcelonés, me decidí a atravesar la península por completo y, como buen incrédulo que soy, acercarme a comprobarlo con mis propios ojos. Motivado por el hecho de que mi compañera es fan bastante irredenta de Lana del Rey, quisimos matar dos pájaros de un tiro y animarnos a pasar unos días en esta bonita y vibrante ciudad portuguesa (una ciudad a la que repetía visita y que me ha vuelto a atrapar) mientras disfrutábamos de un buen puñado de conciertos más que apetecibles.
Eso sí, también os diré que si no fuera por ese irredenterismo que os comento, es probable que no hubiera sido este el año en el que habría escogido para desvirgarme en este festival. Y es que el cartel de esta edición de 2024 no era a priori el que más me llamaba entre los últimos que recuerdo (sin ir más lejos, el año pasado estuvieron ahí mis amados e infalibles Bad Religion y…. ¡The Mars Volta!). Pero aún así, un repaso más o menos superficial al cartel me ofrecía una cantidad bastante generosa de grupos que quizás no me habría animado a ver en concierto propio pero que, en este entorno y todos juntitos, formaban un elenco más que apetecible que prometía un fin de semana sobradamente entretenido y, a la vez (cosa rara en un festival en que sueles correr de aquí para allá como pollo sin cabeza), relativamente relajado.
Desde sus orígenes que el Primavera Sound de Oporto se celebra en el inmenso Parque da Cidade, justo al lado de la popular Playa de Matosinhos, una zona turística que se encuentra a siete u ocho kilómetros del centro de la ciudad (donde nos alojábamos). La verdad es que el viaje no era del todo cómodo ni rápido, aunque el propio festival fletó numerosos autobuses lanzadera que probablemente fueron la opción más práctica teniendo en cuenta que la línea regular de metro tardaba lo suyo, cerraba pronto y nos dejaba a una notable caminata de la puerta del recinto. Pero en Portugal descubrimos que los Bolt (para los que no los conocéis, una especie de servicio de taxi mediante coches particulares al estilo de Uber) eran insultantemente baratos (un trayecto valía casi lo mismo que dos billetes de metro), así que acabamos apostando mayoritariamente por esta opción para trasladarnos de un lado a otro.
Lejos de la bacanal de días previos y conciertos en sala que podemos ver cada año en su hermano mayor barcelonés, el plan horario del Primavera portugués se limitaba a levantar el telón sobre las cinco de la tarde para cerrarlo de nuevo hacia las dos de la mañana, unas cómodas nueve horas a las que, aduciendo tanto al interés periodístico como a la curiosidad por descubrir muchas bandas que no conocíamos en profundidad, nos propusimos asistir prácticamente al completo durante las tres jornadas. Porque es evidente que el Primavera Sound es un festival inmenso y a veces incómodo cuyo modelo tiene muchos aspectos criticables, pero nadie podrá negar que su criterio en lo musical y a la hora de diseñar carteles para todo aquel que sea capaz de disfrutar de un amplio abanico de estilos casi siempre ha bordeado lo exquisito.
Tras el pertinente y eficaz paso por la garita de acreditaciones de prensa (situada en un inmenso «centro de vacunación» – así se llama aún, aunque a saber para que lo utilizan ahora-), cruzamos las puertas del recinto sin encontrarnos aglomeraciones de ningún tipo. De hecho, y aunque en las actuaciones de los cabezas de cartel hubo bastante público (y con Lana del Rey, gran reclamo del fin de semana a mucha distancia de todos los demás, había una cantidad de gente infernal), en general la cosa fue notablemente manejable en la inmensa mayoría de conciertos. Cosa que, por supuesto, a nivel de usuario se agradece mucho.
En mi particular itinerario, esta primera jornada contaba con Amyl and the Sniffers, PJ Harvey, Lankum y American Football como atractivos imprescindibles. No colocaría a ninguna de esta bandas entre mis favoritas, pero celebré la oportunidad de poder verlas en un entorno como el del Primavera, siempre rebosante de propuestas variadas y de indudable calidad. A nuestra llegada, y antes de ir a catar una zona de prensa de auténtico lujo, nos dirigimos al escenario Vodafone (el segundo más grande de los cuatro que había repartidos por el parque), donde pudimos escuchar un rato como los australianos Royel Otis divertían a un joven público aún escaso pero muy predispuesto a disfrutar con su indie rock inofensivo y de tintes surferos y alegres. Se marcaron un par de versiones («Murder on the Dance Floor» de Sophie Ellis-Bextor y el «Linger» de The Cramberries) y en general no estuvieron mal. Pero si os tengo que ser del todo sincero, tras cuatro días ya no me acuerdo demasiado de lo que hacían. Una situación bastante clásica en festivales de este tipo, supongo.
Nuestra siguiente parada fue el altísimo escenario principal (llamado Porto), mucho más grande que los demás y en el que los americanos Militarie Gun nos iban a descargar lo que esperaba que fuera un punk rock melódico y más o menos enérgico. En cambio, lo que me encontré fue con un pop punk bastante genérico y sosainas que a cada tema que pasaba me recordó más a todos aquellos grupos de la gran ola de popularidad del pop punk de principios de los dosmiles a los que acabé cogiendo algo de tirria. Es cierto que un escenario tan inmenso (y ante un público que, además de no ser aún masivo, era más curioso que apasionado) nunca va a ser el mejor entorno para ver a una banda así (en realidad para ver a ninguna banda), pero no es menos verdad que al cabo de unas pocas canciones (una de ellas, una versión de la archiconocida «Song 2» de Blur) se me empezaron a hacer algo monótonos, con lo que decidimos cambiar de escenario antes de lo previsto para echar un vistazo a lo que tuvieran para ofrecernos los americanos Blonde Redhead.
Y es una pena, porque el trío neoyorkino me sorprendió y me puso una sonrisa en la cara durante las tres o cuatro temas que pudimos verlos interpretar en el escenario Super Bock (el más pequeño y con mejor atmósfera de todo el festival). El público que lo llenaba parecía bastante entregado a la performance liderada por su vocalista Kazu Makino, y la sensación es que todo el mundo había estado muy enchufado a lo que fuera que había ocurrido ahí antes de nuestra llegada. Nunca sabremos si habría disfrutado del concierto al completo de la misma manera que lo hice de este breve rush final, pero está claro que, a pesar de no conocer su rock alternativo con toques espaciales en demasiada profundidad, me dejaron con indudables ganas de más.
Llegaba el primer gran momento de la tarde con la presencia de los australianos Amyl and The Sniffers en el escenario Vodafone. Abrazados por jóvenes y viejos como los grandes nuevos héroes del punk rock mundial, el éxito del cuarteto de Melbourne se basa en una tremenda capacidad para construir temas pegadizos y facilones y en la suerte que tienen de contar con un torbellino como es Amy Taylor correteando de un lado para otro mientras escupe soflamas protestonas por doquier. En realidad a mí su propuesta (tanto musical como visual) me parece mucho más cercana a ese pub rock tan australiano de bandas como AC/DC o Rose Tattoo que al punk rock más normativo, pero en todo caso no tengo ningún problema en subirme entusiastamente a su carro.
Hace años estuve viviendo un año en Australia, y allí lo más habitual era encontrarse con peleas e incluso pequeñas batallas campales a medida que iba entrando la noche e iban cayendo las cervezas. Y es que (generalizando gratuitamente, claro) los australianos son bastante bravucones y, en muchos casos, un pelín demasiado pendencieros. Tanto Amy como sus tres compañeros de banda me encajan a la perfección en ese perfil de busca broncas sin malicia, con sus mullets, sus pintas ochenteras, su macarrismo y su sudapollismo generalizado. Y es probable que esa absoluta falta de pose es lo que los haga tan auténticos, tan atractivos y adictivos.
Porque a la que empezó su descarga la gente empezó a caer rendida a su energía desbordante, y mientras iban cayendo temazos («Got You», «Capital», «Guided by Angels» o «Hertz» como las más destacadas) y su incansable vocalista no paraba de vociferar sin estarse quieta ni un segundo, la sensación que tuve es que el pogo se iba haciendo más más y más grande e iba contagiando irremediablemente a más y más gente. Después de verlos por primera vez en directo, no tengo ninguna duda de que estos chavales lo tienen y que, de seguir así, van a tener una carrera de éxito (aunque me quedan dudas sobre cómo de alto está su techo a nivel de popularidad potencial). Lo que está claro es que hoy se pegaron un bolazo que convenció sobradamente a los convencidos y los puso en el mapa de todos los demás.
Sin ni un segundo para descansar, nos dirigimos a toda prisa hacia el escenario principal de nuevo para asistir al concierto de PJ Harvey, la gran cabeza de cartel (rockera, si es que lo que hace se le puede llamar exactamente rock) de hoy. Y es que como ella misma ha dicho en alguna ocasión, si su carrera hubiera empezado ahora no habría ninguna posibilidad de que hubiera alcanzada ningún tipo de popularidad. De hecho, me extrañaría que la inmensa mayoría de gente que se agolpó ante ella atraída por su nombre y su posición en el cartel apreciara ni entendiera ni lo más mínimo el folk / art / avant rock o lo que sea que es lo que hace ahora.
Pero ojo, con eso no quiero decir que no se pegara un auténtico bolazo, que a mi humilde juicio sin duda lo fue. Polly Jean tiene un carisma y una presencia tremenda sin necesidad de moverse prácticamente nada, y su banda de señores folkies frikis en batín sonó como los ángeles. La riqueza y la variedad de las canciones y la deliciosa voz de la vocalista inglesa fueron el hilo conductor de un concierto que no necesitó de demasiados trucos visuales para atraparnos, más allá de alguna que otra silla que PJ usaba de tanto en cuanto como apoyo a su teatralidad.
Las canciones más eminentemente rockeras (y antiguas) como «50ft Queenie» o «Dress» se alternaban con los momentos más intimistas (y modernos) que representaban su último disco, el muy buen I Inside the Old Year Dying (2023). A falta de regalarnos esa gloriosa colaboración con Tom Yorke llamada «This Mess We’re In» que hace veinticinco años que no toca y que, evidentemente, no iba a tocar hoy, la recta final del concierto fue para la grandísima «Down By the Water» (momento álgido de la noche para alguien tan poco experto en su discografía como yo) y la no menos memorable «To Give You My Love». Exuberante bolazo de PJ que seguro que encandiló a todos sus fans y que a mí me dejó absolutamente satisfecho.
Tras la gran actuación de la vocalista inglesa, tocaba encaminarse rápidamente hacia el escenario Plenitude para ver a los irlandeses Lankum, cuyo folk tradicional progresivo era uno de mis grandes descubrimientos pre-festival y, en consecuencia, una de las bandas que más ganas tenía de ver durante este fin de semana. Pero ay, cuando llegamos allí lo que nos encontramos fue a una muchacha muy rubia, muy arreglada y con un vestidito muy corto bailando despreocupada de un lado para otro, cantando en catalán y tirando de autotune como si no hubiera mañana. Tras unos lógicos instantes de confusión y desconcierto, descubrimos que se trataba de la solista mallorquina Marina Hein, que con su pop clubbero sustituyó a última hora a unos Lankum que, por lo que parece, habían anunciado su cancelación la noche anterior por un inesperado problema familiar. Digo yo que ya podrían haber puesto algo más parecido, pero bueno, qué vamos a hacerle.
Nosotros aprovechamos este inesperado momento de impasse para pasar por fin un rato por la zona de prensa, en la que nos cuidaron como reyes a base de bebidas, cafés, snacks, fruta, croquetas y todo lo que pudiéramos necesitar. Un verdadero lujo al que no estamos acostumbrados por estos lares y que, sin duda, es realmente de agradecer. Una vez saciados y parcialmente descansados, nos acercamos al cercano escenario Vodafone dónde una muchacha llamada Mitski se ganó el favor de todo el público que se plantó ante ella y que resultó que, fíjate tú por dónde, generó la respuesta más devota de toda la noche gracias a su indie pop cantautórico y cabaretero, a su teatral interpretación y, sobre todo, a su encantadora y agradecida personalidad. No será un artista que me ponga a escuchar a partir de ahora, pero el suyo me pareció un concierto más que interesante y que supo conectar con todo aquel que tuviera ganas de conectar con él.
Tras ella, y ya que nos quedaba al lado, sacamos la cabeza a un tal Obongjayar, un chaval nigeriano del que no esperaba nada de bueno pero que, al contar con una base instrumental sorprendentemente progresiva, pues resulta no estuvo mal del todo. Eso sí, todo apuntaba a unos potenciales bailoteos que, por una cosa o la otra, no acabaron de llegar nunca, así que con la frustración acabamos desertando para escuchar un par de temas desde la distancia de SZA, una artista de R’N’B americana que ha ganado no sé cuántos grammys y que ejercía de gran cabeza de cartel de hoy. Supongo que ésta es una manera de intentar conectar con el público más joven, y no me parece mal, pero conmigo no conectó en absoluto y, desde mi punto de vista de rockero viejuno con múltiples e intermitentes años de Primaveras a mis espaldas, tampoco me pareció que pintara demasiado aquí.
Y tras todo un día dando vueltas arriba y abajo, solo nos quedaba una banda en el menú de hoy. El quinteto del Midwest americano American Football era otro de mis platos fuertes de este jueves, y eso que su emo / post rock / post hardcore intimista tampoco es que fuera la alegría de la huerta tras tantas horas de trajín y cansancio. Pero la banda liderada por Mike Kinsella (ataviado hoy con una gorra de Slayer bien poco acorde a su propuesta) es toda una banda de culto que aunó a una modesta pero devota cantidad de gente en el apropiado escenario Plenitude. Su música desborda sensibilidad, clase y elegancia por los cuatro costados, pero a pesar de ponerle buena voluntad y dar un espectáculo visual interesante a pesar de no moverse demasiado, en mi opinión no acabaron de sonar del todo bien hasta la recta final de su concierto, dónde unos apoteósicos «Never Meant» (menudo temarral, chavalis) y «Doom in Full Bloom» me envolvieron por fin y me hicieron sentir todo lo que había venido a sentir.
El suyo fue un conciertazo que en mi opinión pagó el peaje de nuestro cansancio pero que sirvió para cerrar una jornada notable llena de propuestas interesantes y de calidad que nos entretuvieron sobradamente durante toda la tarde y noche. Enfrente, nos quedan un par de mañanas de disfrutar de las delicias de esta ciudad y un dos jornadas más llenas de buena música. Aunque ojo, que parece que prometen lluvias.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.