Poison, el grupo que todos amaban odiar. El blanco favorito de los amantes del thrash y del death metal de la época. De ellos se decía que hacían música para chicas, y que solo por eso, su propuesta musical apestaba. Así de simples eran los metalheads de los 80 e inicios de los 90. No como ahora, que son tod@s unas bellísimas personas, tod@s de izquierdas…
¿Pero era realmente así? ¿Quiénes eran estos Poison? ¿Un grupo de tíos buenorros que se disfrazaban para, de alguna manera, ocultar sus carencias musicales? Si eres feliz pensando así, tú mismo, pero ya te adelanto que tienes un problema si tus miras son así de cortas. La verdad es que es un poco más complicado que todo eso. Porque detrás del rubor se esconde un grupo al que no le faltaba talento para componer hits antológicos y hacer tambalear los cimientos de los estadios de medio mundo. Los millones de álbumes vendidos por los californianos son la respuesta más clara y directa a tod@s sus detractores. Hasta la fecha, han vendido más de 45 millones de discos, colado 10 singles en el Top 40 del Billboard Hot 100, de los cuales seis fueron Top 10 y uno, «Every Rose Has Its Thorn», fue número uno. Este Flesh & Blood (1990), al igual que sus dos anteriores trabajos –Look What the Cat Dragged In (1986) y Open Up and Say… Ahh! (1988)-, vendió varios millones de copias solo en los Estados Unidos.
Sí, la carrera de Poison se inició con el lanzamiento de su primer álbum en 1986, y con él dieron mucho de qué hablar, pues los cuatro músicos se hicieron pasar por mujeres o, mejor dicho, y citando a Stix Zadinia, batería de Steel Panther:
«Eran hombres que parecían mujeres, pero que a su vez eran como unas tías buenas que parecían tíos, pero que te l@s follabas igual.»
Su propuesta musical fue evolucionando hacia un hard glam muy influenciado por bandas como Aerosmith, Mötley Crüe o Kiss, y su música parecía estar ideada para que la peña lo pasara bien. El tipo de música que te gustaba escuchar cuando salías por ahí a rumbear, ya tú sabes. El primer álbum tuvo mucho éxito, y su fama se vio impulsada por un segundo álbum, en el que la banda añadió a su maquillada propuesta musical aún más diamantes y lentejuelas, más en la onda de los Bon Jovi o los Def Leppard de la época.
Pero ahora estamos en 1990, lo que significa que todo este cotarro está dominado por unos tal Guns N’ Roses. Siguiendo su ejemplo, muchos grupos como Mötley Crüe o Warrant abandonaron ese look afeminado y optaron por un look más sobrio y más, por así decirlo, metal. Poison, el grupo que había llevado el delirio al máximo, no es una excepción a esta nueva norma y/o moda. En Flesh & Blood dejan de lado la laca, las melenas cardadas y encrespadas, el maquillaje y la ropa colorida para abrazar el cuero, los jeans rasgados y las botas y los sombreros de cowboy. La cosa parece que se pone seria.
La música en este nuevo álbum también es más seria. Bueno, no del todo, pues hay temas como «Unskinny Bop» y «(Flesh & Blood) Sacrifice» que mantienen el lado divertido del grupo de los dos primeros álbumes, y que hablan sobre sus temas favoritos hasta entonces: el sexo y el despiporre. Del mismo modo, «Ride the Wind» y «Let It Play» son odas al noble arte de ir en bicicleta, con la melena al viento, evocando aún el espíritu de libertad que reinaba en ese momento. Pero, en general, su nuevo trabajo está más en sintonía con los nuevos tiempos, y la mayoría de temas son más serios, como «Valley of Lost Souls», «Life Loves a Tragedy», «Something to Believe In» y «Come Hell or High Water». Poison ya no quieren ser vistos como un grupo para adolescentes que buscan emociones fuertes. Los 90 están aquí. Los alocados años 80 ya son parte del pasado, y las ganas de salir de borrachera cada noche están bajo llave, guardadas en el mismo baúl que ve como sus botes de laca y sus bases de maquillaje cogen polvo.
Y todo ello, no solo a nivel lírico, pues en la música también se nota cierta madurez. Porque si la presentación del álbum, el sencillo y particularmente genial «Unskinny Bop», necesariamente contribuyó al éxito de esta obra cuando vio la luz, el hecho es que el álbum, en su totalidad, va mucho más allá. Por supuesto, Poison no abandona «su negocio», y en temas como «Don’t Give Up an Inch» percibimos la nueva dirección del grupo: más rock ‘n’ roll y menos estribillos estridentes.
Además, a su glamour festivo, el grupo agrega un toque de blues que no habíamos visto antes, como sucede en la instrumental «Swampjuice (Soul-O)», en «Ball and Chain» y en el acertadamente titulado tema final «Poor Boy Blues», cuya armónica salvaje muestra unos nuevos horizontes para los californianos. Una dirección que tomarían en su próximo álbum, Native Tongue (1993), que tan poca aceptación tuvo por parte del respetable.
Pero si hablamos de bandas de hard rock de los 80 y de los 90, no hay que olvidarse de las power ballads. «Life Goes On» y «Something to Believe In» son dos de sus temas más exitosos. Ya sabíamos que a la banda se le daba bastante bien eso de ponerse ñoños desde que les viéramos interpretar uno de mis temas favoritos de los pocos karaokes que piso, la colosal y celebérrima «Every Rose Has Its Thorn», incluida en su álbum anterior. La voz de Bret Michaels sabe cómo tocarte la fibra. Y si te paras por unos instantes a profundizar un poco más, incluso puedes llegar a notar que las guitarras de C.C. DeVille, lejos de ser uno de los peores guitarristas que jamás haya parido este business, no suenan tan mal. El tipo deja claro que sabe cómo usar su instrumento y lo demuestra. Sus solos son, no diré brillantes, pero si eficientes.
Entonces, volviendo al inicio de todo esto. ¿Era Poison un grupo de amantes del cachondeo que no sabían ni tan siquiera tocar? No seré yo quién arroje una conclusión, aquí y ahora, pero me limitaré a decir que solo aquellos que nunca les habían escuchado en serio podrían decir tamaña tontería.
Flesh & Blood es el último gran éxito de Poison porque, desafortunadamente para ellos, poco después pasarían a engrosar la larga lista de víctimas de bandas americanas de hard rock que fueron arrasadas por la ola del grunge y esa, creedme, fue una ola de las que es muy, pero que muy difícil recuperarse. Como si eso no fuera poco, el tira y afloja entre Michaels y DeVille conducirá a la exclusión del guitarrista un año después del lanzamiento de este álbum. Ritchie Kotzen ocuparía su lugar, y con él la banda tomó un camino más bluesy y menos hard. Muy buen resultado artístico pero pésimo éxito comercial. Digamos que Poison no murieron del todo, pero aunque DeVille regresara unos años más tarde, nunca volvieron a encontrar el aura que sí les pertenecía hace 30 y pico años. Este álbum sigue siendo un muy buen testimonio de su época más dorada.
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.