Me resulta bastante curioso comprobar que, en los casi cinco años que llevo escribiendo sobre música, aún no haya tenido la oportunidad de hablar de Placebo. Supongo que entre que llevan siete largos años sin sacar un disco y que en la revista que estaba antes no veían con excesivos buenos ojos que cubriera el espectacular concierto que dieron en la sala Razzmatazz de Barcelona en 2017 no he tenido ninguna excusa para hacerlo, pero lo cierto es que la música del trío británico me flipa mucho y, de hecho, no tendría demasiados problemas en colocarlos como una de mis bandas absolutamente favoritas, muy por encima de muchas de las metaladas sobre las que escribo con bastante más asiduidad.
Cuando salió este Black Market Music del que hablaremos hoy, por cierto, yo aún no tenía casi ni idea de su existencia (y si la tenía gracias a algún hit que hubiera escuchado de forma accidental, la verdad es que no les hice mucho caso), y no fue hasta la publicación del irregular Sleeping With Ghosts (y, especialmente, de la escucha de «The Bitter End») en 2003 que me llamaron la atención hasta el punto de engancharme enfermizamente, obligándome así a seguirlos con ávidez desde entonces y llamándome a bucear con gran interés en su discografía anterior. Y lo cierto es que, a posteriori, todos y cada uno de los siete discos de estudio que han publicado desde su debut en 1996 me parecen totalmente disfrutables (siendo, curiosamente, el susodicho Sleeping With Ghosts al que le pondría más peros a nivel global).
Pero a pesar de que me flipan en lo musical y de que alrededor de Brian Molko y compañía se ha montado un culto bastante intenso (sobretodo gracias a la andrógina y tormentosa personalidad del pequeño líder de la banda), lo cierto es que yo he seguido muy poco sus aventuras más allá de sus canciones. Capaces de escaparse de la opresiva etiqueta del britpop que asolaba Inglaterra a mediados de los noventa gracias a lo autodestructivo de su propuesta y a su decidida apuesta por sonoridades más cercanas al rock alternativo y al glam rock, Placebo se hicieron rápidamente un nombre por si mismos gracias a la publicación del single «Nancy Boy», que más allá de lo musical fue abrazado por buena parte de la comunidad homosexual (y más tarde, también por las grandes masas) gracias a la visualización del colectivo y a su explícita rotura con los estereotipos de género.
A partir de ahí, los británicos se erigieron en bandera de un amplio sector de toda una generación, y con su energía y arrolladora personalidad, significada por encima de todo en la carismática figura y la voz quejumbrosa y nasal de su líder, ayudaron a trascender ese irritante, efímero y aparentemente alegre britpop que invadió las listas y los gustos del público británico y europeo en esa época. Aunque su música y sus letras siempre han contado con altas dosis (a veces altísimas) de oscuridad y autodestrucción, este Black Market Music se me antoja como su disco más introspectivo y melancólico, dejando de lado la vertiente más energética e incluso luminosa que mostraban canciones como «You Don’t Care About Us» o «Every You Every You», ambas pertenecientes a su anterior Without You I’m Nothing, el disco que les aupó definitivamente a la primera línea del rock mundial en 1998 (y cuyo tema título, especialmente en su versión junto a David Bowie, es en mi opinión una de las mejores canciones que ha parido el rock contemporáneo).
Visto con la perspectiva del tiempo, Black Market Music es probablemente mi disco favorito de la época clásica de la banda (entendida como toda la discografía pre-Meds), y contiene una cantidad notable de temazos que me resulta muy difícil obviar. Los más conocidos son probablemente «Special K» y «Slave to the Wage», pero hay un buen montón de ellos que no se quedan precisamente atrás, empezando por el maravilloso corte inicial «Taste in Men», un tema oscuro, groovie y casi industrial con una excelente línea vocal melosa y envolvente, un protagonismo inmenso del bajo (que a pesar de ser técnicamente sencillo resulta la mar de infeccioso y eficaz) y una riqueza en arreglos extremadamente interesante que la hacen más y más opresiva a medida que avanza en su minutaje. Sin duda, uno de los puntos álgidos de este disco y todo un pepinazo indiscutible para empezar a ponernos en situación.
La corta y directa «Days Before You Came» es otro corte excelente que supone un toque de luminosidad y de sardónica esperanza enmedio del mar de cinismo en el que nadamos aquí gracias a un ritmo dinámico, popero, ruidoso y distorsionado (un poco en la línea de la futura «The Bitter End») y a una melodía vocal pegadiza y, de nuevo, deliciosamente resultona. La conocida y bailable «Special K», por su parte, ha acabado siendo el hit más renombrado de este disco y resulta adictiva como ella sola gracias a unas guitarras alegres, un estribillo potente, unos divertidos y veraniegos «para-papa-para-rarás» y un motivante toque de positividad y rockerismo tanto a nivel espiritual como energético. Su exposición como single no estuvo exenta de polémica por el hecho de tratar de forma bastante explícita los efectos de la ketamina (y no de los cereales, como alguna mente demasiado bienintencionada podría llegar a pensar mirando el título), una temática para la que el gran público quizás no estaba del todo preparado aún. Pero si algo ha caracterizado siempre a Placebo ha sido la capacidad de hablar sin tapujos y de forma muy reflexiva tanto de sexo como de drogas, dos temas con los que los miembros de la banda han estado más que familiarizados a lo largo de su carrera.
Si hay un corte en esta primera parte del disco que no me convence al mismo nivel que los demás es sin duda «Spite and Malice». La colaboración con el rapero americano Justin Warfield (mitad del afamado dúo de post punk She Wants Revenge) tuvo como resultado una canción con un aire muy electrónico que llega a recordarme a bandas como Senser y que no acaba de contar con ningún elemento que me parezca realmente brillante. La siguiente «Passive Aggressive», en cambio, vuelve a subir el nivel gracias a su atmosfera introspectiva y a una bonita e icónica línea vocal que, eso sí, no acaba de despegar del todo hasta bien entrado el tema. Con un aire resignado, una constante repetición de sus pasajes y ninguna prisa demasiado evidente por avanzar ni por llegar al final (un final que, antes de la parte acústica que lo cierra, es creciente y bastante apoteósico), se coloca como la canción más larga de este disco con casi cinco minutos de duración.
«Black-Eyed» fue otro de los singles extraídos de este disco y cuenta con algunas de esas muchas líneas líricas que pasarán a la historia de la banda («I was never faithful / never was the one to trust / Borderline schizo / and guaranteed to cause a fuss»). Toda una declaración de intenciones que uno aplicaría a Brian sin dudarlo demasiado, y aunque su bacanal de ruiditos y de dejes psicodélicos es la mar de interesante, he de confesar que nunca ha acabado de engancharme al nivel de otras muchas de su canciones. «Blue American», en cambio, es una de mis mayores debilidades, y probablemente lo coloco como mi corte favorito de entre los menos conocidos. Oscura, triste, melancólica, con un bonito piano en plan protagonista y trufada de elementos jazzeros y trip hoperos (sin tener que recurrir a la elecrtrónica), consigue transmitir una atmósfera inigualable y un cierto aire vintage maravilloso que me atrapa sin remedio.
En contraste con su pesadez, «Slave to the Wage» es un tema mucho más ligero y divertido que ha pasado a la historia como una de las canciones más populares de este disco. Directa y pegadiza, esta oda a romper cadenas con los trabajos aborregantes, monótonos, esclavizantes y que tienen como única motivación recibir un salario a fin de mes supone otro de los pocos momentos de cierta alegría musical que podemos encontrar en Black Market Music. La breve, delicada y sencilla «Commercial for Levi» también cuenta con una bonita melodía vocal, un bajo muy protagonista y unos dulces toques de xilófono a la vez que habla de los trágicos peligros de las drogas, mientras que la ruidosa, pesada, psicodélica y repetitiva «Haemoglobin» pone el gain al máximo y te obliga a sacudir la cabeza con energía a lo largo de todo su minutaje.
Encaramos la recta final del disco con la lánguida, lenta y ambiental «Narcoleptic», un tema muy bonito y apesadumbrado con un atractivo y un magnetismo indudables pero que a mí siempre me ha dejado algo frío a pesar de, paradójicamente, ser uno de los cortes más íntimos y cálidos que podemos encontrar aquí. Siguiendo en la senda de la melancolía y el desánimo, «Peeping Tom» es otra canción preciosa y oscura con interesantes toques psicodélicos y un suave crescendo que la hace muy disfrutable y que cierra este discarral con el nivel que se merece. Eso sí, al cabo de seis o siete minutos de silencio (y, gracias a Dio, en una pista distinta en su versión en streaming), tenemos el típico y recurrente hidden track noventero, un recurso que nunca (o al menos yo no lo recuerdo) ha aportado casi nada relevante pero que muchas bandas parecían no poder vivir sin él durante esos años. En el caso que nos ocupa, este «Black Market Blood» es un tema algo raro con ritmos imprevisibles y sonidos inesperados (desde pianos atmosféricos a cuerdas disonantes) que suena un pelín desconectada del resto del disco. No me atrevería a catalogarla como terrible ni mucho menos, pero una vez más me parece que no aporta nada significativo a un trabajo ya de por sí prácticamente redondo.
La clásica visita a setlist.fm no hace más que evidenciar y reafirmar la importancia que ha tenido este disco en la carrera de la banda, ya que solo se sitúa por detrás de Meds en su lista de álbumes más interpretados. Con más o menos protagonismo, todas las canciones de Black Market Music han sonado alguna vez en directo, con «Special K» ocupando un lugar privilegiado al colocarse como el segundo tema más popular (curiosamente, tras «Every You Every Me») en toda su historia. Otras canciones que también han perdurado para la posteridad son «Taste in Men» (470 interpretaciones, octavo lugar) y «Slave to the Wage» (344, #17), pero la mayoría de cortes han tenido su momentito de gloria en una u otra época de su ya longeva trayectoria, cosa que nos da una idea de lo relevante que ha llegado a ser este disco que nos ocupa a la hora de dar forma a la identidad de los ingleses.
Quizás Placebo no es un grupo que muchos de los seguidores habituales de nuestra revista estén acostumbrados a escuchar (aunque claro, si no os interesaran, ¿qué haríais leyendo este artículo?), e incluso dentro de la propia redacción me suelo escuchar algún que otro improperio ocasional sobre ellos. Entiendo que la voz, las pintas y la personalidad de Brian son tan polarizantes que tanto te pueden echar para atrás como atraparte para siempre, pero a mí humilde juicio, los londinenses son una de las bandas más interesantes que han salido del panorama rockero alternativo británico en las últimas décadas. Su perenne éxito y la lealtad que les profesan sus fans, supongo, son una buena prueba de ello, pero la calidad y la honestidad presente en su música hablan más fuerte que cualquier lista de éxitos. Si por lo que fuera aún no los conocéis demasiado, os invito a dejar atrás los prejuicios y a pegar una buena escuchada, por ejemplo, a este pesado, oscuro y maravilloso Black Market Music.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.